No solo el virus del COVID19 es una dolencia originada por el salto de un patógeno desde un animal a un humano. Aparecen la psitacosis, la rabia, la leishmaniasis, la leptospirosis, la brucelosis, entre otras, que producen desde dolores de cabeza hasta la muerte. El Programa de Salud de Vida Silvestre y Tráfico de Especies, que lidera WCS Colombia, apoya la implementación de acciones dirigidas a mitigar el comercio ilegal de animales y, por ende, esta clase de infecciones que representan el 75 por ciento de las enfermedades emergentes en el ser humano.
En 2012, el biólogo Gustavo Trujillo trabajaba en el Centro de Atención y Valoración de Fauna, situado en el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, en Medellín (Antioquia). Y, por su cargo, recibía con frecuencia animales silvestres que habían sido víctimas del tráfico ilegal.
Un día le correspondió tratar a un grupo de loros, extraídos de su hábitat, y que habían sido confiscados cuando intentaban ser vendidos como mascotas. Pero de un momento a otro, días después de ese contacto, se sintió enfermo. “Comencé a sufrir de dolor de cabeza, tos seca, malestar general; eran síntomas que empeoraron con el paso de los días. Por ejemplo, el dolor de cabeza se volvió insoportable”, dice.
Gustavo decidió ir al hospital, donde le dijeron que se trataba de una tuberculosis. Por eso, fue hospitalizado en aislamiento total. Pero él sospechaba que el diagnóstico no era correcto.
Y tenía razón. Sufrió realmente de psitacosis, transmitida por aquellos loros que había manipulado. Las aves le produjeron esta dolencia, a pesar de que él había cumplido con todas las medidas de bioseguridad obligatorias exigidas en estos centros de atención de fauna.
Y, sin que él lo hubiera planeado, se transformaba, además, en otro colombiano víctima de zoonosis, una palabra que reúne a todas aquellas enfermedades que son contagiadas a los humanos por animales, un problema de salud pública agravado por el tráfico ilegal de especies desde todas las regiones y que se consolida durante el intento de muchos delincuentes por llevar ejemplares desde la selva hasta puntos estratégicos de venta ilegal situados en el país y en el exterior.
La psitacosis la transmiten loros como los que enfermaron a Gustavo, pero también guacamayas y pericos. Generalmente, ataca el sistema respiratorio y, aunque no suele ser mortal, puede complicarse o escalar a una neumonía, dolencia que sí puede poner en riesgo la vida de las personas.
Gustavo, quien ahora se desempeña como profesional de la oficina de Gestión Ambiental, de la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), habla con autoridad dada su experiencia y cuenta que esta es una situación que se está saliendo de control. “Solo entrar en contacto con estas especies ya es un riesgo; y extraerlas o manipularlas mucho más”, explica.
Y es que él no tiene que hacer muchos esfuerzos por buscar un caso similar al que padeció. Basta analizar la pandemia que enfrenta el planeta, por la influencia del COVID-19, un virus que se gestó, según la mayoría de las investigaciones realizadas hasta hoy, de un patógeno que saltó a una persona desde un murciélago o un pangolín sacados de su medio natural, y que fueron llevados a un mercado de Wuhan, en China.
“Podemos estar frente a una situación de cierta magnitud, pero que puede llegar a una escala mayor y significar, fácilmente, la extinción de la raza humana”, agrega Trujillo.
Leonardo Martínez, profesional de Fauna Silvestre, de la Corporación Autónoma de Cundinamarca (CAR), concuerda con que la crisis de salud pública global que enfrentamos es un reflejo de ese desequilibro en torno al vínculo entre humanos y animales.
“Se habían hecho advertencias, en particular con la gripa aviar, pero en las plazas de mercado siguió la venta de fauna y alimentos en un mismo espacio”, advierte Martínez, quien insiste en que la tenencia de monos, tigrillos, tortugas o ranas, por mencionar solo algunos, debe estar prohibida en toda circunstancia.
Cada año aparecen enfermedades nuevas
La enfermedad que contrajo Gustavo no es una de las más graves. Existen otras con el mismo origen que pueden ser potencialmente letales para los humanos como la rabia, la leishmaniasis, la leptospirosis y la brucelosis, a las que se suman la influenza aviar, la enfermedad de chagas o la fiebre amarilla por mencionar solo algunas, sin dejar de lado otras más conocidas como el ébola y el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS, por sus siglas en inglés), este último el primer coronavirus en cobrar vidas alrededor del mundo durante el 2003.
De acuerdo con información de la Organización Mundial de Sanidad Animal, el 75 por ciento de las enfermedades emergentes del ser humano son de origen animal. A lo que se suma que cada año aparecen cinco nuevas dolencias en el ser humano, de las cuales tres son zoonosis.
Como lo ocurrido en el Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre, de Corpoamazonia, en 2012, con la llegada de un grupo de monos del género Callicebus, también víctimas de tráfico.
Los primates habían estado confinados, presentaban síntomas leves de deshidratación y una condición de salud aparentemente normal. Fueron atendidos por Ximena Galindez, bióloga de la corporación, y por otros dos funcionarios, quienes días después de su primer contacto con los micos comenzaron a presentar síntomas de infección gastrointestinal, que se manifestó con diarrea, fiebre y dolor de cabeza. “El contagio fue inmediato y se esparció con rapidez. Incluso una niña de 11 años, hija de uno de los profesionales, estuvo afectada”, relata Galindez.
Semanas después, los monos murieron por un proceso infeccioso gastrointestinal severo, dolencia que se relacionó con los síntomas que presentaron Galindez y sus compañeros y que evidenció, de nuevo, el alto riesgo de entrar en contacto con especies traficadas. “Ellas pueden venir con patógenos que pueden producir enfermedades mortales, que se liberan de un ambiente controlado, que es su hábitat, y pasan fácilmente a los humanos. Además, el proceso mismo del tráfico hace vulnerables a las especies a desarrollar y contraer enfermedades”, comenta. Esto pasa porque bajo la situación de estrés de los animales, los agentes infecciosos aumentan su carga en el organismo y son eliminados a través de las secreciones, que en condiciones de hacinamiento son una alta fuente de infección.
La profesional insiste en que lo que ocurre dentro de las cadenas de tráfico incrementa el riesgo de zoonosis para todos los involucrados: las personas que extraen los animales, e incluso quienes los comercializan, muchas veces los deben mantener cautivos en sus casas. Y aunque el nivel de riesgo en cada caso puede ser diferente, siempre hay probabilidades de estar frente a un contagio de consecuencias fatales.
Salud animal y humana están conectadas
Y es que si casos como los de Ximena y Gustavo se dieron incluso en medio de estrictas medidas de bioseguridad para la manipulación de estas especies, queda la incertidumbre sobre lo que puede suceder cuando se entra en contacto directo y sin patrones de higiene.
Expertos como Brenda Plazas, veterinaria y epidemióloga, y quien ha trabajado con el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), llama la atención, precisamente, sobre otra población en riesgo: las comunidades rurales más aisladas, las cuales buscan mamíferos grandes o pequeños para alimentarse, ya sea por hábitos culturales o por necesidad. “Se rompen de esta forma ciclos naturales; se abren espacios de interacción entre humanos y estas especies y, es allí, cuando se presentan cada vez más casos que son detonantes en la aparición de enfermedades” indica.
Por eso, resulta determinante tener sistemas naturales saludables para que, a su vez, la vida humana sea viable. Una premisa que debe aplicarse a la hora de sensibilizar a las personas frente a los riesgos que representa el desequilibrio en los sistemas naturales y cuando las especies son extraídas de su hábitat por actividades de tráfico ilegal. Así lo sugiere Juliana Peña, coordinadora de Bienestar y Salud Animal del Zoológico de Cali, quien insiste en que desde este parque “se busca que las personas sean conscientes de todo el maltrato al que se someten a estas especies y el riesgo de transmisión que existe al hacer contacto indebido con ellas”.
En ese mismo sentido, el Programa de Salud de Vida Silvestre y Tráfico de Especies, que lidera WCS Colombia, una iniciativa financiada por la Unión Europea y el gobierno de Estados Unidos, viene apoyando la generación de acciones para reducir el tráfico ilegal de especies, especialmente en la implementación de la Estrategia Nacional para la Prevención y Control del Tráfico de Especies Silvestres y las estrategias binacionales con Ecuador y Perú.
Por su parte, con el Ministerio de Ambiente hemos evaluado el estado sanitario de las poblaciones del tití gris (Saguinus leucopus), uno de los primates endémicos más traficados y amenazados del país, y se ha podido establecer un plan de vigilancia de enfermedades emergentes zoonóticas como la influenza aviar.
“Todo está conectado. La salud humana y animal dependen de sistemas naturales también saludables”, afirma Luz Dary Acevedo, líder del Programa de Salud de Vida Silvestre y Tráfico de Especies desde WCS Colombia, quien considera que este es un equilibrio que viene fracturándose por las acciones humanas, por lo que es imprescindible repensar el vínculo con la vida silvestre. “Es necesario frenar el tráfico ilegal en todo el planeta y en favor de la salud global”, concluye.