Por Javier Silva
Inspirado en conseguir una naturaleza positiva, que logre revertir la pérdida de biodiversidad, el programa ‘Conservamos la Vida’, que lideran Grupo Argos, WCS Colombia, Parques Nacionales Naturales, la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) y la Fundación Smurfit Kappa, logró que la ocupación o presencia de ejemplares del mamífero, en una gran zona delimitada entre los departamentos de Cauca, Valle, Risaralda y Chocó, pasara del 52 al 76 por ciento en seis años.

—Yo siempre hablo del oso andino con alegría—.
Esta es una de las primeras frases que se le escuchan a Doralice Pérez, cuando relata su vida desde las montañas del Valle del Cauca. Ella es una habitante de Villanueva, inspección del municipio de El Águila, dedicada casi que por completo a la agricultura, y especialmente al cultivo de café, en su finca Campoalegre.
—¿Lo ha visto?
—Nunca. Pero mi esposo cuenta que un día, hace poco, cuando estaba en la finca, escuchó un ruido muy extraño. Pensó que podían ser desconocidos merodeando. Salió con el perro a vigilar, en pleno aguacero, y encontró a un oso subido en un árbol
—¿Le tiene miedo, Doralice?
—No, al contrario, yo estoy feliz de que eso pase. Ojalá se me apareciera; hasta comida quisiera llevarle. Es que ese día mi marido cargaba el celular equivocado y no le pudo tomar la foto, pero yo le creo, ha vuelto, eso es cierto, y con él muchos otros animales.
Recorren un espacio cada vez mayor
Encontrar las huellas de este mamífero imponente ya no es un asunto inusual en la Cordillera Occidental de Colombia. Como lo cuenta Doralice, comenzó a ser frecuente que ejemplares del único oso de Suramérica, conocido como oso andino, y al que incluso llaman oso de anteojos —esto por las manchas circulares que determinados individuos exhiben alrededor de sus ojos—, recorran con mayor tranquilidad parte de los bosques que se mantienen en al menos 8623 kilómetros cuadrados de una parte del país, distribuidos en los departamentos de Cauca, Valle del Cauca, Risaralda y Chocó, y especialmente en sectores donde se ubican, además de El Águila, los municipios de Dagua (Valle del Cauca), El Tambo (Cauca), y algunas hectáreas de los parques nacionales naturales Tatamá, Munchique y Farallones de Cali.
Cuando Doralice afirma que el oso “ha vuelto”, esas dos palabras resumen una buena noticia sustentada en cifras.
Según el programa “Conservamos la Vida” —en el que se han unido la Fundación Grupo Argos, WCS Colombia, la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), Fundación Smurfit Kappa y Parques Nacionales Naturales de Colombia— la tasa de ocupación de los ejemplares de la especie aumentó en este enorme espacio geográfico. En otras palabras, los individuos de Tremarctos ornatus —nombre científico del oso— que antes habitaban en el 52 por ciento de ese territorio delimitado e influenciado por ‘Conservamos la Vida’, ahora se les puede ver en una extensión mayor, que equivale al 76 por ciento de esa misma área, nombrada técnicamente como Unidad Núcleo de Conservación (UNC). En este sentido, y como un resultado concluyente, la ocupación se incrementó en un 46 por ciento.
“Sectores de las zonas priorizadas ofrecen ahora condiciones que antes no existían y que han permitido que los osos estén allí. En conclusión, hay mayor cobertura de bosques y una menor presión productiva”, explica Mauricio Vela, líder de mamíferos grandes de WCS y coordinador de ‘Conservamos la Vida’. Él argumenta que no se puede decir con certeza que hay más osos, sino que los existentes ahora pueden abarcar, desplazarse o apropiarse de una porción de terrenos mayor.
Pérdida de su hábitat
El oso andino, que recorre asimismo las cordilleras Central y Oriental de Colombia, puede verse en Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. Ha sido declarado en estado ‘Vulnerable’ por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), porque desde hace décadas sus poblaciones disminuyeron al enfrentarse a un paisaje cada vez más deteriorado por el avance de la agricultura, la ganadería y las obras de infraestructura.

Esto último ha originado otro dilema: algunos son cazados porque, precisamente, al perder su hogar (bosques y páramos), tienen contacto con fincas de comunidades rurales, dando origen a eventos de cacería por retaliación cuando, en medio de su búsqueda de alimento, han atacado por instinto a animales domésticos o de producción, como ovejas o vacas. El ganado también se transforma en una ‘carnada’ para el mamífero, porque no suele ser vigilado adecuadamente o los ejemplares muertos no son enterrados oportunamente—y el oso es una especie carroñera—.
Fue en medio de esta situación que surgió ‘Conservamos la Vida', como un plan enfocado a mantener las poblaciones viables del oso andino, la protección y recuperación de su hábitat y para fomentar un manejo adecuado de las actividades productivas que lideran las comunidades campesinas que cohabitan con él.
El aumento de la ocupación del oso en el polígono demarcado anteriormente responde, precisamente, al trabajo realizado con ese enfoque sostenible desde 2016 y que ha incluido la identificación de localidades o puntos de trabajo a lo largo de la Cordillera Occidental y un diagnóstico que indicó, en su momento, que el mayor beneficio que se le podía dar al oso era aumentar la cantidad de espacio donde él pudiera habitar de forma silvestre.
A partir de esa conclusión comenzó el trabajo dirigido a la población rural —fase de implementación—, para que ciertos predios, sin tener que detener sus actividades, contribuyeran con la ampliación de áreas naturales. Luego de más de un centenar de visitas a campesinos, se firmaron acuerdos, en los que los propietarios de las fincas destinaron una porción de los terrenos a la conservación.
Y a cambio, recibieron beneficios o asesoría para realizar actividades productivas más limpias. Se les apoyó, entre otras cosas, con insumos agrícolas, materiales para hacer siembras de una o varias plantas que, a su vez, sirvieran para alimentar el ganado (bancos de forraje). O recibieron materiales para construir huertas con las que podrían mejorar la seguridad alimentaria. Se construyeron pozos sépticos para mejorar el saneamiento y la calidad de vida. O establos para demarcar el desplazamiento del ganado, delimitados con cercas eléctricas y aislamientos que los separan de las zonas que ellos mismos destinaron para el mantenimiento del bosque. De esta forma, se impide que las vacas lleguen a ese lugar elegido para la recuperación ambiental y, de paso, se encuentren accidentalmente con el oso.
Por ejemplo, uno de los casos más notorios es el de una finca conocida como La Cabañita, en la cuenca del río Anchicayá, del corregimiento de El Queremal, en Dagua, y que promueve el avistamiento de aves y el ecoturismo. Esa propiedad recibió de ‘Conservamos la Vida’ la adecuación de una plataforma conocida como ‘El Mirador de Doña Dora’, que se ha convertido en un punto de observación para los turistas y ornitólogos. Los dueños, a su vez, destinaron 130 hectáreas de terrenos para la conservación.
Un café dedicado al oso
—Doralice, ¿usted cree que el oso los ha llevado a reflexionar sobre su papel como campesinos en una zona tan biodiversa?
—Yo creo que sí. Es que muchos no habíamos entendido lo que pasaba cuando se presentaban problemas con el animal, no sabíamos que éramos nosotros mismos los que estábamos causando un conflicto al dañar su territorio. No ha sido tarde para aprenderlo. Ahora podemos decir que todo lo bueno que nos está pasando se lo debemos al oso, agrega.

Ella se refiere a que su familia, unida a otras diez distribuidas en zona rural de El Águila, fue apoyada en la producción de un café de alta calidad que atendiera prácticas ambientales responsables (manejo de fertilizantes, del agua o de residuos como aguas-mieles), y que pudieran vender a un mejor precio para obtener ingresos adicionales. El objetivo se cumplió con la consolidación del Café Oso Andino. Inicialmente, los hogares cafeteros dispusieron 365 hectáreas en total para resguardar el tránsito del oso, mientras lograron producir 776 kilogramos de café de las variedades Caturra, Castillo y Colombia, que arrojaron un puntaje de 86 por ciento relacionado con su calidad.
Hoy, las familias, incluyendo la de Doralice, han seguido adelante con la producción de la marca, que se ha constituido en uno de los resultados más exitosos dentro de todo este empeño entre entidades públicas y privadas: el grano se está exportando y se vende a Colcafé, que fabrica a su vez el café ‘Cordillera del Oso de Anteojos’, de su línea gourmet ‘Matiz’, esto a partir del producto cosechado por las familias de El Águila.
Naturaleza positiva
El Café del Oso Andino fue lanzado en el año 2020 y un año después comenzó su consolidación. Tal vez al mismo tiempo que en Ginebra, (Suiza), los directivos ejecutivos de las 14 organizaciones ambientales más grandes del mundo, entre ellas Wildlife Conservation Society (WCS), hicieron un llamado global para detener y revertir la pérdida de biodiversidad en el planeta.
La petición fue apoyada por los gobiernos que participaron en la Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP 26) que se desarrolló en Glasgow (Escocia), en 2021; en la COP 27 del año pasado, en Egipto, así como en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica, efectuada en Montreal (Canadá), a finales del 2022.
La idea es alcanzar tres hitos trascendentales: que desde ahora, las ganancias de flora y fauna comiencen a superar las pérdidas —en lo relacionado con los recursos biológicos—, para que en el año 2030 la humanidad pueda conseguir un balance neto positivo, que sea la base para lograr una recuperación completa en 2050.
¿Cómo se lograría esto? Precisamente ‘Conservamos la Vida’ es un ejemplo del camino a tomar para conseguirlo. Porque desde esta iniciativa, y con la participación crucial de la gente —como ya lo han explicado Doralice Pérez y Mauricio Vela—, se ha puesto fin a actividades que dañan los ecosistemas.
Hay decisiones que buscan recuperar sitios degradados. Y, para ser más exactos, se perfeccionaron las actividades productivas en al menos 92 predios, para que la contaminación relacionada con ellas disminuya. En total, y en otros resultados, el proyecto logró la firma de 67 acuerdos de conservación con campesinos del Valle del Cauca, Risaralda y Cauca, que permitieron el mejoramiento de 1445 hectáreas de áreas dedicadas a la producción agropecuaria.
Y se consolidó la conservación de 1460 hectáreas de bosque natural para el oso. Esto está logrando que unas 21 especies de fauna, cuya presencia no era frecuente, hayan comenzado a notarse en la zona, como pumas, tigrillos, mapaches, zarigüeyas y venados, según registros de cámaras trampa.
La fase de monitoreo que identificó el aumento de la ocupación del oso, ejecutada luego de todo el trabajo con las comunidades, informó que no se han reportado más casos de cacería por retaliación. Y la ganadería, aunque sigue coaccionando al oso, ya no es su principal rival. Ahora, las carreteras (ya sean pavimentadas, destapadas o caminos veredales) son su adversario más fuerte, porque todas van en contravía de su comportamiento elusivo (tímido) y, además, podrían llegar a desencadenar atropellamientos o a propiciar cambios en sus hábitos naturales.
El oso andino se puede ver en muchas otras regiones del país. Por eso, un esfuerzo similar de diagnóstico y recuperación de su entorno está consolidando ‘Conservamos la Vida’ en la cordillera Central, más estrictamente en sectores de Génova y Pijao (Quindío), Palmira y Buga (Valle), Santa María (Huila), Puracé y Sotará (Cauca) y La Cruz (Nariño). Se avanza allí en la firma de acuerdos de conservación, ampliación de un corredor biológico destinado a la preservación del ecosistema e intentos por reducir el conflicto entre dueños de fincas y la especie.
Tal vez por eso en poco tiempo, toda esta historia en favor del ‘guardián del agua’ o del ‘jardinero del bosque andino’, otros sobrenombres con los que es conocido el oso por su capacidad para dispersar semillas que renuevan la flora, ofrecerá un final lleno de optimismo y esperanza.