El objetivo es identificar la mayor cantidad de ejemplares a través de observadores distribuidos en diferentes regiones del país, para conocer cuántos sobreviven aproximadamente en el territorio. La información será clave para tomar medidas de conservación hacia esta especie emblemática, en peligro crítico de extinción.
El cóndor andino es inherente a Colombia. No solo es un símbolo dentro de su escudo patrio. También es transversal en la cultura de algunos de sus más importantes pueblos indígenas, que lo consideran un ser superior. Por ejemplo, los Nasa dicen que “es el abuelo que permanece vigilando desde las alturas y regulando las energías. Él se enoja cuando no se actúa bien en el territorio”, explica la tradición de esta etnia.
Pero la especie, que se distribuye desde Venezuela y hasta Argentina, está diezmada en nuestro país y ya no son tantos los individuos que pueden reconocer el estado de la madre tierra. Aparece en peligro crítico de extinción, aún en medio de algunos empeños realizados a finales de la década de los 80 con el objetivo de recuperarla, uno de los cuales incluyó la liberación de 69 ejemplares con el apoyo de la Sociedad Zoológica de San Diego (EE. UU). Sin embargo, a pesar de su trascendencia y representatividad, en estos momentos del siglo XXI los impactos de esos esfuerzos siguen teniendo una importante dosis de incertidumbre.
Algunos científicos hablaban, hace 20 años, de que quedaban 60 cóndores en toda la geografía nacional. Hoy, sondeos más optimistas estiman que sobreviven entre 90 y 130, sobrevolando las sierras nevadas de Santa Marta y El Cocuy (Boyacá), en algunos páramos como el del Almorzadero, situado entre Santander y Norte de Santander, y en zonas de La Guajira, Cesar y Cauca. También en los parques nacionales Puracé (Cauca y Huila), Tamá (Norte de Santander), Chingaza (Cundinamarca), Galeras (Nariño) y Los Nevados (Tolima, Quindío y Caldas), entre otros.
Pero, ¿si estarán allí verdaderamente? ¿Podrán verse en otros lugares? ¿Cuántos realmente existen en nuestros departamentos?
Estas preguntas son las que quiere resolver el Primer Censo Nacional del Cóndor Andino que se realizará en el país entre el 13 y el 15 de febrero y que organiza la Fundación Neotropical, con el respaldo de Parques Nacionales Naturales de Colombia, WWF, WCS y la Fundación Hidrobiológica George Dahl. Poco a poco se han sumado otras entidades, como la Fundación Cóndor Andino-Ecuador, la Corporación Autónoma de Caldas (Corpocaldas) y la Fundación Ecológica los Colibríes de Altaquer (FELCA).
“Hay un vacío de información enorme. Con los cóndores ocurre algo complejo: y es que por su alta capacidad de movilidad, el ejemplar que vieron en Santander puede ser el mismo que han observado en la Sierra Nevada de Santa Marta. Por eso es necesario utilizar la metodología del conteo simultáneo para que muchas personas, al mismo tiempo, estén recogiendo información en la mayor cantidad de puntos posible y evitar que se haga un reconteo de ciertos individuos”, explica Fausto Sáenz, investigador de la Fundación Neotropical y uno de los coordinadores del censo.
Personas de diferentes disciplinas, mayores de edad, y que se inscribieron voluntariamente y virtualmente hasta diciembre pasado, serán las encargadas de reportar los avistamientos (a finales del 2020 había 174 personas inscritas). La idea es que ellas, con el respaldo de las corporaciones autónomas, universidades y otras organizaciones, puedan reportar la mayor cantidad de cóndores, desde sitios estratégicos escogidos previamente con base en registros históricos o por análisis satelitales, y en los que se presume que podrían existir poblaciones establecidas del Vultur gryphus, su nombre científico.
Para que la labor de los observadores sea exitosa, serán organizados en grupos, capacitados y dirigidos por varios coordinadores regionales, para que adquieran habilidades básicas como diferenciar un macho de una hembra, esto con tal de que puedan identificarlo en pleno vuelo y consignar sus datos en una plataforma digital.
Vulnerable a pesar de volar alto
Será un ejercicio reconfortante para todos ellos, quienes seguramente admiran la naturaleza. Porque ver a un cóndor es una experiencia extraordinaria, entre otras cosas por su imponencia. Es una de las aves más grandes del mundo, típica de los páramos y los bosques alto andinos, que puede medir hasta tres metros de largo con sus alas extendidas y recorrer 300 kilómetros en un solo día, trayectos durante los cuales solo aletea durante el 1 por ciento del tiempo.
Es un ser que domina los cielos, y que a pesar de permanecer siempre a la distancia, es muy vulnerable. Esto último porque tiene tasas reproductivas extremadamente bajas. Las hembras ponen un solo huevo cada dos o tres años, alcanzan su edad reproductiva después de los 8 y los polluelos permanecen por más de 12 meses junto a sus padres. Y son monógamos, es decir, tienen una sola pareja durante toda su vida.
Pero al margen de este comportamiento estrictamente natural, que no es tan prolífico o fecundo como se quisiera, su mayor preocupación son las presiones humanas. Principalmente, por la construcción de infraestructuras como líneas de energía, con las que suelen chocar. La disminución de sitios seguros para comer y anidar (prefieren los riscos). A lo que se suma el envenenamiento de la carroña, que es su alimento preferido.
Es irónico, pero con el consumo de esta carne en descomposición, ellos reducen la probabilidad de transmisión de enfermedades generadas por patógenos que se desarrollan dentro de lo que para el hombre son solo desperdicios y donde se acumulan especies oportunistas o vectores de enfermedades (roedores o insectos).
“Pero muchos campesinos suelen envenenar la carne de las ovejas o de una vaca, que a veces un oso, un felino o un perro les mató, y la botan en el campo como una estrategia para ahuyentar a ese depredador. Pero indirectamente, los cóndores suelen consumir esa carne; a la que se pueden aproximar 10 o 15 ejemplares que terminan muriendo”, dice Sáenz, quien explica que a este conflicto indirecto también se suma un choque directo cóndor-humano, porque se conocen casos en los que este puede atacar a un ternero o a una oveja recién nacida y sus dueños suelen cazarlo por retaliación.
Mejorar repoblamientos
Saénz, quien lleva más de 10 años estudiando la especie, la cual fue además el centro de estudio de su doctorado, agrega que resulta determinante “que el censo permita saber dónde están las poblaciones silvestres más importantes para hacer mejores repoblaciones, procesos que además tengan en cuenta la proporción que puede existir entre machos adultos frente a hembras adultas".
Y esto último es definitivo porque, entre los cóndores, el macho domina a la hembra, y esta última tiene una tasa de mortalidad más alta precisamente por estar sometida a ese dominio, lo que la obliga a tener, entre otras cosas, un menor acceso a alimento. “Entonces, si un proceso de reintroducción libera muchos machos en determinadas zonas, las hembras van a sufrir más. En ese sentido, el censo nos permitirá saber qué hacer para no crear un desbalance entre ejemplares”, agrega el experto.
Por todo esto, y con el fin de blindar su existencia, es que se necesita saber con exactitud dónde está habitando esta ave insignia, en qué lugares se ubican sus poblaciones más importantes y dirigir hacia esas coordenadas, con el apoyo comunitario, las principales acciones para protegerla.