Por Javier Silva
Los propietarios de nueve fincas situadas en la vereda Torrecillas de este municipio del Cesar, y aledañas a dos quebradas que desembocan en la ciénaga de Zapatosa, se comprometieron a mejorar sus actividades productivas y a cuidar su territorio, para apoyar el futuro de la Mesoclemmys dahli, tortuga endémica, habitante de la Costa Atlántica, pero declarada En Peligro Crítico.
De las 27 tortugas continentales que habitan en Colombia, 10 de ellas están bajo amenaza, algunas muy cerca de la extinción.
Esta conclusión, obtenida por el Instituto Alexánder von Humboldt, cobija precisamente a una de las especies más preciadas: la Mesoclemmys dahli, conocida como carranchina, aunque también le dicen montañera. Es endémica del país —no puede verse en otro lugar del mundo—y habita en algunas porciones del bosque seco que aún se conservan en la Costa Atlántica.
La difícil situación de la tortuga, declarada por la Unión Internacional para la Naturaleza (UICN) como En Peligro Crítico, no es casual. Tiene como responsables directos a los humanos, muchos de los cuales han dañado su hábitat.
Durante años, ellos han extraído arena de los caños o quebradas —donde a ella le gusta reposar—, para luego vender ese material y ganar algún dinero. Otros han tumbado muchos árboles del bosque con tal de comercializar su madera o aprovechar esas nuevas zonas deforestadas y, de paso, ampliar cultivos o introducir más ganado.
Estudios de Turtle Survival Alliance (TSA), WCS Colombia, en equipo con las universidades Andes y Nacional, han dicho que, por todos esos daños descritos, la población de la carranchina —distribuida por los departamentos de Bolívar, Córdoba, Sucre y Cesar— está fragmentada en pequeños grupos de muy pocos individuos.
Igor Valencia, líder para el estudio de tortugas en WCS, explica que, debido a ese aislamiento, entre las poblaciones remanentes (o restantes) hay muchos casos de endogamia —reproducción entre parientes cercanos—, una situación que ha acentuado la pérdida de diversidad genética entre ellos. Otra consecuencia de la endogamia es que los hace propensos a sufrir enfermedades.
Acuerdos y restauración ecológica
La salvación de la carranchina es, por todo lo anterior, una batalla contra el tiempo, donde la ciencia propone soluciones continuamente. Y a la que se están uniendo comunidades, con decisiones conjuntas y a su favor.
Uno de esos grupos humanos lo forman nueve familias que habitan en igual número de fincas en la vereda Torrecillas, de Chimichagua (Cesar), y quienes están reconstruyendo un sector del hábitat de la especie, apoyadas por el Proyecto Vida Silvestre (PVS)*.
En este lugar hay dos quebradas, conocidas como San Fernandera-Caracolí y Guaraguao, que desembocan en la Ciénaga de Zapatosa; las únicas en todo el Cesar donde se pueden ver individuos de la carranchina.
Luis José Morales, propietario de uno de esos predios, conocido como Los Barriales, relata que las actividades para el cuidado de la especie no están enfocadas en restringir o prohibir sus trabajos agrícolas o pecuarios tradicionales, sino a optimizarlos; a que sean menos impactantes y contribuyan a mejorar porciones del paisaje.
“Hace 25 años, o más acá, era normal que se hicieran quemas y otras actividades, sin saber que eran perjudiciales”, cuenta Luis José.
Ahora, mejor informados y conociendo la importancia del reptil, los propietarios de los predios —suman 24 personas en 394 hectáreas— firmaron acuerdos para destinar algunos de sus espacios a la conservación.
A cambio, y hasta el año pasado, habían recibido asesorías y apoyo con materiales, para, entre otras cosas, construir cercas de aislamiento —se han instalado a lo largo de 48 hectáreas—, que hoy ya separan los animales de la finca de aquellas rondas que la carranchina usa para desplazarse.
Y apoyaron, además, procesos de restauración, con los que han rehabilitado 15 hectáreas gracias a la siembra de 12 mil 375 árboles. Igor Valencia dice que la rehabilitación del bosque es determinante para la recuperación de la especie, sobre todo si esos trabajos de reforestación se extienden en los alrededores de las quebradas.
Sumado a lo anterior, y en un intento para que sus áreas agrícolas contribuyan a proteger la biodiversidad, están fabricando abonos orgánicos, construyendo patios productivos o huertas y sembrando más de 8 mil plantas de guanábana, guayaba, aguacate, mango, naranja, plátano, yuca y zapote. Con estos árboles y huertas no solo afianzan su seguridad alimentaria, asimismo contribuyen a consolidar sistemas agroforestales.
También han construido cercas, bebederos para el ganado y pozos profundos o jagueyes, con tal de que las vacas no caminen libremente y contaminen quebradas cuando necesitan hidratarse.
Todo este trabajo se complementará, a corto plazo, con algunos monitoreos de la población de carranchinas en la zona, liderados por WCS Colombia, los cuales se están ajustando para que, una vez desarrollados, arrojen resultados fiables. De todas formas, los expertos consultados indican, como una posibilidad, que a medida que se avance en la reparación del hábitat como lo están haciendo los pobladores de Torrecillas, se esperaría una mejoría en la situación poblacional de la especie.
‘Al cuidar la tortuga cuidamos otras especies’
“Hoy ya existe un grupo capaz de monitorear a la carranchina. E incluso, el *Proyecto Vida Silvestre (PVS) comenzó a acompañar la creación de al menos dos reservas de la sociedad civil y dos territorios más que podrían transformarse en Otras Medidas Efectivas de Conservación Basadas en Áreas (OMEC), espacios gestionados para lograr resultados positivos y sostenidos, a largo plazo, que conserven la flora y la fauna”, explica Ernesto Ome, especialista en Iniciativas Productivas del PVS.
Ernesto dice que se han incorporado talleres de educación ambiental con los niños de las escuelas rurales Jiliaba y Torrecilla, la creación de murales y la cartografía social de algunos predios.
Toda esta labor ambiental y social comenzó en el 2017 y tuvo en el 2023 un año de consolidación, que espera agregar algunos proyectos productivos que ayuden económicamente a los pobladores —por ejemplo, una asesoría para la fabricación de sombreros de palma de iraca—.
Luis José agrega que tal vez lo más importante de todo este proceso es que, poco a poco, han comenzado a conocer a la carranchina. “Hace tiempo la veíamos y nadie le ponía atención. Ahora hemos aprendido a ver en la tortuga un ser que nos beneficia. Y que al cuidarla nos permite preservar otros animales, como monos y felinos”.
Los trabajos por la especie en Chimichagua no son una excepción en el Caribe. Se unen a la creación de la Reserva La Carranchina, de 120 hectáreas, situada en San Benito Abad (Sucre), adquirida por WCS Colombia, en colaboración con Turtle Survival Alliance (TSA) y Rainforest Trust. Poco a poco, este lugar se está transformando en el primer sitio destinado a su protección y donde se trabaja en la expansión de humedales y bosques secos para conseguir un buen lugar que ayude a su defensa.
Esta última reserva y los territorios de Chimichagua (Cesar), apoyados por los finqueros, no son poblados unidos geográficamente. Pero forman parte de dos trabajos que muy seguramente comenzarán a inspirar, en otras regiones costeñas, más cruzadas por la conservación de la Mesoclemmys dahli, una labor que podría definirse en dos palabras: irremediable y urgente.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, Fondo Acción y WCS Colombia, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).