Por: Javier Silva
Estas aves, que sobresalen por sus plumas multicolores, continúan siendo extraídas de la vida silvestre para ser vendidas y luego convertirse en el adorno de fincas, condominios o viviendas. Pocas pueden recuperarse para la naturaleza después de este contacto forzado con humanos. Unas 150 en promedio son incautadas al año en Colombia, sin que se tenga un cálculo real de aquellas que son comercializadas irregularmente.
Las guacamayas siempre han sido reconocidas por el intenso contraste de sus colores, por su plumaje que parece llevar impreso una parte del arco iris.
Precisamente, la cultura maya interpretaba esa mezcla de tonos rojos, amarillos y azules como si el animal fuera un enviado especial de sus dioses para representar el sol, el fuego y el armonioso azul del cielo, todo esto recogido en un único ser absolutamente suntuoso.
Pero ha sido precisamente su espectacularidad, la impactante mezcla de tonalidades que le otorgan una belleza difícil de igualar en la naturaleza, la que ha llevado a que estas aves sigan siendo acorraladas por las redes del tráfico ilegal de fauna, para ser capturadas con fines recreativos.
Una práctica que no es nueva. La revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), reconocida mundialmente por la calidad de sus publicaciones, reveló el año pasado el hallazgo de restos momificados de guacamayas, entre otras especies, en el desierto de Atacama, en Chile, que habían sido transportadas hasta ese lugar luego de 900 kilómetros de recorrido desde la selva amazónica. Dice la publicación que el descubrimiento refleja lo que sería un antiguo comercio de animales en los años 1.100 y 1.450 d.C. Un atentado contra la biodiversidad que a pesar del paso del tiempo sigue siendo intenso en Centroamérica y no menos complejo en Suramérica, donde Colombia aparece como uno de los países donde más guacamayas son extraídas anualmente de sus hábitats.
Sobresalen en esta lista, principalmente, la amarilla azulada (Ara ararauna), la escarlata o roja (Ara macao), la maracaná grande (Ara severus) y el guacamayo militar, verde o común (Ara militaris).
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) publica que las poblaciones de las tres primeras están decreciendo en medio de una ‘preocupación menor’. La situación de la última, según la misma organización, es ‘vulnerable’.
Sin embargo, en países como Guatemala se reportan menos de 300 ejemplares en libertad de la Ara macao, donde el futuro de la especie ha sido definido como crítico y se considera al borde de la extinción.
Un problema nacional
Según datos recopilados por las autoridades ambientales colombianas, anualmente en el país son incautadas, al menos, 150 guacamayas. La cifra se desprende de las confiscaciones realizadas entre el año 2010 y el 2018, según reportes del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. En ese lapso se han recuperado 1200, la mayor parte en Antioquia (con aproximadamente 450), seguido de Risaralda (con 120) y Caquetá (con casi 100). El número de aves que logran pasar los controles y que llegan a ser vendidas por sus captores es indeterminado. Es un comercio que se reparte por todo el país, incluyendo poblaciones amazónicas y de las regiones Andina, Pacífica y Caribe, así como en ciudades principales como Bucaramanga, Cali o Medellín. Bogotá no es un lugar donde se trafiquen muchas, porque la mayoría son llevadas a municipios turísticos situados a dos o tres horas de la ciudad.
Hay una certeza para los miembros de la Policía y de otras autoridades que tratan de ponerle freno a este delito: y es que la mayoría de las guacamayas comercializadas son transformadas en mascotas y exhibidas en viviendas (generalmente enjauladas), fincas o condominios de personas acaudaladas y usualmente adultas mayores de 50 años, que gozan mirándolas o escuchando sus sonidos, porque, durante esa cadena perpetua a la que son sometidas y en la que pasan casi todo el tiempo entre los seres humanos, aprenden a repetir palabras.
A las que son recluidas o aisladas en predios rurales, suelen cortarles partes de sus alas para impedir que vuelen y escapen. Otras son violentadas para extraer sus plumas y fabricar artesanías, algunas de las cuales son vendidas en el exterior.
Tener una guacamaya viva y de ‘adorno’ puede interpretarse, en ocasiones, como el resultado de una tradición cultural arraigada hace más de 30 o 40 años en algunas poblaciones, cuando incluso los ciudadanos las recibían como un obsequio de amigos o familiares. Por eso, las autoridades han encontrado ejemplares muy viejos y que han acompañado a sus ‘dueños’ durante décadas.
Recientemente, también ha habido hallazgos de individuos juveniles recluidos, sin que esto indique necesariamente u oficialmente la existencia de criaderos fraudulentos para reproducirlos en cautiverio e impulsar su comercio.
Generalmente, las guacamayas son pedidas a través de intermediarios que son, a su vez, eslabones de una cadena en la que aparecen cazadores y nuevos intermediarios que se encargan de buscarlas, incluso entre personas que en algún momento se cansan de tenerlas y acceden a venderlas. También pueden comprarse por medio de redes sociales.
A veces, ante la dificultad de algunas entidades para resguardar a aquellas que han sido incautadas, se suele tolerar que personas o ciudadanos del común mantengan una o dos en predios previamente seleccionados y que tienen permisos tramitados, esto último bajo la figura ‘Red de Amigos de la Fauna’. Pero en ocasiones, esos documentos son alterados fraudulentamente para terminar acaparando 5 o 10 aves.
Resisten daños metabólicos
Las guacamayas son esenciales en el control de plagas o invertebrados como moscas o grillos, que perjudican cultivos. Y también dispersan semillas de frutas o flores a través de sus excrementos y cuando hacen vuelos en medio de la floresta. Por eso, pocos animales como ellas son tan sensibles y frágiles cuando enfrentan un confinamiento prolongado.
Fuentes de la Corporación Autónoma Regional de Antioquia (Corantioquia) explican que solo el año pasado fueron recibidas por personal de esta autoridad ambiental 60 de ellas; pero ninguna pudo ser devuelta a su lugar de origen. En medio del cautiverio sufren enfermedades metabólicas por la alimentación que reciben, principalmente cuando son ejemplares juveniles criados en encierros. Y esto ocurre porque sus captores, o las personas que las compran, terminan alimentándolas de cualquier forma, a veces con pan y chocolate o plátano frito y arroz, una dieta que les causa deformaciones en sus huesos y otras dolencias como hígado graso. Enfermas y luego de que su supervivencia comienza a depender de personas (hecho que les anula su capacidad instintiva para defenderse en la vida natural), la posibilidad de una rehabilitación es casi nula.
De ahí que la mayoría de las que son recuperadas terminan acogidas en aviarios, bioparques o en los mismos centros de recepción y valoración de fauna de las corporaciones autónomas.
Guatemala deja una moraleja
Precisamente, para evitar que esto siga sucediendo, WCS Guatemala atiende a la guacamaya roja, en crítico estado en ese país, afectada por la deforestación, los incendios forestales y el tráfico de individuos.
La labor se desarrolla en el Parque Nacional Laguna del Tigre, dentro de la Reserva de la Biosfera Maya, y como una alternativa para su protección. La idea no es trabajar para recuperar las traficadas, sino para impulsar, desde la base, la reproducción de aquellas que están en vida silvestre, desde que la hembra pone sus huevos. A grandes rasgos, el empeño consiste en cuidar esa nidada.
Normalmente, las guacamayas ponen tres o cuatro huevos en cada nido, de los cuales se reproducen tres. El tercer polluelo suele morir porque las madres acostumbran a alimentar a los dos mayores, por lo que el tercero casi nunca consigue comida.
Los veterinarios de WCS, y haciendo equipo con las comunidades, se llevan entonces ese polluelo abandonado, lo alimentan en cautiverio y luego buscan un nido adoptivo, donde haya solo una cría de más o menos la misma edad, para que sea acogido y logre desarrollarse. Cada año se controlan unos 90 o 100 nidos con el fin de que vuele, al menos, una cría por nido cada 12 meses, una media reproductiva que, según los profesionales de la entidad, es adecuada y sostenible. Todo lo anterior se complementa con medidas estrictas para restringir la captura de las guacamayas que logran sobrevivir y una sensibilización intensa entre la población para que evite comprarlas y tenerlas en casa. Un tema que Colombia está en mora de abordar para honrar a esta ave sagrada para todo el continente.
«La presente publicación ha sido elaborada con el apoyo financiero de la Unión Europea a través de la Acción Alianza Fauna y Bosques. Su contenido es responsabilidad exclusiva de WCS Colombia y no necesariamente refleja los puntos de vista de la Unión Europea».
Sobre la Alianza por la Fauna Silvestre y los Bosques: La Alianza por la Fauna Silvestre y los Bosques es una acción regional impulsa por la Unión Europea e implementada por WCS y WWF que busca combatir el tráfico de fauna silvestre y madera, a través del compromiso de la sociedad civil en el fortalecimiento de la aplicación de la ley y la cooperación con y entre las autoridades de Colombia, Ecuador, Perú Bolivia y zonas y trifrontera con Brasil.
Para contacto de medios de comunicación: Programa Contra el Tráfico de la Vida Silvestre Wildlife Conservation Society (WCS): colombiatrafico@wcs.org