Un informe publicado en la revista Current Biology, y en el que participaron medio centenar de investigadores, entre ellos Germán Forero, director científico de WCS Colombia, indica que más de la mitad de las 360 especies de tortugas continentales o terrestres del planeta están en peligro de extinción. Explican que Latinoamérica, a diferencia de Asia, aún está a tiempo para actuar por el rescate de muchas de estas especies amenazadas.
La carranchina, habitante del Caribe, es una especie de tortuga que está en peligro crítico de extinción por la destrucción del bosque seco, el lugar donde habita. Por años, su ecosistema ha sido arrasado y, de paso, la vida digna de este reptil que solo se ve en esta región de Colombia. Hoy, a raíz de esos daños casi irreversibles a su hogar, las poblaciones de la Mesoclemmys dahli, su nombre científico, están fragmentadas en pequeños grupos de muy pocos individuos, con dificultades para desplazarse y conectarse.
Por eso, ante las dificultades ambientales que enfrentan con su entorno degradado, se han tenido que adaptar a condiciones ambientales diferentes al bosque seco, para comenzar a usar zonas de potreros que les permitan sobrevivir. Otras se están reproduciendo entre parientes (endogamia), exponiéndose a enfermedades irreversibles.
Esta es una historia lamentable que ha dejado de ser un suceso únicamente local. También, ha llamado la atención de un grupo integrado por 51 investigadores de todo el mundo, muchos de ellos especialistas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que acaban de publicar el informe ‘Turtles and tortoises are in trouble’, que indica que más de la mitad de las 360 especies de tortugas continentales o terrestres del mundo están en peligro de extinción. Una cifra que las ubica como uno de los animales vertebrados con mayores miembros en riesgo.
“Su desaparición implicaría perder millones de años de historia evolutiva, pero también malograr elementos de la biodiversidad que contribuyen significativamente a las cadenas alimenticias (biomasa), a la dispersión de semillas, al transporte de energía entre ecosistemas acuáticos y terrestres e, incluso, su trascendencia cultural”, explica Germán Forero, director científico de WCS Colombia y coautor del informe.
El problema que afecta a la carranchina, incluida en este oportuno pero incómodo listado, también lo viven muchas especies.
Según el informe, es la destrucción de los hábitats —para darles paso a la agricultura y a la ganadería, o incluso para desarrollar proyectos de infraestructura, como carreteras o represas— una de las mayores presiones que enfrentan estos reptiles en todo el planeta, principalmente en América y África.
Otra especie que está en el límite de su supervivencia por estos daños frecuentes en el paisaje es la Psammobates geometricus, una tortuga maravillosa por las figuras geométricas en forma de rayos que se dibujan en su caparazón. Está distribuida en un territorio muy pequeño de la provincia de El Cabo, en Sudáfrica, hábitat que se ha deteriorado en casi un 97 por ciento por la construcción de granjas y viviendas, al punto de que solo quedarían entre dos mil y tres mil ejemplares en vida silvestre.
Las transforman en mascotas
Es irónico, pero las tortugas han sido componentes integrales de los ecosistemas globales durante 220 millones de años y han desempeñado un papel importante en la cultura humana por 400 mil años, desde el surgimiento del Homo sapiens. Pero es ahora, y justamente en este momento de la historia planetaria, cuando esa relación históricamente cordial está más deteriorada que nunca.
Porque uno de los problemas más graves que resisten, dice la investigación, es el tráfico ilegal. Son sacadas a la fuerza de sus territorios para venderlas como piezas de colección. Así le ocurre a la tortuga angonoka (Astrochelys yniphora), endémica de Madagascar (África) y una de las más raras del mundo por la forma abombada de su caparazón, característica que atrae a traficantes de todo el globo. Podría extinguirse en los próximos años, ya que no quedan más de 300 ejemplares, lo que la ubica como la tortuga más amenazada del mundo.
En Europa son frecuentes también los intentos por introducir al mercado negro cargamentos de la llamada ‘caja china’, del género Cuora, que se distribuye además por Taiwán y Japón y que se vende entre coleccionistas.
Ese tráfico también está motivado por la utilización de sus partes para la fabricación de medicinas, supuestamente milagrosas. En China, por ejemplo, capturan a la ‘moneda de oro’, nombre popular para la Cuora trifasciata, endémica del sur de este país y del norte de Vietnam, para moler su caparazón y usar esta sustancia en la cocción de una bebida que se toma como un postre, llamada ‘guilinggao’, a la que se atribuyen propiedades para mejorar la salud de la piel. Por este uso masivo y sin sustento científico, está en peligro crítico de extinción.
Se suman, como otros rivales de los quelonios, el cambio climático, que puede aumentar el nacimiento de hembras por las variaciones de la temperatura en los lugares de anidación; los incendios forestales, muchos de ellos provocados para abrir espacios para cultivos; el ataque de especies invasoras, así como la contaminación de humedales o de otros ecosistemas debido al desarrollo de actividades mineras o de proyectos industriales, que arrojan materiales contaminantes a las fuentes hídricas, una situación que sufre la Graptemys geographica, muy conocida en Estados Unidos y Canadá como la tortuga mapa (por las formas que muestra en su caparazón), casi extinta por su exposición frecuente a desechos de la minería del carbón.
El documento también habla del consumo masivo y comercial de carne de tortuga. Menciona el caso de los barcos balleneros que en los siglos XVII y XIX podían recolectar en una sola jornada hasta 13 mil ejemplares con fines comerciales. Aunque en años más recientes, el consumo de carne y de huevos con este objetivo, aunque a una escala mucho menor, también ha impactado, por ejemplo, a la Podocnemis expansa, conocida en Colombia como charapa, visible en otros seis países de Suramérica, incluyendo a Brasil, y en estado crítico.
Latinoamérica está a tiempo
Uno de los mensajes más importantes de esta indagación es que a pesar de que el panorama es oscuro y poco optimista para este grupo taxonómico, en Latinoamérica, a diferencia de Asia (donde parte de sus reptiles nativos se extinguirán en 10 o 20 años), aún hay alternativas para rescatar o conservar a largo plazo muchas de las especies amenazadas.
“Tenemos la opción de abordar las amenazas porque aún tenemos poblaciones viables. Y, sobre todo, luchar para que nuestros quelonios no sean parte de una pieza más del insaciable tráfico ilegal, como está sucediendo con la matamata (Chelus fimbriata)”, agrega Germán Forero.
En Suramérica, por ejemplo, hay poblaciones impactadas, pero aún hay tiempo para actuar, con programas de conservación enfocados en reducir la mortalidad de las hembras y con iniciativas para combatir el tráfico. Se propone, entre otras opciones adicionales, que comunidades locales participen en procesos de monitoreo de especies, como parte de proyectos que les permitan aprender sobre su biología, ecología y, de paso, sobre su cuidado sostenible, con el fin de evitar que sus ingresos estén únicamente basados en la explotación inadecuada de la fauna.
Se sugieren muchas alternativas, porque las tortugas merecen otro trato. Son tan antiguas que se desarrollaron en el planeta mucho antes que las aves que vemos hoy en día. Por ese pasado extenso y generoso es justo que tengan estas y muchas otras oportunidades sobre la Tierra para recuperar su estirpe.