Fernando Ayerbe Quiñones, biólogo del Cauca, habla del valor que tiene esta publicación en la que consiguió reunir las 1941 especies de aves colombianas, un documento extraordinario por su valor científico y artístico.
Foto: Ana María Sicard Ayala
Fernando Ayerbe-Quiñones era consciente del reto al que se enfrentaba. Debía redactar y diseñar una guía de aves, en el país más diverso del mundo en este grupo de animales. No hay en el planeta algún lugar con más especies revoloteando en un mismo territorio, y dibujarlas a todas y reunirlas en un solo documento se mostraba como un enorme desafío.
No podía hacer excepciones, por lo que la meta era trazar y colorear 1900 especies como mínimo, emplear la mayoría de la paleta de colores y sus combinaciones, modelar todas las formas existentes y, además, ubicarlas a cada una en un mapa para indicar en cuál de todas las regiones de esta nación habitan.
Tampoco era una opción desechar los detalles, como la manchita en la frente de aquella tángara (sus favoritas), o esa raya oscura que está debajo del pico de un tucán, incluso el copete que diferencia a un macho de una hembra entre los cardenales o esa extraña forma que caracteriza las alas de las pavas. Y mucho menos olvidar sus nombres científicos y hasta tener en cuenta si algunas eran migratorias .
¿Estaba loco? Sí, pero en este caso a Ayerbe-Quiñones no se le había agotado el juicio. Solo vivía otro tipo de demencia, aquella que se reduce a concentrar un sentimiento intenso y pasional en una cosa, esa que nos hace amar algo por encima de lo que sea, en este caso, a estos seres alados que evolucionaron a partir de los dinosaurios y que sustentan su vida.
“Hice cálculos y concluí que me iba a demorar siete años en terminarla, porque si eran 1930 especies debía hacer, al menos, 3000 ilustraciones para incluir subespecies o diferenciar hembras de machos”, explica.
Trabajaba desde las siete de la mañana hasta la 1 de la madrugada de lunes a domingo. Llevaba seis meses a ese ritmo y, poco a poco, logró tal habilidad y destreza que lograba terminar 20 ilustraciones diarias. “Me rendía mucho y lo que tenía presupuestado acabar en 84 meses lo terminé en 24, dos años”, cuenta.
Cada ave está basada en un dibujo con acuarelas, trabajo que apoyó en una tabla digitalizadora que le permitió perfeccionar cada ilustración con rapidez y lograr moldes de cuerpos que luego editaba dependiendo de las características de cada una. El resultado: la Guía ilustrada de la avifauna colombiana, una de las más impactantes que se hayan publicado hasta el momento y en cuya edición participó WCS Colombia.
“Una de las cosas que más me llamó la atención es que terminé transformado en un biólogo-ilustrador, sin dejar de lado al científico. Pude explotar una habilidad artística que desconocía”.
Está construida en un tamaño manejable, que incluye la descripción clave de cada género en español y que deja un espacio en blanco para que los lectores anoten el nombre común con el que conocen a cada especie. “Esto tiene una razón, y es que no se puede obligar a una persona del Amazonas a decirle a un ave de la misma forma como alguien la nombra en Cali o Medellín. Por ejemplo, en Bogotá le dicen copetón a la misma ave que un campesino de Nariño llama gorrión”.
Según Ayerbe-Quiñones, a diferencia de otras guías que se han impreso, él dice que logró un diseño novedoso y práctico, donde cada ave tiene al frente el mapa que la ubica en un sector del país. Y es que suele ocurrir que esos mapas de distribución terminan ubicados al final del libro, lo que obliga al lector a cambiar de página cada vez que quiere dar con el lugar de origen de una especie. Además, los dibujos están ubicados en una misma página, a escala, para lograr compararlos mejor. Sus colores también son muy parecidos a los reales.
Hace unos pocos meses se imprimió una edición en inglés, que además incluye los nombres de las aves en francés y alemán.
Sentenciado a ser biólogo
Pero que Ayerbe-Quiñones sea el autor de esta moderna Guía, no es una coincidencia. Detrás de su voz amable y su humildad, hay toda una historia que lo sustenta. “Cuando yo era un niño estuve a punto de perderme muchas veces, estuve a punto de desaparecer por estar persiguiendo pajaritos”, dice. Suelta esta frase para demostrar que la pasión por las aves comenzó desde que tiene uso de razón y parece que no va a terminar mientras viva.
Foto: Laura Jaramillo Mejía
Nació en Bolívar (Cauca). “Afortunadamente crecí en la ruralidad y no en la urbanidad”, explica. Y lo aclara porque sus primeros recuerdos lo ubican de la mano de su tío ‘Pacho’, recorriendo caminos, subiendo montañas y escuchando los sonidos de cientos de animales. Creció con él, con su mamá y con su abuela, quienes le alcahueteaban su afán por conocer el mundo. Más allá de juguetes preferidos, Ayerbe-Quiñones disfrutó de viajes favoritos a diferentes rincones de Colombia: al Urabá, al Chocó, a Antioquia, a Cúcuta, en fin, todo esto mucho antes de que dominara el lenguaje científico.
Inicialmente, también le fascinaban las ranas y las serpientes. Pero poco a poco se dio cuenta de que, en más de una ocasión, estos animales solo los ven quienes les tienen miedo. “Usted sale a buscarlas y muchas veces nunca aparecen, pero jamás regresa a su casa sin ver un ave”. Por eso, se casó con ellas sin dudarlo.
Ayerbe-Quiñones también tuvo suerte, porque su papá, médico pediatra, que en algún momento quiso ser un biólogo, tenía cientos de libros de animales, que pudo leer a sus anchas cuando, a los 10 años, su familia decidió que debía irse a vivir con él a Popayán.
Con su padre también viajó e hizo expediciones en compañía de Álvaro José Negret, un biólogo y ornitólogo mundialmente reconocido por sus aportes a la preservación de zonas protegidas como los Parques Nacionales Farallones de Cali y Munchique. Recuerda especialmente una salida al Chocó Biogeográfico, donde comprobó por primera vez el tamaño de la biodiversidad nacional, al ver aves con tantos colores y tan diversas que no estaban ni en sus sueños.
Rodeado por personas estudiosas de las aves, el amor de Ayerbe-Quiñones por la naturaleza no tenía desvíos. Pasión que cultivó escapándose a cualquier lugar cada vez que podía. “Mis papás no veían problema en que yo saliera a donde fuera, no me ponían límites. Yo fui a Gorgona con amigos a los 13 años, a veces decía que me iba a la casa de alguno y terminaba solo, caminando por Puracé o Munchique. Es que yo estaba sentenciado a ser biólogo de campo”.
Se graduó de la Universidad del Cauca con énfasis en zoología, fue monitor de su Museo de Historia Natural y luego de años de ejercicio profesional recorriendo el país como investigador asociado a WCS, editó los libros Tangara de Colombia y Colibríes de Colombia, publicaciones que fueron la antesala para la Guía de la Avifauna Colombiana que hoy muestra siempre con orgullo.
Preocupado por la deforestación
Nunca ha parado de explorar el país, siempre para ver “bichos y más bichos”. Y por eso solo le falta el Darién y el Catatumbo para poder decir que ha recorrido todo el mapa nacional, siempre con el oído afinado. Porque comenta que antes que verlas, las aves deben ser detectadas por sus sonidos. “Casi que uno ve solo el 20 por ciento de las especies que escucha”.
Hoy, a sus 38 años, y sin desconocer que en el fondo todavía es como un niño explorador, está muy satisfecho con el resultado final de la Guía, pero le preocupa que parte de lo que se muestra en ella esté amenazado por la deforestación y la frenética expansión descontrolada de sistemas productivos que deterioran ecosistemas claves para la conservación de la biodiversidad en Colombia.
Foto: Mauricio Gómez López
Sin embargo, reconoce y confía que toda esta dinámica pueda compensarse con las actividades de conservación que lideran instituciones ambientales y con los sistemas nacionales y regionales de áreas protegidas, que considera como baluartes.
Ayerbe-Quiñones es un hombre de ciencia con una curiosidad que no para, y tal vez por eso critica la falta de investigación y el escaso apoyo que brinda el Estado para que esa brecha por indagar y descubrir se cierre en algún momento.
Por eso, cree que esfuerzos como el suyo, en el que logró hacer un libro que muestra todas las aves del país, son determinantes, porque se consolidan documentos que informan e instruyen. “Son de una validez incomparable, porque no solo les sirven a los biólogos, también son definitivos para acercar y llevar el mundo rural a las ciudades”.
Dice percibir que cada vez más, el colombiano promedio ya no solo reconoce como animales referentes a los elefantes de África o a los tigres de Asia. Hoy, opina, hay más información sobre nuestra fauna por la existencia de las redes sociales y porque muchas personas que las usan dan información certera y muestran fotos extraordinarias. Y en ese mismo sentido, su Guía aporta precisamente a ello: a que una persona en Bogotá sepa que a pocos kilómetros de su barrio vive un águila, un búho o un colibrí. “Lograr que alguien conozca ese solo detalle, permitirá que esa misma persona se transforme en un aliado de su conservación”.
Foto: Ana María Sicard Ayala