Por: Germán Bernal
En el sur del Tolima, sobre las cumbres de la Cordillera Central, los nacimientos de agua suceden con relativa frecuencia dando vida a ríos, riachuelos y quebradas. Es algo que ocurre cotidianamente, y que no es la excepción para el caso de las fincas La Alemania, La Primavera y Los Guayabos, todas ellas ubicadas, respectivamente, en las subcuencas de los ríos Amoyá, Cucuana y Siquila. Allí, en medio de sus zonas de uso y de sus bosques, brotan abundantes “ojos de agua”, que es como también se les conoce a los nacederos. Sin embargo, esas frágiles fuentes hídricas no son el único aspecto que tienen en común estas tres propiedades . Además, en ellas se realizan actividades agrícolas y pecuarias que representan enormes desafíos para no afectar el patrimonio ambiental.
Carlos Morales es especialista en estrategias locales de conservación en WCS Colombia. Ha recorrido, ampliamente, ese motañoso territorio tolimense, razón que le permite señalar, con justo conocimiento, los tres principales retos que allí tiene la productividad rural para no afectar la vida silvestre: “la pérdida de los bosques naturales, la ganadería extensiva y el daño directo al recurso hídrico”.
Situaciones como las que aquí menciona Carlos son las que han inspirado al proyecto Río Saldaña – Una Cuenca de Vida, a buscar distintas estrategias que contribuyan, en general, con la protección de los recursos naturales y, en particular, con la del agua. Y una de esas estrategias son los procesos de concertación, mecanismo que busca propiciar un mejor relacionamiento de los campesinos con los ecosistemas, sin que esto les implique un menor ingreso económico derivado de sus actividades agrícolas o ganaderas.
“Dicha concertación -agrega Carlos- la venimos materializando por medio de lo que llamamos acuerdos voluntarios de conservación. Estos son firmados por los dueños de los predios y por las entidades aliadas del proyecto”, que es liderado técnicamente por WCS Colombia. Se trata, en resumen, de una estrategia que pretende sumar a la conservación del capital natural haciendo especial énfasis en el bienestar del recurso hídrico. Sin embargo, para lograr que este instrumento sea una realidad con cada uno de los propietarios interesados, hay un camino largo y complejo por recorrer.
Acuerdos con el corazón
Acuerdo es una palabra cuyo origen latino se compone del prefijo Ad (hacia) y Cordis (Corazón) y significa, en castellano, pacto. Este juego de significados, aunque pueda parecer romántico e idealista, apunta hacia lo que la firma de los acuerdos voluntarios de conservación busca: un pacto enmarcado en la buena fe de los firmantes; un acto que, más allá de los compromisos formales, se hace con el corazón. Quienes los suscriben están convencidos del inmenso valor que tiene proteger los recursos naturales. Por eso, estos acuerdos se refrendan de manera voluntaria.
Javier Suárez está a cargo de la finca La Alemania, una herencia familiar en el corregimiento de San José de Las Hermosas, municipio de Chaparral. Antes de la firma del acuerdo voluntario de conservación –recuerda Javier– ya había áreas protegidas en la finca. “Fue un legado que nos dejó mi padre; incluso el área que está más conservada la empezó él, porque era enemigo de tumbar un árbol sin necesidad. Dejó que crecieran, y donde antes había un potrero hoy hay un pequeño bosque”.
Los bosques son fundamentales para la protección del recurso hídrico, y en predios como La Alemania, donde hay nacimientos de agua, fortalecerlos es un imperativo ético que, en el marco de esta estrategia, también significa un compromiso técnico. Por eso, como parte del acuerdo -señala Javier- esta finca destinó 8 de las 17 hectáreas que la integran a la conservación de bosques, mientras que las otras nueve están enfocadas en la práctica de la ganadería sostenible, actividad que también forma parte del acuerdo de conservación.
Al firmar los acuerdos, los propietarios de los predios adquieren diferentes compromisos, según las características particulares de cada finca y las presiones que se estén ejerciendo contra el recurso hídrico. Sin embargo, de manera general, se comprometen a realizar prácticas productivas sostenibles en el manejo de la ganadería y en el beneficio del café; a proteger los bosques, a preservar las fuentes de agua y a no expandir las fronteras agropecuarias.
Algunas de las acciones más importantes realizadas en el marco de los acuerdos son la siembra de especies arbóreas nativas en las áreas protegidas; el aislamiento de las rondas hídricas para evitar su afectación (zonas aledañas a los cuerpos de agua); y, también, la intervención de las actividades productivas para hacer de la ganadería extensiva una actividad más amigable con los recursos naturales. Esto incluye, por ejemplo, la rotación de potreros, la instalación de bebederos con control de rebose del agua y la producción de abonos orgánicos. Cuando se trata de predios con producción cafetera, se interviene el manejo de aguas mieles que podrían llegar a ser un foco contaminante de los ríos.
Los Guayabos, aledaña al río Siquila, es una de las fincas que se acogieron al proyecto. Como parte de la estrategia de conservación, allí se sembraron 140 árboles para recuperar el bosque. “Hace un año, cuando los plantamos, esos árboles no tenían más de 50 a 60 centímetros –afirma Martín Bohórquez, administrador de la finca y nieto de su propietario–. Ahora, ellos miden alrededor de 1.20 metros, casi el doble, y los efectos positivos ya se notan. El ganado no pisa el terreno, porque los bosques se aislaron y, como consecuencia, el agua revienta más”. Los beneficios de esta estrategia irán aumentando paulatinamente y se espera que se mantengan en el largo plazo.
Los acuerdos no se hacen solos.
Además de la convicción y la buena voluntad, la firma de los acuerdos requiere una férrea organización institucional que permita responder a las necesidades pactadas. Demanda gestión con entidades aliadas y la búsqueda de recursos económicos que hagan viable el proyecto y la financiación de las acciones requeridas; esto es, mano de obra, materiales, transportes y asistencia técnica y profesional, entre otros asuntos. Los propietarios firmantes, reciben todos estos insumos.
De acuerdo con el ingeniero Carlos Morales, el proceso de firma de estos acuerdos puede resumirse así: se definen las áreas de intervención, es decir, se identifican los sectores donde hay amenazas contra el recurso hídrico. Luego, se caracterizan los posibles predios que se acogerán al acuerdo y se socializan los componentes y objetivos del proyecto con los propietarios y sus familias. Finalmente, aquellos que deciden acogerse a la firma inician la implementación de medidas que mitiguen los riesgos contra el recurso hídrico. Paralelamente, se comienza el proceso de elaboración del documento para su posterior refrendación.
Los acuerdos voluntarios de conservación contemplan una vigencia mínima de tres años. Durante este tiempo se implementan las acciones requeridas en cada predio y se hace el acompañamiento y el seguimiento necesario. Para Luis Cerquera, uno de los firmantes en la subcuenca de Cucuana, el cambio empieza a hacerse evidente en el mejoramiento de la finca: “el proyecto nos entregó bebederos, mangueras, aisladores y alambre para el cerco eléctrico. Nos enseñaron a hacer rotación de potreros. Hemos enriquecido los bosques. Aún falta mucho para ver más cambios, pero el proceso está en marcha y ha sido muy alentador”.
En 2016, Río Saldaña – Una Cuenca de Vida comenzó a dar los pasos iniciales para estructurar y consolidar este mecanismo de conservación. Y solo fue posible, dos años más tarde, lograr la firma de los primeros acuerdos. Desde entonces, y hasta diciembre de 2021, ya son 33 predios los que se se han sumado a esta idea. Gracias a lo anterior, y en la medida que más y más propietarios y organizaciones se sumen a este propósito, los ríos ríos Amoyá, Cucuana y Siquila son y seguirán siendo, para siempre y por siempre, portadores y proveedores del más vital de los recursos que requieren nuestra subsistencia y nuestro bienestar: el agua.