Por: Germán Bernal
El oso de antejos (Tremarctos ornatus) es una de las ocho especies de oso que existen en el mundo y la única que habita en Suramérica. En Colombia puede verse a lo largo de las tres cordilleras, en alturas que oscilan entre los 800 y los 4750 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, encontrarse con él no es nada fácil. En primer lugar, porque su población ha sido muy reducida debido a la deforestación, a la degradación de su hábitat y a la cacería; y, de otro lado, en razón a su estilo de vida, que bien podría definirse como solitario y tímido. De acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), se encuentra en categoría vulnerable (VU), lo que significa que deben tomarse medidas para evitar su desaparición.
Además del oso de anteojos, otros mamíferos que habitan los bosques andinos se encuentran expuestos a diversas amenazas. El tigrillo lanudo (Leopardus tigrinus) y el venado de páramo (Mazama rufina), por ejemplo, también están catalogados por la UICN como vulnerables (VU). De hecho, la situación de la danta de páramo (Tapirus pinchaque) es aún más dramática, pues está clasificada como En Peligro (EN). La caza, la tala y la expansión de la frontera agrícola son algunas de las causas de este complejo panorama que no solo afecta a emblemáticos mamíferos, sino también a aves, reptiles y anfibios, que en conjunto son imprescindibles para la sostenibilidad de los ecosistemas.
Nubia Castro y Marco Fidel Jiménez habitan en inmediaciones de la subcuenca del río Amoyá, municipio de Chaparral (Tolima), y son testigos excepcionales de la presencia de varias de estas especies en su región. La danta y el venado de páramo, el tigrillo y el oso de anteojos son eventuales visitantes de los terrenos de su Finca La Lorena, en la vereda Aurora Hermosas, junto al Parque Nacional Natural Las Hermosas “Gloria Valencia de Castaño”.
Nubia heredó la finca que fue de su padre y de su abuelo. Cuenta que hace poco el águila crestada, reina de esos aires, se llevó un gallo de su gallinero y que un puma cazó casi todas sus ovejas. Además, afirma que “antes, estos animales se veían con mayor frecuencia. Mi abuelo y mi padre los cazaban, pues la carne de la danta y del venado era apetecida; pero nosotros, ahora, no permitimos la cacería dentro de la finca”. Como ella, nuevas generaciones de campesinos han tomado conciencia sobre la riqueza natural que poseen, lo que, en algunos casos, los ha inspirado a postular sus predios como Reservas Naturales de la Sociedad Civil (RNSC), y así promover la protección de ese capital natural.
El proyecto “Río Saldaña - Una Cuenca de Vida”, coordinado por WCS Colombia, acompaña y asesora a estos habitantes de la subcuenca del Amoyá durante la mencionada postulación. En este proceso, Parques Nacionales Naturales de Colombia es la entidad encargada de analizar las condiciones de interés e importancia para la vida silvestre y decidir si una finca cumple o no con las condiciones para ser reserva. Los propietarios que pasan este filtro se comprometen a conservar y a proteger la riqueza natural, promesa que implica, entre otros temas, diseñar un plan de manejo que permita reducir las amenazas que se identifiquen en los ecosistemas presentes.
Listos, cámara, acción
Es importante reconocer que los campesinos son los primeros conocedores de su patrimonio natural, y esto es una de las principales motivaciones para querer que sus predios sean RNSC. Pero, más allá de su relato, el procesamiento de la solicitud requiere de un conocimiento objetivo y científico sobre el capital biológico de sus fincas. Fanny González –Especialista en Áreas de Conservación en WCS– explica que para la declaración de un predio como reserva es necesario llevar a cabo una caracterización rápida de la biodiversidad del lugar. Por lo que “un grupo de biólogos, cada uno experto en una temática, se interna en la región con el fin de estudiar las plantas, las aves, los anfibios, los reptiles y los mamíferos”. Es un trabajo que se extiende por cuatro días en cada predio visitado, y en el que se aplican distintas metodologías en aras de poder establecer la presencia de determinadas especies de flora y fauna.
Sin embargo, el avistamiento de grandes mamíferos, como la danta o el oso de anteojos, o de medianos como el tigrillo, es un suceso poco frecuente. Aunque los habitantes de la región confirman haber visto a estos y a otros animales, no es sencillo topárselos en la espesura del bosque. Gerardo Garay, propietario de la finca Laureles, cuenta que vio pumas en dos ocasiones: “la primera vez encontré a la hembra con dos cachorros; ella estaba descansando sobre un plan dentro del monte, pero no alcanzamos a tomarle fotografías. Como al mes, llegó hasta donde yo tenía una cría de 22 ovejos y solamente me dejó dos”. No obstante, don Gerardo reconoce el valor de estas especies silvestres y sabe que hay que aprender a convivir con ellas.
Pero cuatro días no son suficientes para registrar la presencia estos animales, muchos de ellos nocturnos y sigilosos y, en todo caso, esquivos ante la presencia humana. En otras palabras, la caracterización de mamíferos requiere de ser omnipresente e invisible entre los bosques. Una tarea imposible para cualquier ser humano. Es aquí donde las cámaras trampa –inventadas por George Shiras III en la década de 1890– se convierten en la mejor alternativa para realizar este tipo de trabajo. Con las primeras versiones, los animales tropezaban con un juego de cables que activaban el mecanismo de captura de la imagen. Hoy, de manera casi idéntica, un sensor de movimiento activa la cámara cuando siente el paso de un animal.
Precisamente, durante la caracterización de cuatro predios en la subcuenca del Amoyá se instalaron 18 cámaras trampa que estuvieron activas por 30 días. Estaban sujetas a los troncos de los árboles, a 50 o 60 cm del suelo, para alcanzar el campo visual de un animal mediano en tránsito natural. Beatriz Henao, bióloga a cargo la caracterización de mamíferos en WCS, aclara que “las cámaras no permanecen encendidas, sino que se activan con un sensor de movimiento que tiene un rango de toma de 3 a 4 metros a un ángulo de 45 grados. Entonces, el equipo de investigadores decidió usar una programación de espera de 5 segundos, con una ráfaga de 5 fotos, e instaló las cámaras en lugares donde, de acuerdo con información previa, los animales podrían aparecer.
Una región con potencial
Las cámaras, sin embargo, no documentan todo. De acuerdo con Nubia Castro, hubo algunos animales que brillaron por su ausencia, destacándose, por ejemplo, el perezoso y el puma, y a los que que ella ha visto en la región. Sobre esto, Beatriz Henao explica que “con una sola metodología y con un tiempo limitado no se alcanza a abarcar la cantidad de especies que se encuentran en un lugar”.
Por eso, estudios como este también se apoyan en los rastros y en las marcas que dejan los animales en medio del bosque. De esta manera, una huella, un comedero, un rascadero y hasta las heces, resultan indicadores potentes de la presencia de estas especies. “Hay que tener en cuenta que estos muestreos se hacen en corto tiempo y que los animales tienen también sus propias dinámicas y momentos”, resalta Beatriz.
En conclusión, y para efectos de los resultados que busca el proyecto, las cámaras trampa, combinadas con otros sistemas de rastreo, arrojaron resultados alentadores para la conservación de la biodiversidad. En esta breve exploración se evidenció la presencia de 20 especies de mamíferos en estas montañas del sur del Tolima: tres de ellas catalogadas como VU (Vulnerable) y una EN (En Peligro). De acuerdo con la bióloga Henao, “estos hallazgos nos están diciendo que la zona tiene mucho potencial para el desarrollo de iniciativas de conservación, porque los mamíferos grandes requieren áreas extensas y en buen estado para su supervivencia”. Una tarea que las cuatro familias campesinas dueñas de los predios estudiados están dispuestas a asumir por medio de la figura de las Reservas Naturales de la Sociedad Civil.