Con
el ‘Encanto de los Manglares del Bajo Baudó’, las comunidades le apuestan a la
sostenibilidad ambiental y social
Para
algunos líderes comunitarios, la creación de este DRMI es, además de una
apuesta por la protección ambiental, una estrategia para que los habitantes del
Bajo Baudó (Chocó) aprendan a darles un uso sostenible a sus recursos.
“Aquí nos
estamos jugando nuestro futuro”, opina Arcelio Mosquera, presidente del consejo
comunitario de Pavasa. “O salimos adelante, o nos quedamos estancados con toda
la riqueza en las manos; esta es nuestra apuesta para que comiencen a vernos
como un escenario trascendental para el
país”, agrega.
Dice esto
cuando se le pregunta por la trascendencia del Distrito Regional de Manejo
Integrado (DRMI) ‘El Encanto de los Manglares del Bajo Baudó’, que fue creado en el extremo occidental de
Colombia, en la zona centro-sur del
Chocó. Un lugar de conservación
excepcional en nuestra geografía y en el que el valor sin igual de la
naturaleza se manifiesta a cada paso, metro a metro.
Arcelio no
habla por hablar. Sus palabras resumen, con absoluta contundencia, un hecho
trascendental escondido detrás de esta declaratoria y que es, además, una
postura que se percibe cuando los líderes de los otros 9 consejos comunitarios
que la avalaron, se dirigen a sus comunidades. Y es que el área protegida no sólo
es una estrategia para cuidar recursos naturales de gran valor. Es un sitio que
se ha transformado en una herramienta para empoderar a sus habitantes en el
interés que ellos tienen por visibilizarse a nivel nacional. Para ello, buscan
posicionarse como actores que apalancan la protección de esta zona estratégica.
Declaratoria
justificada
La apuesta por
la protección de esta porción del Chocó, con sus 314.562 hectáreas (cifra
equivalente a la superficie del departamento del Atlántico), y en las que dos
terceras partes corresponden a ecosistemas marinos, se consolidó en 2017. Ese
año, el Consejo Directivo de la Corporación Autónoma Regional para el
Desarrollo Sostenible del Chocó (Codechocó) declaró la zona como un Distrito
Regional de Manejo Integrado, que es, a su vez, el área marina protegida regional
más grande que se haya concebido hasta el momento en el Pacífico colombiano.
Esto se logró con
el aval de los consejos comunitarios y con el trabajo y empuje de WCS Colombia,
MarViva, PLAN Internacional, CORPARIEN, WWF, Naturaleza Cultura Internacional y
el Instituto Alexander Von Humboldt, todas organizaciones y entidades que han
participado, además, en la formulación de su plan de manejo.
La
justificación para su concepción no daba espacio a la discusión. En la zona
protegida hay largas playas en las que no es casualidad que en algún momento
del año se pueda ver la anidación de alguna tortuga marina. Los bosques
inundables de manglar sorprenden por su extensión y enorme capacidad para
generar vida. Se calcula que allí emergen unas 26 mil hectáreas de este
ecosistema estratégico, el más grande de su tipo en Chocó y la segunda porción
más extensa del país. Pero lo mejor es que en ellos habita la piangua, un
recurso de importancia vital para la seguridad alimentaria regional y que de
paso empodera a las mujeres de las comunidades.
En las selvas
de este enorme escenario natural se aprecian y se escuchan muchas aves, y es
normal verlas descansando en las copas de los árboles o atravesando esteros y
estuarios. Habitan jaguares y otros mamíferos como venados, guaguas y guatines.
Y ni hablar de la cantidad de peces que
alimentan a los habitantes de la región y son la base de su economía. También
hay playas y bancos de arena que sirven como barreras naturales protectoras
para apaciguar las mareas altas y para frenar los posibles excesos de los
caudales de los ríos que allí desembocan. Todo eso hace de esta área un lugar
con un potencial incomparable.
Este DRMI
logró su existencia y consolidación con el apoyo de la gente, con la que hoy
también se discuten las reglas de juego para su uso y manejo, principalmente en
lo que tiene que ver con el aprovechamiento sostenible de los recursos
naturales y con el control para evitar su sobreexplotación.
“El Encanto de
los Manglares del Bajo Baudó no es un fin, es una oportunidad para progresar”,
dice, por su parte, Rubén Darío Hurtado, del Consejo Comunitario de la Costa Pacífica Concosta.
“Aquí está en juego la posibilidad de que las negritudes de esta parte del país
mejoren su relación con el territorio”, explica este líder.
Y él lo dice
porque las actividades habituales de los habitantes para conseguir los recursos
ya comienzan a tener efectos ambientales negativos, que deben controlarse
cuanto antes. Hay pesca intensiva, tala de árboles maderables y, como un hecho
notorio entre los caseríos, un manejo desordenado de los desechos, y donde no
es extraño ver que bolsas con basura plástica se tiren al mar.
También es
evidente la cacería sin reglas claras. En esta zona, los mamíferos de buen
tamaño, como un venado o un zaíno, pueden ser capturados por su carne, mientras
a jaguares y a serpientes no se les da tregua solo porque les tienen miedo.
Algunas
especies de peces ya casi no se ven o son actualmente escasas. “Cuando yo era
pequeño, mi papá podía pescar 40 corvinas en una o dos horas, hoy eso es
imposible”, cuenta Jason Córdoba, representante del consejo comunitario de
Cuevita. Las iguanas han disminuido y hay muchos otros recursos, como la
piangua, que han sido golpeados porque se extraen sin tener en cuenta sus tallas
permitidas.
En medio de
este panorama vacilante, hay avances y también preocupaciones.
“Existe mucha
gente que está inquieta por la declaratoria, porque piensa que habrá
prohibiciones para el aprovechamiento de los recursos. Pero estamos, precisamente,
haciendo un esfuerzo para que esa misma gente entienda que no se trata de
prohibir sino de regular el uso de los recursos naturales. Poco a poco, la
gente aprenderá a conocer y a valorar lo que tenemos”, comenta Rubén Hurtado.
Hoy, el área
protegida está siendo administrada a partir de una Mesa de Ordenamiento, de la
que forman parte los consejos comunitarios, la autoridad ambiental y pesquera,
autoridades con presencia en el territorio, las
ONG mencionadas y la academia como instituciones de apoyo.
A su vez, WCS Colombia viene trabajando en la formulación e implementación de un Programa de Control y Vigilancia para el DRMI, al igual que en un monitoreo pesquero participativo de peces y de piangua en el Consejo Comunitario de la Costa Pacífica Concosta. Así mismo, una caracterización participativa de los elementos de la biodiversidad (flora, mamíferos, aves, anfibios, reptiles, invertebrados) fue desarrollada el año pasado, junto con el consejo comunitario de Concosta y Codechocó..
Pero más allá de las
regulaciones, la consolidación del DRMI como zona protegida dependerá de las
intenciones de la propia comunidad, un propósito que seguramente se notará a
largo plazo, como lo explica Neyver Obando, coordinador del Sistema
Departamental de Áreas Protegidas de Chocó (SIDAP), para quien uno de los
grandes logros de este proceso fue haber puesto de acuerdo a consejos comunitarios
con diferentes posturas y prioridades, a impulsar un solo objetivo. “Aún no se
ve el impacto porque esto es algo nuevo que estamos apenas construyendo. Poco a
poco, la gente lo irá entendiendo y lo valorará en la medida en que compruebe
su efectividad como estrategia para asegurar su bienestar” agrega Neyver.