La construcción de corredores biológicos, la propagación de especies nativas y el trabajo con comunidades locales para que destinen áreas a la conservación son algunas de las estrategias aplicadas por el Proyecto Vida Silvestre (PVS) para recuperar ecosistemas afectados.
La naturaleza construye ecosistemas que son como invaluables obras maestras que nos dan agua, aire puro, recursos alimenticios y son el hábitat de innumerables especies de plantas y fauna, muchas de ellas fuertemente amenazadas.
Sin embargo, la presión humana ha generado procesos de degradación que han llevado a decenas de ecosistemas a perder sus funciones, biodiversidad y servicios, por lo cual es urgente trabajar de forma articulada con los diferentes actores locales (y con quienes usan y toman las decisiones sobre los territorios), para facilitar su restauración.
El Proyecto Vida Silvestre (PVS) ha terminado su segunda fase de trabajos iniciados en 2015, recuperando escenarios naturales en Magdalena Medio, la vereda El Líbano en Orito (Putumayo) y en la Orinoquia (Vichada).
Explica Selene Torres, especialista de WCS Colombia para este tema, que restaurar es mucho más que sembrar árboles. “Significa movilizar gran cantidad de recursos humanos y financieros durante varios años para devolver la salud a los escenarios naturales, así como la relación del hombre con la fuente que provee sus beneficios más básicos. También, requiere pensar en nuevas formas de producir sin dañar la naturaleza”.
Ella explica que el abordaje metodológico en los tres paisajes incluye una clara identificación de las principales amenazas que han llevado a la degradación, la identificación de áreas estratégicas y oportunidades de trabajo, el apoyo de comunidades interesadas en conservar (a quienes se les ha capacitado para que fortalezcan esta labor), así como la construcción de viveros locales para propagación de especies de potencial natural, mantenimiento y monitoreo; todo ello para implementar estrategias integrales que generen beneficios ecológicos y sociales, asegurar el cuidado de las áreas de restauración y sobrevivencia de la flora y una evaluación del cumplimiento de los objetivos planteados.
Para todas las regiones, hasta hoy, 540 hectáreas se encuentran en proceso de restauración activa y pasiva y se consiguió que 145 mil plantas fueran sembradas.
Ganaderos volcados a restaurar
En el Magdalena Medio, por ejemplo, la pérdida de bosques ha afectado ampliamente su biodiversidad. Allí, el principal motor de degradación es la ganadería, que busca cada vez más suelos de los bosques para ampliarse y desarrollarse.
El PVS, en alianza con la Fundación Proyecto Primates y la Fundación Biodiversa, intervino sectores de la región situados en Cimitarra, Puerto Parra y Barrancabermeja (Santander), así como en Yondó (Antioquia), para que nuevos corredores conectaran, al menos, 2500 hectáreas de bosques (antes aislados), que ya están sirviendo para el tránsito de especies de fauna altamente amenazadas como el paujil de pico azul y la marimonda. Esos nuevos corredores están resguardando el crecimiento de más plantas o incluso de árboles maderables.
Hay un ingrediente que hace este trabajo aún más relevante en este sector del país. Y es que vincula a grandes ganaderos, que destinaron parte de sus haciendas a la conservación (muchas de ellas con más de tres mil hectáreas de extensión). Como un hecho trascendental, ellos excluyeron áreas de sus sistemas productivos siempre usados para la crianza de los animales, con tal de conectar grandes masas boscosas que refugian especies de fauna amenazadas. Se destacan los predios San Bartolo y El Silencio, así como Lucitania, en Cimitarra, esta última una hacienda que agrupa a cuatro mil semovientes en promedio, pero donde se crearon (simultáneamente) cinco corredores biológicos que después de 5 años de restauración están sirviendo de paso seguro para más de 21 especies de fauna que años atrás habían dejado de recorrer esas áreas.
“Se comprueba de esta forma que la ganadería es una actividad que puede desarrollarse al mismo tiempo con la conservación”, concluye Selene.
Se suman a este empeño los trabajos de implementación de sistemas silvopastoriles en fincas más pequeñas, que no superan las 50 hectáreas, como El Sinaí, situada en Riberas del San Juan (vereda de Cimitarra), con siembras de forrajes, la implementación de sistemas para reciclar y aprovechar residuos para transformarlos en abono o en gas, la siembra frecuente de árboles, la implementación de cercos vivos, mejoramiento de suelo y calidad de alimento para el ganado y una distribución más eficaz del mismo, para que cada vez ocupe menos hectáreas y se agregue valor ecológico a los sistemas ganaderos, evitando así la tala de bosques para su tradicional ampliación.
Todo esto ayuda al retorno de fauna nativa que había desaparecido precisamente ahuyentada en medio de la búsqueda de la productividad.
En todos estos casos se logró combinar la protección de bosques con la restauración de áreas degradadas, el mejoramiento de los sistemas productivos, la generación de conocimiento sobre propagación de especies nativas y el fortalecimiento de capacidades locales.
Cortafuegos para la Orinoquia
En los Llanos Orientales, y específicamente en la cuenca del río Bita, dentro de Vichada, la mayor amenaza de los ecosistemas siempre ha sido el fuego de origen antrópico. Aunque este forma parte de la dinámica natural, la intensidad y frecuencia de las quemas producidas por el hombre han afectado importantes extensiones de bosques y morichales.
Por eso, muy por el contrario a lo aplicado en detalle en el Magdalena Medio, la labor ha sido enfocada a la construcción de cortafuegos con los dueños de los predios.
El cortafuego es una especie de franja de terreno que es removida para que no quede vegetación sobresaliente en ella. Se transforma de esta forma en una línea que se traza alrededor de un área por resguardarse, ya sea un cultivo, un potrero o un lugar con vegetación natural o en proceso de recuperación, para frenar el avance de las llamas hacia ese sitio elegido.
En este sector de la Orinoquia también se sembraron individuos de la palma de moriche para mejorar la regeneración natural afectada por las quemas; también individuos de congrio, una especie fuertemente amenazada por su amplio uso en cercados. Así mismo, especies nativas para ampliar bordes de bosques y enriquecer su interior. Todo esto con la plantación de 46 mil plantas en 166 hectáreas.
En la región, por el momento, ha sido más importante la conservación y la prevención de nuevas emergencias por quemas, que la siembra de grandes áreas como en el Magdalena.
Finalmente, en Putumayo las principales amenazas son la deforestación debido a la ganadería y cultivos ilícitos, pérdida de hábitats y fragmentación.
Hay bosques que aparentemente se ven en buen estado desde su periferia, pero al entrar en ellos se detectan zonas dañadas o deforestadas.
Aquí se ha aportado en la recuperación de vegetación ribereña, enriquecimiento de bosques y se perfeccionan técnicas para optimizar cultivos muy tradicionales como el café. Ya se sembraron más de ocho mil árboles en áreas aisladas de la ganadería, como cedros y guarangos en siete predios, para fortalecer la vegetación de las riberas de quebradas y bordes de bosques, esto con la intención de conservar y recuperar el agua.
Los corredores para esta zona están planeados para desarrollarse en una fase siguiente y están enfocados en la creación de pasos seguros para los felinos, un grupo de fauna con un conflicto latente con la comunidad y gravemente afectados por la pérdida de sus hábitats y la fragmentación”, agregó Selene Torres.