Por: Germán Bernal
Un Jeep Willys de los años cincuenta y una chapolera en medio de un cafetal florecido son escenas icónicas que identifican al café colombiano. Es el producto rural más famoso que nace de nuestras montañas y por el que nos reconocen en lugares tan lejanos como Australia, Moldavia o Suiza. La imagen de Juan Valdez, un campesino de bigote y sombrero, junto a su mula Conchita, ha dado la vuelta al mundo desde 1959 y es la estrategia publicitaria más reconocida para este emblemático producto.
Colombia exporta café desde 1835, cultivo que a lo largo del siglo XX se consolidó como uno de los ejes fundamentales de la economía nacional y del comercio exterior. Solamente en el año 2021, la producción alcanzó los 12.577.000 sacos de 60 kilogramos cada uno. De estos, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros, 12.452.000 fueron vendidos por fuera del país, cifra que no es un asunto menor si tenemos en cuenta que en la actualidad, en 22 de los 32 departamentos que forman el territorio nacional, hay cerca de 540.000 familias –la mayoría campesinos y pequeños productores– que se dedican a la siembra, recolección y beneficio de este grano.
Es un cultivo que se desarrolla muy bien entre los 1200 y 1800 metros sobre el nivel del mar, en terrenos con suelos ricos y gran cantidad de fuentes hídricas. Tal es el caso, por ejemplo, de los que se encuentran en las subcuencas de los ríos Siquila y Amoyá, ambos tributarios del Saldaña (sur del Tolima). La vitalidad de esos parajes montañosos depende, en buena medida, de la salud de los ríos y riachuelos que los bañan, y que al mismo tiempo irrigan las parcelas andinas que también subsisten en ese rincón de la Cordillera Central. Entonces, ¿qué cuidados hay que tener para que la producción cafetera no afecte la riqueza natural y campesina en esa región?
El beneficio del café y el medio ambiente
Un cafetal produce dos cosechas anuales. Los caficultores se encargan de recoger los frutos maduros, despulpar el grano –es decir, retirar la cáscara blanda que lo cubre– y someterlo a un proceso de fermentación, lavado y secado, al que se le conoce como “beneficio”. Esto implica el uso de grandes cantidades de agua que, en algunos casos, terminan siendo vertidas a las quebradas o a los ríos aledaños a las fincas cafeteras. Tras su beneficio, el café queda listo para ser vendido a las cooperativas y compraventas.
Luissander Quira es un caficultor del corregimiento de Bilbao, en Planadas (Tolima). Cuando las cosechas son buenas, su finca, El Retiro, produce hasta 70 cargas anuales de café. Por su predio cruzan las corrientes tributarias del río Siquila, que es donde van a parar las aguas resultantes del beneficio. “Lo que generalmente hacemos es construir una acequia que permite evacuar ese líquido y llevarlo de regreso a la quebrada para no regarlo por ahí, porque puede generar erosión y derrumbes”. Según nos cuenta, este un proceso de vieja data que se hace no solo en esta región, sino en otras zonas cafeteras del país.
Sin embargo, surge la pregunta: ¿qué tanto pueden llegar a alterar estas aguas sucias las fuentes hídricas y los ecosistemas de los que hacen parte? El beneficio del café busca mantener la calidad natural de los granos dejándolos limpios de mucílago, una sustancia viscosa presente entre la pulpa y la almendra, que aporta humedad a la semilla, pero afecta su sabor. Para conseguir una bebida más suave, luego del despulpado, los frutos se dejan fermentar durante unas 24 horas. Posteriormente, se lavan para eliminar los restos de ese mucílago que, poco a poco, se desprende. Y es a esa sustancia residual a la que se le denomina aguamiel.
Verter esas aguasmieles del café en los ríos y en las quebradas es una práctica relativamente común y se asocia a aquellas fincas que aún están poco tecnificadas. Y eso es algo que, según el ingeniero Jeisson Alonso Riaño Quintero, Coordinador de proyectos de sostenibilidad en Expocafé, merece nuestra atención:
“Esta sustancia no pasa por ningún proceso de tratamiento de acumulación o captura de sólidos en suspensión, de grasas o de otros compuestos que contiene; así se incorpora directamente a los cuerpos de agua o dentro de los cultivos y generan escorrentías; es decir, empieza a permear la superficie de la tierra y se va filtrando. Luego, permanece en el suelo, afectando su calidad y la de las fuentes hídricas”.
De esa forma, los residuos del lavado del café podrían constituirse en un problema ambiental que incide, directamente, en el recurso hídrico. De ahí que en las subcuencas de los ríos Amoyá, Cucuana y Siquila, el proyecto Río Saldaña – Una Cuenca de Vida* busca proteger los cuerpos de agua de ésta y otras presiones, siendo una de sus estrategias la implementación y promoción de sistemas productivos sostenibles.
Así, y para enfrentar el potencial daño que puede llegar a causar el beneficio del café, el mencionado proyecto trabaja conjuntamente con Expocafé (bajo la iniciativa WRM-Water Resource Management- The Blue Coffee Bean, y la Cooperativa del Sur del Tolima- Cafisur) para instalar, paulatinamente, unos módulos que tratan las aguamieles en las fincas cafeteras de la región. En estos, las aguas residuales pasan a través de una red de tanques y filtros que eliminan sedimentos y microrganismos.
Agricultura ambientalmente sostenible
“Los sistemas de tratamiento de aguamiel son un gran apoyo para los caficultores y uno va tomando conciencia de la importancia de ayudar al medio ambiente. Se reduce el uso de agua en el lavado, y ésta, posteriormente, pasa por cuatro tinas en las que se van quedando la basura y las bacterias, hasta que queda descontaminada. Aunque no es apta para consumir, sí se puede usar en fumigación o se puede verter a la quebrada”. Quien relata este proceso es Claudia Hernández, de la finca Bella Vista, corregimiento de San José de las Hermosas, en la subcuenca del río Amoyá. Junto con su esposo, ella produce alrededor de 60 cargas de café al año, y ya instalaron uno de esos sistemas modulares, lo que reduce hasta un 80 % la contaminación que generan las aguasmieles.
El ingeniero Jeisson Alonso Riaño explica que “lo que se hace durante el tratamiento es evitar que esa descarga de agua contaminada se haga de manera inadecuada. De esta forma, todas las grasas, los lixiviados y los subproductos del café, que pueden llegar a ser nocivos para la vida de ríos y quebradas, se puedan recuperar para hacer una disposición final distinta. Además -agrega- se pretende que el agua resultante pueda ser procesada más fácilmente (por ejemplo, en los sistemas de tratamiento municipal o utilizada para riego u otras actividades)”.
Con la implementación de estos módulos, los cafeteros de esta región tolimense suman esfuerzos para incorporar métodos de producción ambientalmente amigables, y que son el resultado de años de investigación. Pero adicional al aporte ambiental, este grupo de caficultores podrá acceder a la certificación Rainforest Alliance, un programa de sostenibilidad que tiene presencia en 70 países, y que promueve y evalúa sistemas agropecuarios responsables con el planeta y los recursos naturales.
Esta certificación le permite a estas familias campesinas que sus cosechas ingresen al mercado de los cafés especiales, razón por la que podrán recibir un sobreprecio al momento de venderlo en las cooperativas de caficultores. El balance que Luissander Quira hace desde su experiencia es que “la adaptación a este sistema no ha sido difícil y el mantenimiento de los filtros es muy sencillo, pues se hace cada dos meses, aproximadamente. Lo más importante para uno, como caficultor, es darse cuenta de que ya no está afectando al medio ambiente”.
Es una opinión con la que también coinciden muchos y muchas otras beneficiarias que esperan, de esta manera, no solo contribuir con la sostenibilidad ambiental de una región privilegiada con ricos ecosistemas, sino también seguir produciendo el mejor café del mundo.
* Río Saldaña – Una cuenca de Vida es una alianza público-privada entre Fundación Grupo Argos, Concretos Argos, Parques Nacionales Naturales de Colombia, Cortolima y WCS.