Por el tráfico de fauna, mamíferos sacados de las selvas del país no puedan ejercer su rol como dispersores de semillas para que la flora se renueve. Este delito impide que algunas aves, anfibios y reptiles cumplan su papel como controladores de plagas causantes de enfermedades; en general, este es un amenaza que fractura gravemente la cadena alimenticia que transfiere nutrientes esenciales a través de las distintas especies.
Todos los animales tienen una función en los ecosistemas. Por eso, cualquier cambio en sus hábitos, o la ausencia definitiva de muchos de ellos, puede comprometer el futuro de la biodiversidad que los rodea. La naturaleza se sostiene en medio de un ajustado equilibrio en el que reina la interdependencia entre todos los seres vivos.
Es por eso que cada vez que cientos de mamíferos, de aves o reptiles son capturados y sacados de las selvas por delincuentes, quienes buscan venderlos ilegalmente para ser transformados en mascotas o comercializarlos entre coleccionistas del exterior, se causa un cambio sustancial en esos paisajes. Es una alteración que para los humanos puede resultar imperceptible, pero que en ese mundo natural lleno de interconexiones, en el que siempre el más grande se come al chico como parte de una afinada cadena trófica, hay unas innegables consecuencias muchas veces irreparables.
Cada especie cumple un rol, y este se altera cuando el número de individuos disminuye por culpa de la intensa sobreexplotación que sufren estas poblaciones.
El Programa para el Combate del Tráfico Ilegal de Fauna, que lidera WCS Colombia con el apoyo financiero de la Unión Europea y el gobierno de Estados Unidos, ha permitido recolectar información para identificar cuáles son, hasta el momento, las 10 especies más traficadas del país dentro de los cuatro grupos taxonómicos más importantes (aves, reptiles, anfibios y mamíferos) y cómo se afecta la función que ejercen en la naturaleza cuando sus poblaciones se reducen. Un ejercicio que busca, en lo posible, darles más herramientas a las autoridades para identificar y controlar ese intercambio ilegítimo de animales típicos y representativos.
Transmisión de zoonosis
Y precisamente, según esas indagaciones, entre los mamíferos más afectados por todo ese comercio ilegal aparecen la zarigüeya común (Didelphis marsupialis), la ardilla de cola roja (Sciurus granatensis), el armadillo de nueve bandas (Dasypus novemcinctus) y el kinkajú o martucha (Potos flavus). A los que se suman dos osos perezosos: el bayo (Bradypus variegatus) y el de tres dedos (Choloepus hoffmanni). Completan el grupo los monos ardilla (Saimiri sciureus), el tití cabeciblanco (Saguinus oedipus), el capuchino (Cebus albifrons) y el aullador (Alouatta seniculus).
Los primeros cuatro, como mamíferos pequeños, son esenciales al ser la biomasa o el alimento de numerosos carnívoros o felinos grandes (como el jaguar), cuya existencia es determinante como especies sombrilla y bioindicadores, porque con su sola presencia en un determinado sitio ya están anunciando su buen estado de conservación. A su vez, cuando por ejemplo un tigrillo o varios de ellos los devoran, controlan sus poblaciones e impiden que al ser mayoría arrasen sin control con plantas esenciales que sirven para acumular agua y, de paso, mantener el cauce de los ríos.
Uno de los tantos mamíferos trascendentales es el tití cabeciblanco, un ser especial porque sólo vive en Colombia (endémico). Y tal vez precisamente por su valor y carisma, el tráfico se ha intensificado sobre sus poblaciones y ha causado la extracción de muchos de sus ejemplares para transformarlos a la fuerza en animales domésticos. Y no solo sufren ellos, sus hábitats también son afectados porque, al reducirse la cantidad de primates, disminuye la estructura vegetal de los bosques secos y húmedos tropicales en los que ellos dispersan al menos 27 especies vegetales.
“Además, su captura y comercio motiva la transmisión de zoonosis. Porque la cercanía que se produce entre los primates y el ser humano incrementa la probabilidad de adquirir enfermedades conocidas o nuevos agentes, de la misma forma como el hombre puede transmitir agentes infecciosos a los individuos y causar la desaparición de una población entera o, incluso, de toda la especie a nivel local”, explica Luz Dary Acevedo, coordinadora para Colombia del Programa para el Combate del Tráfico Ilegal de Fauna.
Sin reptiles no hay humedales sanos
Los reptiles y sus hábitats también son víctimas de la compra y venta de animales silvestres. Entre los diez más traficados aparecen mayoritariamente las tortugas, como las morrocoy (Chelonoidis carbonarius), mata-mata (Chelus fimbriata), terecay (Podocnemis unifilis), hicoteas (Trachemys callirostris), la pintada (Trachemys scripta) y la palmera (Rhinoclemmys melanosterna).
En general, todas ellas pueden ser herbívoras, omnívoras o incluso carnívoras, y por eso desempeñan importantes funciones en las cadenas alimentarias. Pero su papel más relevante es, precisamente, ser la comida de otros animales.
No deja de ser importante que al tener una dieta basada en plantas, las tortugas también dispersen semillas. Esa es, por lo menos, una función clave de otra de las especies de este grupo que completa la lista de las más afectadas por el tráfico: la Chelonoides carcarbonaruis o morrocoy, capturada principalmente para ser utilizada como amuleto, esto porque las personas creen que al tenerlas cerca pueden atraer la buena suerte y la prosperidad, y deciden entonces mantener algunos ejemplares confinados en los patios de sus viviendas. Con la cacería de individuos de Chelonoidis carbonarius, la especie se ve muy comprometida porque solo tiene una postura al año de 1 a 6 huevos y estos tardan hasta cinco meses en eclosionar.
Una especie de babilla (Caiman crocodilus) y una subespecie (Caimán cocodrilus fuscus), atrapadas para vender sus pieles irregularmente, cumplen otras acciones clave porque participan en el ciclo de nutrientes dentro de los humedales donde viven, al liberar materia orgánica a través de sus heces con la que permiten el desarrollo de nuevas plantas y de algas que son claves en la dieta de otras especies. Y en los manglares, con sus recorridos y movimientos rastreros, abren canales que mantienen intacto el flujo de agua.
La iguana (Iguana iguana) y la boa constrictora (Boa constrictor), la primera muy golpeada por el consumo de sus huevos, y la segunda vendida principalmente a coleccionistas, una vez por fuera de sus hogares naturales dejan de controlar la proliferación de plagas y principalmente de roedores.
Una función que también cumplen, de alguna manera, gran parte de los anfibios, como las ranas venenosas Oophaga histriónica, Oophaga lehmanni y Oophaga sylvatica, así como las llamadas cecilias, una de ellas conocida como Caecilia nigricans, al igual que el sapo gigante o de caña, el ajolote (Ambystoma mexicanum), la rana de uñas (Xenopus laevis), las ranas arborícolas (Smilisca sp.) una salamandra identificada como Hynobius sp y la rana Boana pugnax, que lideran la lista de los más traficados para este grupo taxonómico, algunos de ellos sin tener distribución en Colombia.
Algunas de las ranas venenosas, también llamadas ‘dardo’, hacen parte de los animales más perseguidos por los traficantes, debido a la deslumbrante combinación de colores que adornan sus cuerpos y que las hacen especialmente atractivas para ser incorporadas en acuarios y exhibiciones en Estados Unidos y países de Europa. Esa venta intensa, sumada a la destrucción de sus hábitats naturales por la influencia ganadera y agrícola, las mantiene actualmente al borde de la extinción.
Entre las aves, el periquito bronceado (Brotogeris jugularis), los loros real amazónico (Amazona ochrocephala), la lora amazónica (Amazona amazónica) y el cabeciazul (Pionus menstruus), así como el gorrión azafrán (Sicalis flaveola), el currucutú (Megascops choliba), el perico carasucia (Eupsittula pertinax), el sinsonte tropical (Mimus gilvus), el gavilán pollero (Rupornis magnirostris) y la guacamaya azul-amarilla (Ara ararauna) son las que más sufren persecuciones y ventas en plazas de mercado.
Ellas cumplen una importante función en el ecosistema. Algunas se alimentan de semillas y luego las dispersan; eso hace que se reproduzcan plantas, precisamente porque ese paso por su tracto digestivo las prepara para germinar.
Las aves también son polinizadoras, al igual que los murciélagos o las abejas. Las hay insectívoras y otras que mezclan las dos opciones, es decir, comen semillas, pero también insectos, sobre todo en épocas reproductivas, cuando necesitan proteínas animales para el proceso de alimentación de los pichones.
Existen algunas aves carnívoras que capturan animales vivos, como pequeños ratones. Y están las carroñeras, que se dedican a comer animales muertos y por eso sanan o limpian el ambiente de cadáveres que son foco de bacterias o de virus que pueden generar enfermedades en otros animales y en humanos.
Para muchos, esa función trascendental para la vida de todos, que además es definitiva para el resguardo de los bosques que nos dan aire puro y mantienen intacto el ciclo del agua con las que nos abastecemos, vale poco o nada. Muchos prefieren llevarse entonces una o varias loras para sus fincas, atarlas o encerrarlas para admirar sus plumajes o divertirse tratando de que imiten la voz humana, esto como parte de una lúgubre diversión que produce en la mayoría de los casos el deterioro paulatino del animal.
Es en ese momento cuando el tráfico se afianza y muestra su cara como uno de los peores atentados ambientales de nuestro tiempo.