Cristina López Gallego, bióloga de la Universidad de Antioquia, hace un diagnóstico sobre estas plantas que compartieron espacio con los dinosaurios, pero que ahora el hombre se ha encargado de poner contra la pared. Celebra el reciente hallazgo de una población de ‘Zamia tolimensis’, que permitiría el rescate de esta especie endémica, perseguida muy de cerca por la extinción.
Cuando dice que todas están bajo algún grado de amenaza, Cristina López Gallego, bióloga de la Universidad de Antioquia y doctora en biología de la conservación de la Universidad de Nueva Orleans (EE. UU.), habla con pesar, como quien entrega un diagnóstico sobre un enfermo terminal. Se refiere a las zamias, sus plantas favoritas desde que era una estudiante de pregrado, y que ha seguido y ‘perseguido’ sin hacer muchas pausas por todo el país, seducida por sus formas, asombrada por sus extrañas hojas que parecen construidas por un diseñador de otro mundo y fascinada por las combinaciones de colores que exhiben, en las que caben, sin caer en lo vulgar o lo estrambótico, el naranja con el verde o el morado con el rojo.
Pero el relato de esta experta también le da espacio al optimismo. Porque aunque no hay discusión sobre el hecho de que todas las especies colombianas de las cyícadas, como también son conocidas, están en algún grado de extinción, hace poco, en la subcuenca del Siquila, en Planadas, Tolima, fue encontrada una de ellas. Ocurrió durante la caracterización biológica del proyecto ‘Río Saldaña- Una Cuenca de Vida’, iniciativa que lideran WCS, Agregados Argos, Cortolima y Parques Nacionales Naturales de Colombia.
En dicha caracterización, los investigadores hallaron una población extraordinaria y en buen estado de Zamia tolimensis, descrita en el 2011, que solo existe en esta parte de la región Andina (endémica). Esta es, además, una de las 9 especies de zamias que está en peor estado en nuestro territorio y cuya condición es producto de los mismos males que también están acabando con el resto de sus congéneres: la deforestación.
Un hallazgo que permite pensar en que la historia podría cambiar “si la investigación para este grupo florístico se perfecciona y nos permitiera conocer mejor su biología poblacional, su ecología y su respuesta a los cambios en su hábitat”, tal como se lee en el Plan de Acción para la Conservación de las Zamias de Colombia Colombia.
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Es imposible hablar de zamias sin mencionar que ya existían desde el período Pérmico, hace unos 250 millones de años. Sin embargo, ellas tuvieron su máxima expansión en la era Mesozoica, durante el Jurásico, hace cerca de 150 millones de años, justo al lado de los dinosaurios, para quienes sirvieron de alimento. Y Cristina remata esta pequeña historia con una frase llena de ironía: “no las acabaron ellos, esos gigantes que eran herbívoros (solo comían plantas), pero sí las estamos acabando nosotros, los humanos”.
Zamia pyrophylla - Foto: Carlos Gutiérrez
Muy longevas y con ciclos de vida de más de 100 años, las zamias son dioicas, es decir, producen conos masculinos y femeninos en diferentes individuos. No tienen flores, y a veces parecen lo que en las ciudades conocemos como helechos, pero también hay muchas que se caracterizan por ser pequeñas y con hojas con diferentes formas y estilos.
En la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) están en el capítulo del grupo de plantas más amenazado del planeta, con más del 60% de las 355 especies existentes en alguna categoría de riesgo. Las afectan la destrucción de su hábitat, pero además una intensa persecución por su condición de plantas ornamentales, que las lleva a ser traficadas y demandadas por coleccionistas en todo el mundo.
En Planadas (Tolima) fue hallada una población de Zamia tolimensis de la que no se tenían registros. Fotos: Yadi Toro
Y a partir de ese diagnóstico global, se puede decir que si en el mundo están mal, en Colombia las cosas no son diferentes, así este sea el país con la mayor cantidad de especies de zamias en el planeta (23), de las que 15 (65%) son endémicas. Todas, sin excepción, sobreviven a lo largo y ancho de nuestra geografía, bajo algún tipo de amenaza.
De la totalidad que aún existe, sobresalen 11 especies en las cordilleras andinas y los valles interandinos, 7 especies en el Pacífico y también en la Amazonia, donde habitan 5. Incluso, se pueden apreciar en el Caribe (en La Guajira), en los enclaves secos del Chicamocha, el piedemonete de los Llanos Orientales y, por supuesto, en la zona del Darién y el Chocó biogeográfico, donde vive la que podría ser una de las preferidas de la profesora Cristina.
Ella trata de disimular esa parcialidad al explicar que entre tantas especies o ‘hijas’, no se pueden tener preferencias. Pero es que es imposible no sentir algún nivel de sorpresa o debilidad con la Zamia pyrophylla, que dibuja, literalmente, el arco iris. Cuando sus hojas alineadas y en perfecto orden son jóvenes, su tonalidad es anaranjada. Pero esta se va transformando en un verde oscuro a medida que van envejeciendo. “Y se llama pyrophylla porque el color de sus hojas simula, precisamente, una llama”, explica Cristina.
Ella dice que esta especie, que puede encontrarse en Tutunendo y Lloró (Chocó), tiene esa tonalidad llamativa porque podría ser tóxica para algunos animales. Y como ocurre con algunas ranas venenosas que son multicolores para llamar la atención sobre el potente veneno que hay en su piel, esta planta podría estar logrando el mismo efecto sobre quienes quieren comerla. Esto último es solo una hipótesis, que por ahora solo sobrevive en los terrenos de la especulación.
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Las zamias aparecen con las palmas, las orquídeas y algunos maderables como grupos estratégicos dentro de la Estrategia Nacional de Conservación de Plantas que lidera la Red Nacional de Jardines Botánicos, el Instituto Humboldt y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Cuenta Cristina que, además de ser alimento dentro de la cadena trófica (lo es, incluso, para algunos indígenas y afrodescendientes, que procesan sus semillas para hacer harina y luego envueltos), estas plantas tienen un alto potencial para el biocomercio, siempre y cuando se tenga en cuenta una estrategia sostenible y se respete el Apéndice II de la Convención CITES (este permite el comercio internacional legal de semillas, pero restringe el de cualquier otra parte de la planta o de los individuos). Además, podrían aportar a la industria de la horticultura o liderar un capítulo para atraer turismo ecológico desde otros países, lo que apoyaría con la generación de ingresos a las comunidades humanas donde las zamias crecen.
Es por eso que el hallazgo de la Zamia tolimensis en el corregimiento de Bilbao, en la subcuenca del río Siquila (estibaciones del Parque Nacional Natural Nevado del Huila), resulta trascendental, como lo cuenta Yadi Toro, líder botánico de WCS Colombia. Él fue la primera persona que registró esta población inédita de la planta para este sector. Yadi explica que la especie ha sobrevivido, según las primeras indagaciones, porque habita en partes altas o pendientes, donde el impacto del hombre o de las actividades agrícolas no es tan alto.
“Hace unos días realizamos una primera salida, a la que se unieron dos personas de la Sociedad Colombiana de Cycadas (SCC) que lidera la investigadora Cristina, para tomar registros de la población, tamaños de los individuos, identificar machos y hembras y hacer fotografías. Es un primer monitoreo que debería continuar”, explicó Yadi. La tolimensis es conocida en la zona como palma de yuca, y está acostumbrada a crecer entre los 1400 y 2000 metros sobre el nivel del mar.
“Por el momento, sabemos que esta zamia está creciendo en diferentes lugares, en medio de parches de bosque, pero queremos identificar si podría estar en otros corregimientos. Lo que sí hemos podido establecer es que esta población es la que se encuentra en mejor estado de conservación en la región, por lo que la incluiremos merecidamente en iniciativas de protección, restauración y propagación”, agregó el botánico.
Idea que Cristina López Gallego comparte. Y por eso mismo, ella también le apuesta a buscar más recursos que contribuyan con la protección de la zamias, propósito que la investigadora justifica sin reparo alguno: “si los colombianos tuvieran la oportunidad de apreciar estas especies de plantas, todas tan originales y tan bellas, nadie sería capaz de destruirlas”.