Por: Javier Silva
Con el liderazgo del *Proyecto Vida Silvestre (PVS) y en alianza con la autoridad ambiental Codechocó, en el corregimiento de Puerto Bolívar, sobre la cuenca del río Docampadó, habitantes del consejo comunitario de Concosta reprodujeron 10 mil plantas nativas que ahora crecen en sitios estratégicos que habían sido impactados por la deforestación y que hacen parte de la zona protegida ‘DRMI El Encanto de los Manglares del Bajo Baudó’.
En Bajo Baudó, población que resguarda una parte de las porciones de selva más importantes y estratégicas del Chocó, viven unas mujeres que podrían calificarse como ‘poderosas’. Si acaso para algunos esto puede sonar exagerado, es al menos evidente que son madres, hijas y esposas que defienden con fervor la enorme biodiversidad de esta región colombiana.
No son cientos. Se reducen a once. Pero, en poco tiempo, y guiadas por profesionales y botánicos expertos, ellas lograron reproducir 10 mil árboles, correspondientes a siete especies nativas, que fueron sembrados en cuatro grandes núcleos o tramos estratégicos de la selva y de la cuenca del río Docampadó, con el fin de restaurar esas áreas naturales.
El trabajo fue impulsado por el Proyecto Vida Silvestre (PVS), que dirige WCS Colombia, en alianza con Codechocó y el consejo comunitario Concosta. Y ha estado dirigido por Selene Torres, líder de Restauración Ecológica de esta iniciativa, así como por Hamleth Valois Cuesta, consultor experto en restauración y en el trabajo con consejos comunitarios, e integrante del Grupo de Investigación en Ecología y Conservación de Ecosistemas Tropicales, de la Universidad Tecnológica del Chocó.
Así lo dicta el Plan de Manejo del DRMI
Todo este esfuerzo técnico y comunitario se ha concentrado, a su vez, en una parte del territorio del consejo comunitario de Concosta y dentro de ‘El Encanto de los Manglares del Bajo Baudó’, un lugar especialmente importante de la región, declarado en 2019 como reserva o Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI), y en el que se resguardan unas de las porciones de manglar más importantes del país.
A pesar de su condición de zona protegida, puntos estratégicos de sus más de 300 mil hectáreas han sido afectados por la deforestación o la tala. Con frecuencia, y en años pasados, pobladores han tumbado árboles de gran tamaño, con el fin de vender la madera y ganarse un dinero para sostener a sus familias.
Los daños ocasionados luego de esta práctica son algunos de los que están siendo reparados con el trabajo que lideran las ‘mujeres empoderadas’, como han sido llamadas. La labor también apoya parte de los objetivos que se trazó el Plan de Manejo del DRMI, es decir, la hoja de ruta redactada y aprobada posteriormente a su declaratoria y que busca afinar, a lo largo del tiempo, la conservación y protección de esta gran superficie estratégica.
“Desde el año 2021, Concosta y las mujeres de Puerto Bolívar habían manifestado su intención en adelantar ejercicios de restauración de especies de mangle y de maderables sobreexplotadas, debido a una percepción de escasez de estos recursos y a la ausencia de ejercicios por recuperar sus poblaciones. Fue ese interés el que abrió la puerta para iniciar este proceso en las distintas etapas de la restauración ecológica”, explica Selene Torres.
‘Las recogepalos’
Yili Marcela Ibargüen Cáceres es una de las integrantes del grupo de ‘empoderadas’. Ella, técnica local del PVS para este proyecto, explica que las 10 mil plantas se reprodujeron, inicialmente, en un vivero artesanal que había sido construido hace ya algunos años en el corregimiento de Puerto Bolívar, con el apoyo de Concosta, y cuyas instalaciones fueron ahora fortalecidas y adecuadas por el PVS. El lugar se transformó en el centro de operaciones de lo que ella y sus compañeras han definido como una “sembratón”.
“Luego de varias reuniones se escogieron las especies que se reproducirían. De unas 70, más o menos, que eran referidas por amigos, por los pobladores más conocedores o que nosotras mismas habíamos visto siendo muy pequeñas, elegimos 7, por ser las que tenían mayor disponibilidad y podían ofrecer mejores resultados”, dice Yili.
Ella se refiere a que no bastaba con escogerlas. También era necesario caminar la selva para buscar sus semillas o, si era posible, plántulas (propágulos) de cada uno de los árboles elegidos, en jornadas que se prolongaban durante horas y en las que se debían aprovechar las épocas de fructificación de los pocos ejemplares de cada una de las especies que aún sobreviven.
Algunas de estas pequeñas expediciones se desarrollaron, relata Yili, en medio de la incredulidad de esposos o compañeros. “Nos llamaban las ‘recogepalos’. Nadie creía, pero con el tiempo fueron pensando diferente”. Y tanto fue el cambio, que, con los días, esos mismos hombres incrédulos comenzaron a acompañarlas en los recorridos y se transformaron en recolectores. Para ser más exactos: aceptaron ‘la derrota’, desmontaron el orgullo y se autodenominaron como ‘cazadores de semillas’.
“Que nuestros árboles más valiosos puedan crecer de nuevo y en abundancia es muy importante para todos. Es un mensaje que hemos querido replicar entre los jóvenes, quienes serán nuestro relevo generacional”, agrega Yili.
Después de algunos días bajo el cuidado de las viveristas, las semillas y las plántulas seleccionadas eran llevadas al vivero, donde se sembraban hasta que alcanzaban un tamaño adecuado (al menos 30-40 centímetros de altura), momento en que se podían trasplantar al sitio definitivo.
Ejemplo regional de conservación
Todo este paso a paso requirió capacitaciones para Yili y sus compañeras en temas como el tratamiento de las semillas, el seguimiento a la germinación y el embolsado de las plantas que iban creciendo; todo esto sumado a la toma de registros y la siembra final. Hoy, gracias a su empeño, crecen en vida silvestre otobos (Otoba gracilipes), cauchos (Brosimum utile), algarrobos (Hymenaea oblongifolia), animes (Protium veneralense), winas (Carapa guianensis), natos (Mora oleífera) y carras (Huberodendron patinoi).
“Más allá de la restauración ecológica ejecutada, que tuvo un fuerte componente de construcción comunitaria, ha sido interesante resaltar la creación de capacidades locales. La propagación o reproducción de las especies se hizo con el apoyo consciente y comprometido de los pobladores. Se definieron estrategias y se realizaron las sembratones comunitarias en espacios seleccionados, pensando en la necesidad que tenemos de devolverle a la naturaleza una parte de lo que nos ha dado, pero con el compromiso de cuidar todo aquello que logremos recuperar”, comenta Selene Torres.
Entre otros objetivos, además de apoyar el resurgimiento de zonas degradadas, “con las siembras y todo el proceso de restauración hemos apoyado también algunas fincas para que logren diversificar su oferta”, afirma, por su parte, Hamleth Valois. Él agrega que en algunas de esas tierras crecían hortalizas o frutales, pero les faltaba el componente forestal, un plus o contrapartida que en un tiempo puede traducirse en una oportunidad para prestar servicios ambientales.
“Ahora solo nos resta esperar que, con las capacidades locales generadas, el vivero fortalecido, las áreas en proceso de restauración y el gran trabajo realizado por la comunidad, las acciones en favor del territorio se refuercen”, concluye Selene. La satisfacción sería completa si, además de esto último, con el paso del tiempo las mujeres pudieran seguir siendo vistas como un gran ejemplo regional de conservación y consolidaran su papel como multiplicadoras de buenas acciones en sus territorios.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).