Diego Lizcano es uno de los colombianos que más conoce a los tapires y, sobre todo, a Tapirus pinchaque, una de las tres especies de dantas que viven en Colombia y que regenera silenciosamente la vegetación de páramos y bosques andinos del país. Él relata que la deforestación, la cual le abre espacios a la ganadería, tiene a este mamífero en peligro de extinción.
Hay una razón elemental por la que los colombianos deberíamos cuidar a la danta de montaña (Tapirus pinchaque): y es que por su sola presencia en bosques andinos y páramos del país, la vegetación presente allí se renueva.
Comen muchas plantas y, a través de sus excrementos, van dejando y esparciendo sus semillas por diferentes lugares, para que retoñen nuevos individuos. Pero, además, se alimentan de enormes porciones de pastos introducidos que suelen cubrir los suelos y que impiden el crecimiento de flora nativa. Están adaptadas para apoyar la regeneración botánica, la misma que necesitamos para tener alimentos, aire fresco y agua pura.
Así lo explica Diego Lizcano, uno de los colombianos que más conoce a este mamífero, tan alto como un ternero, pesado como dos jaguares robustos, marrones como la tierra y con una trompa que por algunos instantes nos recuerda a un elefante. Por algo es considerado el más grande de los Andes de Suramérica.
Diego Lizcano (centro) ha recorrido la región Andina para analizar los rastros de la danta de montaña y así el país tenga información para frenar la extinción de esta especie clave para el sostenimiento de los bosques.
La danta de montaña es, con la danta de tierras bajas (Tapirus terrestris) que habita en la Orinoquia; y la danta centroamericana (Tapirus bairdii), vista en Antioquia, Chocó y zonas del norte del país, una de las tres especies de tapires que hay en Colombia, la única nación del continente que cobija simultáneamente a las tres.
Por eso Lizcano insiste, con la seguridad que da la investigación y los años de estudio, que parte de su trabajo está enfocado a mostrar el significado ambiental y científico que encierra este animal desconocido para la mayoría, así como su valor estratégico basado en el trabajo silencioso que logra como un disciplinado y silencioso jardinero del bosque.
Más por la montaña que por la danta
Diego estudió biología en la Universidad de los Andes. En sus comienzos pensó que debía dedicarse al desarrollo de proyectos biotecnológicos con base en la flora. “Pero cuando vi mis primeras clases de ecología, quedé encantado con la ecología animal”, recuerda. Corría la década de los 90.
La vida entonces se encargó de mostrarle, poco a poco, su destino como defensor del tapir. Cuando llegó el momento de redactar su tesis, y sin un rumbo muy claro por delante, encontró el anunció de un profesor que ofrecía un trabajo de investigación en Risaralda con dantas de montaña. “Sabía muy poco de ellas, pero me gustaba caminar y explorar, y por eso debo decir que ese proyecto me llamó la atención más por la montaña que por las dantas. Pero, afortunadamente, todo se concretó y duré casi ocho meses en campo buscando sus rastros y sus huellas, para hacer un conteo de sus poblaciones”.
Recuerda que no vio ninguna, pero tuvo finalmente la certeza de que debía dedicar su vida profesional a ellas.
Luego vinieron algunos trabajos con cámaras trampa, cuando estas funcionaban con rollos fotográficos, también para seguirlas, y otras experiencias para monitorearlas con collares satelitales.
No las olvidó ni cuando viajó a Inglaterra a hacer un doctorado en la Universidad de Kent, y que terminó en el 2006, sobre manejo de la biodiversidad, porque su tesis, aunque no enfocada a las dantas, si las tuvo en cuenta al mirar lo que le ocurría a la vegetación cuando los mamíferos grandes desaparecían por la cacería.
Luego tuvo otras experiencias para estudiar más sobre ellas con WCS-Bolivia y también en el Pantanal, en Brasil, mientras era profesor de la Universidad de Pamplona (Norte de Santander), un cargo que ejerció hasta el 2012. Y después de colaborar con los investigadores de Conservación Internacional (CI), así como de ser investigador y profesor en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (Uleam), en Ecuador, hoy es especialista en biodiversidad para la oficina de The Nature Conservancy (TNC) en los Andes del Norte y Sur del Caribe, desde donde impulsa la protección de la especie. Además, desde la Fundación Caipora, que fundó Silvia Álvarez, su esposa, quien también es bióloga, instala en equipo con ella cámaras trampa en zonas de Risaralda, Quindío, Huila y Nariño para seguir al tapir de páramo, otro nombre con el que se le conoce a la Tapirus pinchaque.
“Con Silvia decimos que este es un trabajo de fines de semana”. Y aunque puede ser cierto que no es una labor a la que le invierten muchas horas, han logrado registros sobre la presencia del mamífero en la zona cercana al Parque Nacional Cueva de los Guácharos, situado entre Caquetá y Huila; en los alrededores de la laguna de La Cocha y en el Cerro Patascoy (Nariño), este último un balcón que se levanta en los Andes para apreciar, cuando hay suerte y los días soleados lo permiten, la forma como se extiende toda la amazonia hacia el sur de nuestro territorio, incluyendo el curso del imponente río Putumayo.
“Con la Fundación tenemos un propósito y es instalar cámaras en el Páramo de Sumapaz para despejar una duda que nos ronda. Y es que la danta de montaña fue descrita a partir de un cráneo que fue encontrado en ese lugar, pero desde ese registro nunca más se ha reportado allí; hay que reconocer que la investigación ha sido poca en esta región por los problemas de orden público. Pero queremos saber si efectivamente hace parte de ese paisaje o si quien la descubrió la asoció al Sumapaz por error”.
Un hábitat cada vez más degradado
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), Tapirus pinchaque es una especie catalogada como ‘En peligro’. Lizcano explica que este es una clasificación que se sustenta en el hecho de que ha sido cazada por años para comer su carne y, en algunas ocasiones, porque los campesinos la buscan para matarla (por retaliación), luego de que se come las hojas de los cultivos de papa. Pero, sobre todo, lo que más la afecta es la pérdida de su hábitat.
“Sabemos que la tala de bosques se ha concentrado en la Amazonia y ha cedido parcialmente en algunos puntos de la región Andina, donde hay sectores que se han regenerado por si solos. De concretarse la construcción del túnel de La Línea, por ejemplo, esto nos daría ventajas de conexión y algunas oportunidades para construir corredores biológicos entre parques nacionales como Los Nevados y Las Hermosas-Gloria Valencia de Castaño. Pero no podemos desconocer que el hogar de la danta, en su mayoría, ha sido devastado por la influencia de los cultivos de café y el avance de la tala para darle paso a la ganadería”, comenta. Y es que las vacas se alimentan con las mismas plantas que comen los tapires, lo que crea una competencia perjudicial.
“Hoy, solo el 15 por ciento del hábitat de las dantas de montaña o andinas, otro de sus nombres comunes, está cobijado por Parques Nacionales o por áreas nacionales protegidas, por eso la gran mayoría vive por fuera de esas zonas”, explica. Hay cálculos que indican, además, que solo podría haber no más de 3 mil ejemplares en vida silvestre, incluyendo en esta estadística a las que habitan en Perú y Ecuador. Por eso, Lizcano reclama una cruzada nacional por cuidarlas y rescatarlas.
“El Estado redactó un Programa Nacional para su conservación, pero este perdió el impulso. Y aunque hay esfuerzos como los que ha concretado la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM), con algunas iniciativas comunitarias para su monitoreo en Huila, y la Corporación Autónoma Regional de Risaralda (CARDER), con investigación en el parque regional Ucumari, la danta de montaña sigue siendo ignorada”. Y está aún muy lejos, además, de ser un animal carismático que mueva sensibilidades, como si lo logra en ocasiones el oso de anteojos o los jaguares.
“Entonces, no nos queda otra opción que seguir investigando para educar y enseñar a los colombianos con base en certezas, sobre el valor de este mamífero y los beneficios que nos aporta”, concluye. Una idea que está basada en una premisa muy sencilla: y es que nadie cuida lo que no ama, pero para amar hay que conocer.