Esta es una de las cuatro especies de tortugas endémicas de Colombia y una de las menos estudiadas. Esta región chocoana, donde en 2017 se oficializó la creación de una zona protegida, garantizaría el futuro de este reptil, también conocido como ‘cabeza de trozo’ o ‘tapaculo del Chocó’, y en estado vulnerable precisamente por su reducida distribución. WCS Colombia y Turtle Survival Alliance comenzarán próximamente una investigación en esta región del Pacífico, para monitorear su población.
Germán Forero-Medina, director científico de WCS Colombia, cuenta que la última vez que vio a la tortuga ‘cabeza de trozo’ o ‘truenito’, un reptil escurridizo de no más de 20 centímetros de largo, la encontró en 2019 en los alrededores de Pizarro, el principal caserío del municipio de Bajo Baudó (Chocó).
Apareció en su escenario ideal: un mangual o zona pantanosa que suele crearse por el curso de algunos ríos, muy cerca del mar.
Y este acontecimiento aparentemente normal, porque esta es una especie asociada desde siempre a este departamento y a los ríos San Juan y Docampadó, se está convirtiendo hoy en un hecho trascendental.
Porque precisamente en esos terrenos donde Forero-Medina la pudo observar, se creó una zona de reserva en 2017, bautizada como ‘El Encanto de los manglares del Bajo Baudo’, un Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI).
Forero explica que haber hallado a la ‘tapaculo del Chocó’ —otro de sus nombres comunes—, en esa área de protección, podría asegurar que sus poblaciones perduren en el tiempo. Esto nunca estuvo garantizado, pero poco a poco podría comenzar a ser una realidad desde este momento, a pesar de que fue un tema sugerido durante varios años e insinuado en el Libro Rojo de Reptiles de Colombia, editado en el 2015.
Kinosternon dunni, su nombre científico, es una de las cuatro especies de tortugas continentales endémicas para Colombia (habita únicamente en el país), un grupo que completan la carranchina (Mesoclemmys dahli), la de río del Magdalena (Podocnemis lewyana) y la icotea del Atrato (Trachemys medemi).
Fue descubierta en 1947
La ‘truenito’ ha sido una tortuga valorada porque solo vive en nuestro territorio, pero, irónicamente, a pesar de esa condición, ha sido históricamente uno de los vertebrados menos estudiados, a pesar de que hace parte de un género arraigado en América y que agrupa a muchas especies.
Fue descrita por Karl Schmidt, en 1947, con base en dos ejemplares hembras que fueron colectados en Bajo Baudó y luego enviados desde el país a Estados Unidos, uno de los cuales aún reposa en la Academia de Ciencias de California, situada en San Francisco, calificado entre los mayores museos de historia natural del mundo.
Y su nombre se otorgó en honor a Emmet Reid Dunn [1894-1956], un notable herpetólogo del Haverford College, en Pensilvania (EE. UU.), que vivió y estudio en Colombia por muchos años. Federico Medem, herpetólogo de origen alemán, nacido en Letonia, quien trabajó por muchos años en Colombia hasta su muerte en Bogotá, y pionero del estudio de nuestros reptiles, hizo algunos reportes en la década de los 60 con base en tres individuos. Luego, la investigadora Olga Castaño-Mora, alumna de Medem y precursora del estudio de los quelonios en Colombia, reportó tan solo cuatro individuos en 1997.
Pero fue en 2012 cuando Germán Forero-Medina comenzó a llenar ese vacío de información porque decidió averiguar, al lado de su colega Eladio Rentería, en ese momento investigador de la Universidad Tecnológica de Chocó y actual investigador del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico (IIAP), si la ‘cabeza de trozo’ podía estar en un lugar diferente a ese sitio del Chocó. Además, porque otro investigador, Mario Garcés, había hallado por casualidad un ejemplar en Acandí, municipio del Caribe chocoano.
“Fuimos a la cuenca del Atrato, cerca de Quibdó, y específicamente recorrimos el río Quito. Encontramos una pequeña población en San Isidro (Río Quito), de unos 19 individuos, un hecho muy especial porque pudimos saber que vivía en una cuenca que, como la del Atrato, desemboca en el mar Caribe y en un lugar diferente a la cuenca del Baudó, que drena al Pacífico”, explica Forero-Medina. Esta fue la primera vez que se pudo comprobar que el hábitat de la tortuga no se reducía al Bajo Baudó.
Ellos certificaron, además, que en esa región pensaban que K. dunni era igual que otra especie muy cercana a ella, llamada Kinosternon leucostomum; es decir, creían que era el macho de esta última por ser muy parecida y más grande. Hoy, infortunadamente, el lugar ha sido destruido por la minería ilegal de oro.
Harán investigación sobre su estado
Precisamente, frente a las presiones que enfrentan algunas de las zonas donde permanece, y según la publicación ‘Biología y Conservación de las Tortugas de Colombia’, K. dunni, además de la deforestación de los lugares donde se resguarda, suele ser consumida por algunas comunidades. Pero el riesgo más significativo de los que enfrenta es, estrictamente, su reducida distribución, esto significa que cualquier daño a su ecosistema, por pequeño que sea, podría afectarla muy seriamente y motivar su extinción.
Por eso, WCS Colombia y Turtle Survival Alliance comenzarán dentro de poco, en Pizarro (Chocó), en conjunto con Codechocó y el Consejo Comunitario de Pizarro, un monitoreo de la especie que evalúe el estado de su hábitat, su población (sobre la cual no hay información) y los usos que las comunidades pueden darle, con el fin de afinar procesos de conservación. Este trabajo incluye encuestas que serán realizadas con las comunidades de los consejos comunitarios que integran el área protegida. A propósito, esta tortuga tiene un plastrón (parte inferior de su caparazón) dividido en secciones, una de las cuales, la posterior, cubre parte de sus partes blandas (de ahí que le digan ‘tapaculo del Chocó’). La idea de este nuevo esfuerzo científico y comunitario es que esta habilidad deje de ser una de sus pocas maniobras naturales para sentirse segura.