Por: Javier Silva
Comunidades de Atlántico, Bolívar y Sucre, que hace décadas fueron indiferentes o toleraron la cacería del tití cabeciblanco y su tráfico ilegal, hoy hacen equipo con la Fundación Proyecto Tití para defenderlo de la extinción. La restauración del bosque donde vive es uno de los planes con los que se busca rescatar a este primate, que es uno de los más amenazados del mundo.
“Yo dañaba al menos 100 árboles al día. Y lo hacía porque tenía que darle de comer a mis hijos”.
La frase es de Luis Centena, un hombre de 41 años, amable, costeño de pura cepa, quien un día se sentó en la sala de su casa a contar cómo eran esos días en los que debía ganarse la vida caminando dentro del bosque seco, aledaño a su pueblo. Pero nunca para admirar su vegetación o recoger frutos. ¡No, lo suyo era la tala!
“Lo que hacíamos era cortar árboles para sacar madera de buen grosor que servía para construir partes de casas, corrales o cercas. Vendiendo esos materiales nos ganábamos la vida”, dice. No solo él. Muchos habitantes de San Juan de Nepomuceno, en Bolívar, lo imitaban; o él los imitaba a ellos. Era un asunto de subsistencia general, que le implicó persecuciones de la Policía e incluso una multa.
Pero Luis reconoce ahora, muchos años después de esa ‘fiebre maderera ilegal’ (por llamarla de alguna forma), que aquellos momentos de aparente bonanza fueron, en realidad, un gigantesco error que aún no sabe cuándo se podrá compensar.
“Y es que poco a poco, sin saberlo, acabamos con la selva, con el corazón de nuestros recursos naturales y el hogar de muchos animales”.
¿Se arrepiente? “Totalmente. La base de la conservación es la educación y yo nunca la tuve, por eso no entendía las consecuencias de lo que estábamos haciendo”. Luis expone su remordimiento con seguridad y con sus palabras parece jurar, como con la mano sobre una Biblia, que jamás actuará como antes.
Se deterioró el bosque y el hogar del tití
Y es que este accionar inconsciente de cientos de personas, no solo en Bolívar sino en otros departamentos, ha tenido dos consecuencias que han sido muy difíciles de corregir. Hoy, el bosque seco es uno de los ecosistemas más disminuidos del país (queda menos del 9 por ciento de su cobertura original, según el Instituto Alexander von Humboldt). Y con esto, también se dañó el hábitat principal y único de una especie emblemática de Colombia: el tití cabeciblanco, catalogado como uno de los 25 primates más amenazados del mundo.
Es un mono endémico del país (no se ve en ningún otro lugar del mundo), tan pequeño como una ardilla, de no más de 500 gramos de peso, acostumbrado a permanecer en grupos familiares de 2 a 10 individuos y en lugares del dosel que defiende con vehemencia. Las hembras pueden dar a luz luego de un periodo de gestación de 6 meses y es usual que tengan gemelos. Es un mamífero carismático por su cabeza adornada con una cresta blanca y un cabello muy abundante.
Siempre se ha distribuido en cinco departamentos (Atlántico, Bolívar, Sucre Córdoba y en el norte de Antioquia). Pero sus poblaciones están aisladas producto de esa deforestación que no ha dado tregua y que sigue impulsada en estos tiempos, ya no tanto por la tala selectiva sino por el avance agrícola y ganadero.
El tráfico ilegal sigue activo
Según el Libro Rojo de Mamíferos de Colombia, aparte de la pérdida de su hábitat, el mono tití cabeciblanco ha tenido otros dos enemigos: la cacería, que fue intensa en las décadas de los 60 y 70 y que llevó a muchos de sus ejemplares a ser enviados al exterior, entre otros objetivos para realizarles estudios biomédicos.
Actualmente, el tráfico, aunque en menor medida, sigue registrándose localmente y algunos individuos son capturados y vendidos en caseríos o al borde de las carreteras, para ser llevados a viviendas rurales o fincas, donde son transformados en mascotas. Se suelen encontrar ejemplares en sitios que están fuera de su distribución natural, y eso no es otra cosa que el resultado del accionar de traficantes que tratan de comercializarlos por todo el país
Según las autoridades ambientales de la costa, entre ellas la Corporación Autónoma Regional de Sucre (Carsucre) y la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique (Cardique), así como la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA), en los últimos 10 años han sido incautados al menos 500 titíes cabeciblancos (esto sin contar aquellos que lograron pasar los controles policiales), un número considerable para una especie tan amenazada.
Esto último, teniendo en cuenta que la cifra de individuos en vida silvestre no es la ideal. La Fundación Proyecto Tití pudo saber, luego de un censo efectuado entre 2005 y 2006 en el noroeste de Colombia, que las poblaciones del tití eran menores a los 7.400 ejemplares, un resultado con base en el cual la misma organización recomendó a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) catalogarlo como especie En Peligro Crítico (CR), sugerencia que fue adoptada por esta entidad internacional en 2008 y, en el 2010, por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible del momento. Un segundo censo de la Fundación, realizado entre 2012 y 2013, estimó la población de titíes en aproximadamente 7 mil individuos, una cifra que dio paso al optimismo, en cuanto reflejó que los trabajos por su conservación eran correctos al arrojar un número sostenido en el tiempo, un hecho muy positivo para cualquier especie amenazada.
Comunidades dedicadas a la conservación
En medio de este panorama todavía oscuro, que combina daños a la especie y la flora de la que depende el futuro de este primate, han surgido esfuerzos desde el Estado. Por ejemplo, se aprobó la ley 17 de 1981, con la que el país se acogió a la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora (CITES). Así, el cabeciblanco fue incluido en el apéndice 1 de esta entidad, que impone la máxima restricción a su comercio ilegal internacional, reducido hoy en un porcentaje muy alto.
Pero el esfuerzo mayor por conservar al mono y su bosque ha sido de las mismas comunidades que algún día impulsaron y toleraron su desaparición, quienes se han volcado a ayudarlo y a sacarlo definitivamente de este mal momento, en alianza con la Fundación Proyecto Primates.
Francy Forero, subdirectora de gestión de la Fundación, explica que el trabajo lo lideran habitantes de Colosó (Sucre) Luruaco (Atlántico) y Santa Catalina y San Juan Nepomuceno (Bolívar), en cuatro temas fundamentales: investigación y monitoreo de poblaciones silvestres, conservación y restauración de bosques, educación ambiental y desarrollo comunitario.
Por ejemplo, un grupo de 33 mujeres, de Luruaco y Santa Catalina, han conformado Asoartesanas, y a través de esta organización se dedican a hacer ecomochilas (elaboradas con materiales reciclados, labor que incluso ayuda a reducir la producción de residuos sólidos en las poblaciones) y muñecos que representan al tití, los cuales venden entre nativos y turistas. De esta forma, reciben recursos adicionales y no tienen que acudir a otras actividades que dañan el bosque para sostener a sus hijos. De paso, se convirtieron en mujeres independientes que han aprendido a participar en proyectos nacionales o internaciones para gestionar recursos con los que apoyan su trabajo y, al mismo tiempo, el día a día de sus familias.
Paralelamente a esto, 15.300 niños han participado en jornadas de educación ambiental y en algunos programas como ‘Titiriteando’ (diversión con títeres) y ‘Cartitilla’, que incluye una publicación con información del tití dirigida a estudiantes de grado séptimo de los colegios situados en los municipios comprometidos con el trabajo ambiental de la Fundación. Se suma Tití-Kids (con libros para colorear) enfocado a los infantes más pequeños y que busca que diferencien un animal silvestre de uno doméstico, esto porque decenas de ellos han crecido mientras han visto en sus casas guacamayas, tortugas o iguanas, situación inusual que algunos han asumido como normal. La lección para ellos es: “yo no tengo y no apruebo tener un tití cabeciblanco como mascota”. Adicionalmente, con el programa ‘Amiguau’ se trata de afianzar que los menores de edad logren una relación más estrecha con sus perros y no tengan curiosidad por buscar animales silvestres como mascotas.
Un bosque que reverdece
Pero, la columna vertebral de todo este esfuerzo es la restauración del bosque del tití. Y tiene su origen en San Juan Nepomuceno, con el respaldo de Parques Nacionales Naturales y otras organizaciones no gubernamentales, para lo cual se han firmado acuerdos de conservación con 170 propietarios de fincas (son llamados socios), en los que sus dueños destinan una parte de sus terrenos a la conservación, evitan confinar animales silvestres y denuncian cuando alguien los tiene. A cambio, reciben ayuda para mejorar sus cultivos, materiales, insumos, servicios y capacitación técnica.
Y es que precisamente uno de los líderes de esta restauración de la flora es Luis Centena, del equipo de la Fundación Proyecto Tití, quien se encarga de recoger semillas para reproducir nuevos árboles en un vivero de la misma Fundación. Una vez estas plantas alcanzan los 50 centímetros, se siembran en las fincas vinculadas con los acuerdos de conservación y en zonas de aislamiento que los propietarios seleccionan. Se espera con esto que las poblaciones grandes del mamífero puedan tener mayor espacio para desplazarse, conectarse y, de paso, reducir la posibilidad de endogamia (reproducción entre miembros de una misma familia).
Una deuda saldada
Con el tiempo, el objetivo entonces es conseguir un corredor biológico de al menos 8 mil hectáreas, que permita recuperar la conectividad entre el Santuario de Flora y Fauna Los Colorados y una red de conservación que contempla áreas protegidas de diferente índole, entre ellas 36 reservas de la sociedad civil y algunos terrenos comprados por la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique (Cardique), para, además, proteger fuentes hídricas.
Francy Forero explica que desde finales del año pasado, la Fundación está realizando un tercer censo (podría terminar entre octubre y noviembre del 2022) que les permitirá saber cuál ha sido la reacción de las poblaciones de la especie a todo este esfuerzo colectivo y comunitario por el cuidado del bosque seco tropical, que de paso, ha permitido la conservación de otras especies diferentes al tití (como el mono araña, en crítico estado).
Mientras tanto, Luis insiste en aclarar que después de ser un talador, ahora es uno de los más entusiastas reforestadores de la región para consolidar ese empeño por salvar a este pequeño mono de la extinción. “Yo siembro en el vivero, entre otros, carretos, campanos, otro árbol que llamamos brasil; guayacanes, cabos de hacha, caracolís, ceibas bonga y ceibas de leche. Algunos de estos árboles producen frutos que son el alimento para el tití. Y otros son maderables y ayudan al sostenimiento de sus hábitats”, dice. En sus recorridos por el bosque, él suele ejercer labores de monitoreo, apuntando su mirada a lo más alto de los árboles para ver si encuentra más Saguinus oedipus, el nombre científico del tití.
Y asegura que nunca parará de cuidar las plantas para enmendar los daños que algún día produjo. Aunque es muy posible que esa deuda ya esté saldada. Porque tres años continuos recogiendo semillas y sembrándolas para que crezcan nuevos ejemplares, no es un trabajo fácil. ¿Y es que usted sabe cuántos árboles han podido crecer en el bosque seco de San Juan Nepomuceno gracias a Luis? Dejemos que él responda: “¿Mil, dos mil, cinco mil? Yo no sé, hace rato perdí la cuenta”.
«La presente publicación ha sido elaborada con el apoyo financiero de la Unión Europea a través de la Acción Alianza Fauna y Bosques. Su contenido es responsabilidad exclusiva de WCS Colombia y no necesariamente refleja los puntos de vista de la Unión Europea».
Sobre la Alianza por la Fauna Silvestre y los Bosques: La Alianza por la Fauna Silvestre y los Bosques es una acción regional impulsa por la Unión Europea e implementada por WCS y WWF que busca combatir el tráfico de fauna silvestre y madera, a través del compromiso de la sociedad civil en el fortalecimiento de la aplicación de la ley y la cooperación con y entre las autoridades de Colombia, Ecuador, Perú Bolivia y zonas y trifrontera con Brasil.
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