Por: Carolina Obregón
Desde que la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) reconoció la existencia del Páramo del Duende –hacia 1994–, más de diez años pasaron para que este lugar fuera declarado área protegida en el 2005. Por iniciativa de la entidad y las comunidades de Riofrío, Trujillo y Calima El Darién, municipios en los que el páramo se ubica, sumaron esfuerzos para consolidar su figura protectora y estricta de conservación.
Hasta entonces, los vecinos del Duende se referían a él como “La montaña”. Pocos se habían atrevido a subirla, pues a simple vista, era reconocida como un paisaje extraño cubierto de numerosos ríos, cerros y árboles tropicales, al amparo de la Cordillera Occidental. Entonces, nadie sabía en esa región acerca de la existencia del páramo, uno de los pocos en Colombia que aún se conserva prístino, prácticamente intacto.
Alicia Muñoz, exfuncionaria de la CVC que estuvo vinculada a su proceso de declaratoria, explica que no obstante la aparente distancia entre ese ecosistema –propio de la alta montaña– y los campesinos de la zona, ambas partes siempre han sostenido una relación estrecha. Para los locales –afirma– el territorio es su hogar, y “la montaña” forma parte de ese territorio. Por eso, aunque el páramo, con su clima y su vegetación, resulten tan extraños y tan lejanos, fue posible emprender un trabajo conjunto cuyos resultados hoy son tangibles.
Nacen las organizaciones de base comunitaria
El área total del Parque Natural Regional Páramo del Duende es de 14.521 hectáreas y su zona amortiguadora corresponde a unas 33.367 hectáreas, en donde se ubican tierras que entremezclan lo labriego y la vida silvestre. Allí, hoy viven más de 7290 personas. La zona amortiguadora es, en otras palabras, una generosa franja de tierra cuyo propósito es reducir las amenazas que pueden poner en riesgo la conservación del área protegida en su parte más alta. De ahí que sea esta zona en la que se concentran muchos de los esfuerzos para armonizar el desarrollo socioeconómico de las comunidades locales y la existencia de los ecosistemas con su biodiversidad.
Abelardo Salgado perteneció a la Policía Ambiental en Riofrío. Allí aprendió sobre medio ambiente, sostenibilidad y educación ambiental, experiencia que lo llevó a liderar la Fundación Ecológica Fenicia Defensa Natural (Fedena), primera organización de base comunitaria que nació hace varios años en esa región para contribuir con la conservación de los recursos naturales.
Por eso, cuando la CVC y el Instituto Humboldt, entre otras entidades, llegaron con la idea de crear el área protegida, se acercaron a Fedena buscando trabajar juntos en la socialización de tal objetivo. La labor de la organización fue más allá y de esa forma se convirtió en una de las pioneras en su compromiso por proteger el Páramo del Duende, condición que así se reconoce hasta el día de hoy.
Amalia Loaiza nació y vive en Calima El Darién. Desde pequeña sabe del páramo, ya que su padre, en algún momento de los años setenta, subió a “La montaña” a buscar una avioneta que desapareció en medio de la niebla. “Mi papá me contaba que arriba todo era muy diferente, que había árboles que aquí abajo no se veían. Mucho tiempo después supimos que esos árboles son los frailejones”.
En los años noventa, ya adulta y después de haber vivido en otros lugares fuera del Valle del Cauca, Amalia regresó a Calima El Darién. Lo hizo para iniciar una nueva etapa, junto con sus vecinos se organizaron para producir mora y otros cultivos locales. Tras la declaratoria, la conservación entró a ser parte de sus intereses. Actualmente, Amalia lidera la Asociación Páramo del Duende-Ecoduende, dedicada al turismo ecológico, y la Asociación de Productores de Mora-Asocomore, dirigida al desarrollo de proyectos productivos en la zona amortiguadora, alineada con la conservación de la vida silvestre del páramo.
A su vez, Nelson Chica pertenece a la Fundación Andina-OSD, la cual se creó a raíz de la declaratoria del Páramo del Duende, en el año 2005. Entonces, aún joven, sin estudio y sin experiencia, Nelson vio en el trabajo comunitario una oportunidad para construir su vida. En un comienzo, observaba y se dejaba guiar de “los mayores”, quienes lideraban el proceso de organización social.
Cuenta que, aunque sabía de “La montaña”, solo fue hasta que iniciaron las expediciones científicas que se concentró en aprender todo lo que pudiera sobre biodiversidad, investigación comunitaria o cartografía social. En el 2009 acompañó a un grupo de científicos que iban a hacer un estudio del oso andino, de los anfibios y de las aves. “En ese momento conocí realmente el páramo”, dice Nelson.
La evolución
La tala discriminada y la contaminación de los ríos, que a su vez deterioraban las cuencas, son las presiones que aquejaban la zona amortiguadora y que motivaron a las comunidades locales a apoyar la creación del Parque Natural Regional Páramo del Duende, a participar en la construcción de su plan de manejo y a avanzar en la actualización de dicho plan.
Si bien fue un proceso complejo que implicó desde explicar la existencia del páramo y su importancia, hasta lograr acuerdos comunes para ordenar el territorio en torno de la conservación, uno de los mayores aciertos fue convocar y contar con las comunidades rurales para su formulación –afirma Nelson–, pues estas empezaron a organizarse, a liderar, a participar y a incidir en las decisiones sobre su territorio.
En aquel momento se conformaron diez organizaciones. Algunas de ellas son: Asoduende, Fundavi, Fundación Río Claro, Produende, Corpo-Riofrío, Salónica Verde y Fundación Tierra Calima, las cuales han impulsado iniciativas de conservación, de prácticas agroecológicas y de turismo de naturaleza. “En Calima El Darién reforestamos y restauramos para recuperar los bosques, montamos viveros con semillas de especies locales, hacemos turismo, participamos en los mercados campesinos”, agrega Amalia.
Las organizaciones también han impulsado proyectos de vida. En ellos participan campesinos, mujeres, comunidades afro e indígenas y personas en proceso de reinserción, al igual que algunos jóvenes que se han cualificado en diferentes temas y que ya están inspirando a muchos otros. “Ahora la mayoría de las organizaciones las lideran profesionales en administración, en investigación o en conservación. Es gente de mucha experiencia que genera iniciativas propias”, afirma Nelson.
Lo que sigue
El futuro para las organizaciones de base comunitaria en Trujillo, Calima El Darién y Riofrío, está lleno de múltiples retos, incluyendo, entre otros, el conflicto armado, la falta de presupuesto y de apoyo, y las dificultades que trajo la pandemia. No obstante, sus habitantes persisten al querer capacitarse en el turismo de naturaleza o científico, campos que hoy se proyectan como una gran oportunidad. Nelson, Abelardo y Amalia saben que, como siempre lo han hecho, se las arreglarán para avanzar con los procesos comunitarios.
“Yo he subido a ‘La montaña´, la conozco, sé por qué es importante, este es mi hogar”, dice Amalia. “Todo lo que hemos construido tiene valor, aquí vivo bien, me siento útil. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? ¿Qué necesidad hay de irse a otro lugar?”, menciona Nelson.
Y Alicia, por su parte, destaca que en Trujillo, Calima El Darién y Riofrío, sus habitantes han construido sus vidas en torno a la defensa y protección de un lugar que –ellos mismos saben– es de gran importancia, incluso a nivel global. De ahí que las organizaciones de base vengan haciendo un trabajo decidido en pro de “La montaña”, lugar de agua y de vida que, de sobra, amerita la defensa del territorio para la conservación.