Veinte familias se comprometieron a evitar su captura y a cuidar parte de su hábitat. A cambio, recibieron asesoría para iniciar proyectos productivos que les ayudarán a fortalecer su seguridad alimentaria.
La tortuga de río o del Magdalena es una de las 25 tortugas continentales más amenazadas del mundo. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), está En Peligro Crítico de extinción. Es, además, una de las cuatro con mayor riesgo de desaparecer en Suramérica, según el Instituto Humboldt.
La especie es endémica para el país (no habita en otro lugar del mundo). Y precisamente unos de sus sitios favoritos son las ciénagas, los caños y las áreas inundadas del Magdalena Medio. En otras palabras, pasa gran parte de su tiempo dentro del agua. Pero es muy vulnerable. No solo se asolea en grupos y en las playas que quedan expuestas en los caudales, justo cuando el nivel de las aguas desciende. También, construye nidos donde deja a veces entre 20 y 30 huevos. Y es en algunos de esos momentos cuando la gente la captura.
Esta práctica ha causado una reducción considerable de sus poblaciones, afectadas principalmente por los daños a su hábitat, el cual ha sido deteriorado o contaminado por actividades agrícolas o pecuarias.
El Proyecto Vida Silvestre (PVS), en un intento por mitigar las agresiones que se han cometido desde hace décadas contra la Podocnemis lewyana, (su nombre científico), comenzó a trabajar en zona rural del municipio de Yondó (Antioquia), para que sus pobladores la respeten.
Paralelamente a los avances dirigidos en la región a la conservación del paujil, la marimonda del Magdalena, el bagre y el manatí, el PVS consiguió avanzar en 20 acuerdos voluntarios de conservación con familias de las veredas San Luis Beltrán y Remolinos Peñas Blancas, que ahora cuidarán a esta tortuga única.
Esto luego de la realización de un diagnóstico social que indicó cómo era la relación de la gente con el reptil. Este documento confirmó, entre otras cosas, que en este sector del país las comunidades comen su carne como una tradición cultural. Por eso, si alguno de ellos cae en alguna red de pesca, casi nunca es devuelto al río. Y por temporadas, como en la Semana Santa, suelen capturar muchos ejemplares para consumirlos o venderlos o comer sus huevos.
Cuenta Ernesto Ome, especialista en medios de vida sostenibles, de WCS, que las familias comprometidas con los acuerdos, algunas dedicadas a la ganadería o a la pesca, pero también a la agricultura, han recibido talleres de educación ambiental para que identifiquen algunas de las estrategias para respetar el entorno.
También fueron asesoradas para la creación de patios productivos, que son pequeñas huertas donde pueden cultivar productos de primera necesidad para autoabastecerse, intercambiar con vecinos o vender sus excedentes. Otros optaron por emprender con la crianza de gallinas para la venta de huevos y algunos más han preferido incursionar en la deshidratación de hierbas aromáticas. Como contraprestación a esta ayuda, los firmantes se comprometieron a evitar la captura de la tortuga, su consumo y venta o compra. También, se hicieron algunos aislamientos con cercas vivas para proteger zonas de bosque y quebradas, sus territorios preferidos.
“La comunidad ha abierto sus puertas a la protección de la tortuga, un hecho nada fácil porque su uso y consumo ha sido una tradición cultural histórica; de alguna manera las familias que decidieron apostarle a la conservación a través de los acuerdos están sembrando una semilla por su futuro”, explica Ome.