Por Javier Silva
Los Acosta Mena son un ejemplo del esfuerzo de once hogares de la vereda El Líbano, de Orito (Putumayo), dedicados a rescatar el cultivo orgánico del grano y transformarlo en una alternativa productiva. Una idea con la que contribuyen a la conservación del medio ambiente e intentan mejorar su calidad de vida.
Al recorrer la finca de Luis Eduardo Acosta y Floraliz Mena, situada en la vereda El Líbano, del municipio de Orito (Putumayo), se alcanzan a ver las aguas del río Guamuez, que fluye sin descanso hacia su desembocadura en el río Putumayo.
Por añadidura, en este territorio llamado ‘Las Palmeras’, la vista se encuentra con algunos cerros que no tienen nombres conocidos; hay un bosque tupido que se extiende sin marcar muchas fronteras y, a lo lejos, se distinguen las que podrían ser algunas de las montañas que anudan una parte de la gran cordillera de los Andes.
Es una tierra fértil, en pleno piedemonte Andino-Amazónico, que Luis Eduardo está transformando, además, en suelo cafetero.
Aplicando su experiencia de más de 10 años como agricultor, él quiere ahora establecer un cultivo del grano de buena calidad, con el que pueda consolidar la productividad y mejorar sus ingresos. Hay un desafío detrás de este empeño: y es posicionar un producto que no ha predominado en la zona, que nunca ha sido protagonista en este escenario natural en donde sobresalen tantas aves y plantas medicinales.
En El Líbano siempre se ha sembrado plátano, yuca, caña panelera; ha habido ganadería. Por su parte, el grano ha sido escaso y únicamente reconocido en otras poblaciones del departamento, como Mocoa y Villagarzón, principalmente. Pero la historia ha comenzado a dar un giro. Y con la de Luis Eduardo ya son al menos 11 las familias de este sector involucradas con desarrollar y rescatar la caficultura.
Y es una oportunidad que nace como parte de las estrategias impulsadas por el Proyecto Vida Silvestre (PVS) en la región, que no solo trabaja por la recuperación de especies de flora y fauna, algunas de ellas en vías de extinción. Es una iniciativa que, así mismo, ayuda a las comunidades a mejorar sus condiciones de vida, precisamente para reducir la deforestación, la contaminación del suelo y otras presiones al medioambiente.
Teniendo en cuenta que en la vereda hay cultivadores que hace años habían tenido experiencias trabajando el grano (mucho antes de la llegada del PVS), se está logrando un acompañamiento para que retomen el trabajo, mejoren las técnicas de recolección y de manejo, y se haga un mejor tratamiento del suelo y del secado, entre otras cosas, explica Jesús Erira, tecnólogo forestal de WCS.
Se suma a esto la promoción de una agricultura lícita, que reduzca cada vez más la eventualidad de que algunos pobladores piensen en dedicarse al cultivo ilegal de la coca.
El Líbano tiene una condición especial: su clima, que es óptimo para el desarrollo cafetero. Esta es una localidad que se encuentra sobre los 700 metros sobre el nivel del mar, y en un punto estratégico donde convergen la Amazonia y la región Andina.
Cargados de esperanza
Luis Eduardo Acosta explica que, aunque nació en Puerto Asís, llegó a vivir en El Líbano desde que tenía cinco años. Hoy trabaja en diferentes oficios para ganarse la vida, pero su confianza y anhelos están puestos en los cafetales que se ha empeñado en proteger dentro de su predio.
—Este año he estado sacando entre 20 kilos de café cada 15 días, aproximadamente, con dos mil plantas que tengo sembradas. Parte lo uso para el autoconsumo y el resto lo vendo en Orito—, dice.
No trabaja solo. Todos los sábados y domingos, Floraliz, su esposa, y sus dos hijos —Jean Carlos, de 15 años, y Yeirman David, de 10— lo ayudan en la recolección. Una vez reunidos los granos, deben caminar una hora por una trocha, cargarlo a un caballo y sacarlo a un lugar donde se despulpa y se lava. Más adelante, se pone en el secadero durante 8 o 10 días.
—Mis hijos me ayudan a despulparlo, y mientras tanto Floraliz se encarga de algunas labores domésticas. Es un trabajo en equipo en el que cada uno aporta y pone de su parte—, explica.
Uno de los desafíos a los que se está enfrentando la familia Acosta Mena, al igual que sus vecinos cafeteros, es lograr una producción orgánica del grano, que sea respetuosa con el medio ambiente.
El PVS apoya a las familias involucradas con herramientas y la asesoría técnica suficiente, parte de la cual está enfocada a la fabricación de abono natural, con base en excrementos de animales, y con el cual se detenga el uso total de pesticidas.
También se cuida el bosque. Casi todos los propietarios han destinado una parte de sus fincas a la conservación. De esta forma, las personas pueden aprovechar mejor sus siembras y evitan extenderlas más allá de un área delimitada. Y como los cafetales necesitan sombra, parte de ella se está logrando con la plantación de especies nativas como leguminosas y árboles frutales y maderables, entre las que aparecen cedros, granadillos, canaletes y guamos, que además aportan materia orgánica.
—Soñamos con el día en que podamos producir un café orgánico que nos lo paguen a un precio que reconozca esa condición, porque no es usual encontrar en la región un producto de ese tipo, al menos en Orito—agrega Luis Eduardo.
Hoy, entre los involucrados, hay una producción promedio de 100 kilos mensuales de café pergamino seco. Se quisiera consolidar una cosecha permanente, que permita pensar, a mediano plazo, en una comercialización formal. Y en este último objetivo es donde está concentrado y justificado el esfuerzo de todos.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).