Por: Javier Silva
Con una zona de reserva y un enorme apoyo comunitario se consolida, entre Córdoba y Sucre, la restauración de algunas zonas del bosque seco, hábitat de esta especie en peligro crítico de extinción.
La destrucción del bosque seco de la región Caribe, causada por la ampliación de la frontera agrícola, la ganadería y la construcción de obras de infraestructura, ha sido intensa. Según el Instituto Alexander von Humboldt, en este sector del país queda menos del 10 por ciento de las coberturas originales del ecosistema, una reducción que también ha causado daños a la fauna que se resguarda en medio de esa vegetación.
Por ejemplo, uno de los animales emblemáticos del bosque seco, la tortuga carranchina, está en peligro crítico de extinción, porque su salud depende exclusivamente de este entorno.
Pero todas las amenazas sobre esta biodiversidad serían mitigadas, o al menos se reducirían, si se pudieran restaurar los bosques y los humedales que desde siempre ha habitado la especie. Y, de paso, si los hombres y mujeres alrededor de ellos lograran fortalecerse económicamente, sin entorpecer el crecimiento de los recursos naturales.
Un plan complejo, pero que ya comenzó a dar sus primeros pasos en un pequeño territorio situado entre Sucre y Córdoba, impulsado por WCS Colombia y el *Proyecto Vida Silvestre (PVS), iniciativa que, aunque ha trabajado tradicionalmente en tres regiones (Magdalena Medio, Llanos Orientales y Putumayo), ahora apoya otros procesos de restauración de hábitats de especies amenazadas en Chocó, Valle del Cauca, Cesar y Nariño.
La primera reserva en el país
La historia en favor de la carranchina comienza, primero, en zona rural del municipio de San Benito Abad, en Sucre. En este sector, WCS creó la reserva ‘La Carranchina’, la primera y única área en el país destinada exclusivamente a su conservación. Esto con la colaboración de Turtle Survival Alliance (TSA) y Rainforest Trust.
Es un predio de 120 hectáreas situado en un área de distribución de la tortuga, un reptil endémico para el Caribe colombiano (es el único lugar del mundo donde vive) llamado científicamente como Mesoclemmys dahli.
Germán Forero, director científico de WCS Colombia, ha explicado que lo que se busca en la reserva es desarrollar un rescate genético, ya que los grupos poblacionales tradicionales de la especie han quedado aislados por la fragmentación sufrida por el bosque, y por eso sus individuos se han tenido que reproducir entre parientes (endogamia), lo que ha incrementado la probabilidad de que adquieran genes deletéreos, es decir, genes dañinos que pueden derivar en enfermedades, cambios físicos o la muerte.
“Aprovechando que las tortugas, por su tamaño y peso, pueden ser transportadas de un lugar a otro, al llevar algunos grupos de ellas a la reserva lograremos introducir genes nuevos y aumentar la diversidad”.
Esto último se sustenta en que, ante la desaparición de su entorno natural, las Mesoclemmys dahli han tenido que adaptarse a condiciones ambientales diferentes, como potreros, donde intentan desplazarse sin mucho éxito. La idea con esta zona de protección es, entonces, rehabilitar y proteger su hábitat. En ese predio también hay humedales que se están recuperando, poco a poco, para mejorar las condiciones naturales del lugar.
Una cruzada comunitaria
Pero como un segundo gran eslabón de todo este empeño por la tortuga, ahora surge el trascendental respaldo comunitario. Con el apoyo del Proyecto Vida Silvestre (PVS), habitantes de la vereda Flecha-Sabana, del municipio de Chinú (Córdoba), que está unida geográficamente con San Benito Abad (Sucre) y con el área protegida, están apoyando la recuperación del bosque seco.
De un lado, un grupo de 9 personas, integrado en su mayoría por mujeres, trabajan en dos viveros, con los que se respaldan los trabajos de restauración. La idea es reproducir 25 mil plantas nativas, entre las que aparecen maderables (como cedros, robles, orejeros o matarratón) y frutales (entre ellos árboles de limón, guayaba y mango). Hay un vivero dentro de la reserva ‘La Carranchina’ y otro en la vereda.
Yéiner Vega, ingeniero agrícola y profesional del PVS, explica que con las plantas que nacen y crecen en los viveros se hacen trabajos de restauración y de siembras. Y han servido, además, para capacitar a los pobladores involucrados en diferentes temas relacionados con su desarrollo personal. Incluso, todos se han dado cuenta de que el cultivo de las plantas podría convertirse en unos años (porque aún no hay venta al público) en una oportunidad comercial que representaría ingresos adicionales para las familias.
Un capítulo adicional a la reproducción de las plantas son los acuerdos de conservación. Ya se han establecido 25 de ellos, con igual número de dueños de fincas aledañas a la reserva ‘La Carranchina’, para que destinen una parte de sus terrenos a la conservación.
A cambio, son capacitados en el manejo forestal y reciben árboles cultivados en los viveros, algunos de ellos de marañón, una fruta muy demandada en la región. Los finqueros han ido aprendido a sembrar los árboles en los sitios que han escogido voluntariamente para preservar.
“La idea es consolidar, con el tiempo, un corredor de conservación para la tortuga carranchina con una buena cantidad de predios que limitan con la reserva. Esto es un primer paso para que, en un tiempo, más terrenos se involucren libremente con este trabajo por el futuro de la especie”, comenta Yéiner Vega.
Históricamente, Flecha-Sabana, así como sus zonas aledañas, no han sido territorios muy comprometidos con el cuidado ambiental. Yohana Martínez, una de las viveristas y dueñas de fincas que hacen parte de los acuerdos (ella destino una hectárea de su predio a la conservación), dice que los habitantes se han concentrado más en tratar de salir adelante y en cubrir sus necesidades, que en tener un compromiso sostenible con el paisaje.
Muchos de ellos, agrega Yohana, en algún momento han vivido de la venta de arena y de otros materiales para la construcción, que se extraen de los suelos, pero sin pensar en las consecuencias. O algunos han desarrollado proyectos ganaderos o grandes extensiones agrícolas, actividades que implican acumular cada vez más hectáreas y talar todo lo que se encuentra, para posteriormente hacer quemas para preparar la tierra, incendios que a veces se han salido de control.
Yohana tampoco era muy consciente del valor de la carranchina. Veía cómo era capturada para comer su carne, pero nunca se dio cuenta de su importancia, de su trascendencia como especie local. “Llevo seis meses involucrada con el vivero y he aprendido demasiado; he ido cambiando mi visión de las cosas, pero a favor de que debemos salir adelante, pero sin dañar lo que tenemos”, opina. Todo indica que ella y sus vecinos han comenzado a cambiar la historia.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).