El 9 de noviembre pasado, Parques Nacionales Naturales cumplió 60 años de creación. Por eso, quisimos destacar el trabajo de uno de sus guardaparques más experimentados: Raúl Buitrago, quien completa 31 años de labores ininterrumpidas en El Cocuy; una forma de resaltar el coraje de los más de 1200 hombres y mujeres que, como él, cuidan a diario nuestros recursos biológicos en las 59 áreas nacionales protegidas administradas por la entidad. Es más de medio siglo portando la misión de favorecer y resguardar la biodiversidad nacional más preciada y representativa.
Raúl Buitrago tenía el destino marcado. A veces, para muchos de los mortales, la vida está llena de incertidumbres, de cambios, de pocas certezas, porque el camino no siempre es claro. Pero para él, la suerte siempre estuvo echada. Su estrella, como en una conjunción planetaria, iluminó sin pausa la ruta para que se transformara en guardaparques. Raúl nunca lo buscó. Podría decirse que fue Parques Nacionales Naturales el que lo persiguió. Porque la entidad llegó a su casa, casi a su cuarto, para encontrarlo.
“Todo ocurrió en septiembre de 1989. Por aquel entonces, Parques Nacionales instaló su oficina administrativa para esta región en una de las habitaciones de mi casa, donde vivía con mis padres y hermanos. Y para completar, la funcionaria que llegó hasta el pueblo, Giselle Ochoa, estaba buscando dos personas para que trabajaran con ella”. Se produjo entonces el acoplamiento definitivo: ella le propuso laborar en el Parque Nacional Natural El Cocuy. Y él, en ese momento recién graduado de bachiller, con 20 años y sin empleo, aceptó sin reparos.
El 9 de noviembre pasado, Parques Nacionales Naturales cumplió 60 años de creación. Y Raúl acumuló 31 años de trabajo ininterrumpido en esta zona protegida, que lo acreditan, sin duda, como un guardaparques experimentado y en uno de los territorios conservados de Colombia con más renombre y carisma. Él representa, además, a los más de 1200 hombres y mujeres que tienen la misma misión: vigilar la biodiversidad del país, a nombre de una entidad que acumuló más de medio siglo defendiendo nuestros recursos biológicos más preciados y representativos, a través de 59 áreas nacionales situadas alrededor de la nación.
Territorio sagrado
El Parque Nacional El Cocuy fue creado en 1977 por el extinto Instituto Nacional de los Recursos Naturales y del Ambiente (Inderena). Tiene 306mil hectáreas distrubuidas entre Boyacá, Casanare y Arauca y que incluyen las sierras nevadas del Cocuy, Güicán y Chita. Allí están los picos más altos de la cordillera Oriental (superan los 5000 metros sobre el nivel del mar), porciones de páramo donde sobresalen ‘bosques’ de frailejones, muchos de ellos superiores a los dos metros de alto; franjas de selva baja (basal), vegetación andina y 150 lagunas, todo esto en un territorio sagrado para los indígenas Uwa.
Raúl conoce este territorio protegido como de memoria. Cuenta que no es muy apasionado por escalar paredes de roca o hielo, como las que se ven al ascender la montaña más famosa del parque, el Ritacuba Blanco, a 5330 metros (la tercera más alta del país después de los picos gemelos de la Sierra Nevada de Santa Marta). Y por eso, reconoce que su pasión siempre ha sido caminar. Y lo ha hecho con pasión desde que comenzó sus labores, para hablar con la gente, dirimir conflictos por la entrega de concesiones de agua, hacer educación ambiental o, incluso, solo con la intención de explorar.
“Teníamos un grupo; nos llamaban ‘Los Jungla’, con el que hicimos expediciones entre el municipio de El Cocuy y Tame (Arauca), llegando a los 350 metros sobre el nivel del mar. Había un camino demarcado (hoy ya no existe), por el que gastábamos hasta 10 días de travesía a pie. También le dábamos la vuelta a la Sierra, acompañado entre otros por Roberto Ariano (colombiano que ha integrado expediciones al Everest). Y hemos ido hasta Concepción (Santander) y Samoré y Gibraltar (Norte de Santander), atravesando uno de los tramos mejor conservados del parque”.
Esas mismas caminatas le dan a Raúl la autoridad, como testigo directo, para diagnosticar un problema paisajístico evidente, que siempre se nota al llegar a El Cocuy: el retroceso que han tenido sus glaciares, producto del cambio climático. Él cuenta que para encontrar nieve, recién contratado, bastaba hacer una caminata de dos horas. Hoy, al mismo recorrido hay que sumarle tres horas más para tocarla. “Sitios y picos como el Púlpito del Diablo y el Ritacuba Negro y Blanco, así como el Pan de Azúcar, Cóncavo o Sirara, que están entre los 5000 y 5300 metros, se perderán como nevados en dos décadas, aproximadamente, a menos de que un fenómeno climático, inverso al que los está acabando, lo impida”.
Es un tema sobre el que prefiere no hablar mucho, a pesar de que ha trabajado de la mano del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), haciendo mediciones y otros ejercicios de monitoreo.
Murió por una ‘selfie’
Mejor cambia de tema para referirse a su sitio favorito y que también ha “patoneado” decenas de veces: la Laguna de la Plaza, según explica, el lugar más bello del Parque Nacional. “La extensión del espejo de agua, rodeado por los cerros de La Plaza, Pan de Azúcar, Toti, Portales, Diamante, entre otros, hacen de este paisaje un sitio incomparable”. Es un lugar al que los turistas, hoy día, ya no pueden ingresar.
Explica que caminar por allí, y en general en sitios a mucha altura, no es fácil. Requiere resistencia, un buen control de la capacidad física y enorme paciencia. Y es que la espectacularidad de La Plaza ha sido un arma de doble filo: porque, en su momento, atrajo a cientos de turistas y, con ellos, en algunos casos, decenas de accidentes. Muchos de esos visitantes tuvieron que ser rescatados o auxiliados. Otros murieron por excederse en recorridos sin conocer la zona o por aventurarse a retar la nieve.
“Siempre me ha gustado ‘camillar’”, dice, para referirse a esas jornadas de 8 o 10 días buscando personas, para llevarlas de vuelta a un sitio seguro. Generalmente, los percances se producen por hacer trayectos en solitario o por lugares que no se conocen, o por el exceso de confianza que a veces impide medir el peligro, como la aparición de grietas en un glaciar o no atender a tiempo un edema pulmonar causado por la altura.
“Hay quienes creen que hacer recorridos en el área es como salir de la casa y ya, como ir a la esquina; muchos de los incidentes que he visto se han producido porque los jóvenes no miden las distancias, no tienen en cuenta el clima, a veces llueve de un momento a otro y dejan que los agarre la noche en la montaña, ahí comienzan los problemas”.
También están quienes entran sin permiso. “Una vez un muchacho se coló, se perdió y duramos ocho días buscándolo. Subió a la nieve y por tomarse una ‘selfie’ se cayó a un abismo. Afortunadamente, el celular cayó en un sitio visible y, al encontrar el aparato, pudimos revisar las fotos y con ellas guiarnos hasta hallar su cuerpo”.
“Dando guerra”
Los relatos de ‘Pereira’, como conocen a Raúl la mayoría de sus amigos (un apodo que le puso su papá, inspirado en el actor de una telenovela que se llamaba Raúl Pereira) mezclan, a veces, el éxtasis por permanecer en un lugar privilegiado, donde ha visto bandadas de cinco u ocho cóndores, venados, grupos de pumas o de osos andinos. Pero, en el que la vida no está siempre libre de dificultades.
No obsante, lo reconforta que su propósito como profesional, al lado de sus compañeros, se nota y se puede constatar con resultados. Entre ellos, la desaparición del pastoreo del ganado en algunos sectores de la Laguna de la Plaza y de zonas del parque que hacen parte del municipio de Chiscas (Boyacá), donde, además, se ha trabajado con las comunidades y los ‘parameros’ (llamados así por habitar el páramo), en frenar la proliferación de incendios y los daños a la flora.
Sin desconocer, la labor que ha acompañado para llegar a acuerdos con los indígenas con el fin de que ellos sigan permitiendo la llegada de turistas y los recorridos por tres senderos que hoy son, finalmente, los oficiales: Ritacuba, Laguna Grande de la Sierra y Lagunillas-Púlpito.
Es usual que muchos guardaparques, con el tiempo y después andar durante años en determinada reserva, quieran ir a un sitio diferente, conocer nuevos lugares o acumular conocimientos en las regiones colombianas donde Parques Nacionales Naturales hace presencia. No ha sido el caso de Raúl, quien dice que nunca saldrá de El Cocuy. Allí, explica, tiene todo lo que lo hace feliz, desde su familia (uno de sus hijos es guía de montaña), hasta el lugar más bello de Colombia, según se atreve a asegurar. “Aquí seguiré, aquí me tendrán siempre, dando guerra.”