Por Germán Bernal
En las zonas rurales cordilleranas de Colombia es habitual observar grandes extensiones de tierra que son destinadas a la siembra de toda una variedad de cultivos y a la ganadería de montaña. Mientras tanto, mucho más arriba, subsisten algunas franjas de bosque que aún no han desaparecido para dar paso a la expansión agropecuaria.
La finca La Julia, que tiene por hogar a la cordillera Central, en Roncesvalles (Tolima) es un buen ejemplo de ello. De sus 22 hectáreas de extensión, cerca del 36 % corresponden a un frondoso bosque al que don Luis Casallas cuida como un gran tesoro: “Me dediqué a proteger lo que hay. No importa qué especie sea; yo no la toco para nada. No he sacado un árbol ni siquiera para cercar el mismo monte”.
Don Luis guarda memoria del daño que ha causado en estas tierras la deforestación: “me fui por muchos años de Roncesvalles y cuando volví solo vi taladores y más taladores. Recuerdo que hace mucho tiempo trabajé en una finca en la que el agua era abundante. Pero regresé hace unos días y ese recurso ya ni siquiera llega a la casa, pues los nacimientos se secaron. Aquí hay gente que vive solo de dañar el monte. Pocos tienen esa visión de conservar. Por eso decidí cuidar lo poquito que queda”.
Por fortuna, La Julia no es el único predio donde se trabaja para recuperar las coberturas naturales tratando así de mantener y mejorar la calidad y cantidad de agua que abastece a la región y, por supuesto, los demás servicios que la naturaleza ofrece. La alianza Río Saldaña - Una Cuenca de Vida* ha venido gestionando varios acuerdos voluntarios de conservación que buscan proteger la riqueza hídrica en el área rural del propio Roncesvalles, así como la de los corregimientos de San José de las Hermosas (Chaparral) y Bilbao (Planadas), todos en el Tolima.
Especies amenazadas
Franklinia es una organización internacional que ayuda a proteger especies de flora amenazadas, y se vinculó ya hace varios meses a la mencionada alianza. La idea con esto es trabajar por cuatro especies arbóreas muy diezmadas que forman parte del patrimonio ambiental de la cuenca alta del río Saldaña: el cedro negro (Juglans neotropica), el cedro rosado (Cedrela montana), el pino romerón o pino de monte (Podocarpus oleifolius) y el roble (Quercus humboldtii).
De principio a fin, la siembra de estas especies podría resumirse en los siguientes pasos: el diagnóstico e inventario de los ejemplares existentes; la obtención de semillas y el rescate de plántulas (árboles bebé que difícilmente sobrevivirían en los bosques); su ubicación en los viveros del proyecto; el cuidado de las plántulas que allí nazcan; su adaptación al entorno natural (proceso llamado técnicamente rustificación); y, por último, su traslado a los bosques con el posterior monitoreo correspondiente.
La tarea se ve fácil ante los ojos de cualquiera. Acaso, ¿qué podría salir mal buscando unas semillas, sembrándolas, regándolas, cuidándolas, trasplantándolas y teniendo un árbol? Sin embargo, para el proceso que aquí contamos, y en particular para el equipo humano encargado de ejecutar esta misión, han surgido en el camino varias dificultades, siendo una de ellas -tal vez la más importante- la consecución de las semillas.
Subsanar las dificultades
Uno de los viveros de este proyecto está ubicado en San José de las Hermosas, en la subcuenca del Amoyá. Atanael Patiño es el encargado de mantener el lugar, y atribuye la reducción sustancial de este tipo de árboles al uso que por años han hecho las comunidades de los mismos: “en el caso de los cedros, yo creo que son los que la gente más utiliza en las montañas. Es un árbol muy fino, tanto para la construcción como para hacer cercas y corrales. Pero lo tumban y no lo siembran más”.
Daniel Velásquez, viverista en Roncesvalles, explica que para obtener semillas de esa especie es necesario recorrer amplias zonas de bosque: “si logramos encontrar algún árbol, buscamos minuciosamente sus frutos o sus semillas. Y si hallamos algo, las llevamos al vivero con la esperanza que logren germinar”.
William Bravo, Especialista en Restauración de WCS, explica que, una vez recolectado un lote, éste se somete a un proceso de revisión para determinar su vitalidad. “Recolectamos, digamos, 500 semillas de cedro negro, las limpiamos y hacemos la prueba de corte para 20. Y a veces hemos encontrado que de las 20, todas están malas, están vacías. Ese es un indicador con el que dices, ‘bueno, si cogí 20 y las 20 están vacías ¿de estas 500 cuántas me van a germinar?’. Pero, igual, hacemos el esfuerzo y las sembramos esperando que broten”.
Por supuesto: también se han hallado lotes de semillas aptas para germinar, así como varias porciones de plántulas rescatadas que, en la actualidad, crecen en otros viveros de la región: uno ubicado en la vereda Villa María, Roncesvalles, subcuenca del Cucuana, y otro en la vereda Alemania, en Chaparral, subcuenca del Amoyá.
Para el caso del primero, el inventario hoy día da cuenta de 1600 plantas de cedro rosado, 133 de roble, 36 de cedro negro y 22 de pino romerón; mientras que en Amoyá, prosperan otras 500 de cedro rosado y 155 de cedro negro. Adicionalmente, se pueden contar en etapa de germinación 1400 semillas de cedro negro en Villa María y otras 180, de la misma especie, en la vereda Alemania.
William advierte que lograr esas cifras ha sido posible, en buena medida, gracias al seguimiento fenológico realizado, es decir, al trabajo sistemático de observación que se implementó en el proyecto y que ha permitido identificar los períodos de floración y de producción de frutos, al igual que el momento de maduración o cuando ya están aptos para la siembra en los viveros.
Sin embargo, las condiciones climáticas adversas no han hecho de esta labor algo fácil: “Tuvimos dos años con una variabilidad climática muy pesada, con muchas lluvias que causaron la caída de las flores. Ese aborto de frutos en los últimos tiempos ha sido una constante”, afirma el botánico.
La oleada de dificultades, sin embargo, no es una razón para la desesperanza. “Se han redoblado los esfuerzos, se ha hecho lo humanamente posible y estamos logrando metas importantes”, añade William. Además, se pudo iniciar la etapa de siembra en algunas áreas de bosque: 20 ejemplares de roble (predios San Cayetano y Santuario, en la subcuenca de Cucuana) y 150 de cedro (predio La Alemania, en Amoyá).
Aunado a todo lo anterior, estas siembras abrieron la posibilidad de investigar el cambio en los factores de crecimiento de las plántulas de cedro negro, estudio que se está realizando en conjunto con la Universidad del Rosario. Para ello se viene haciendo un detallado seguimiento a 60 plantas de esta especie -30 de ellas sembradas en tierra nativa y 30 en tierra convencional de vivero-. Y de este análisis se espera obtener datos importantes que permitan aumentar el conocimiento sobre este majestuoso árbol y su entorno. En últimas, aprender, constantemente, ha sido el mejor desafío y la mayor ganancia para el proyecto Río Saldaña – Una Cuenca de Vida.
* Río Saldaña – Una cuenca de Vida es una alianza público-privada entre la Fundación Grupo Argos, Concretos Argos, Parques Nacionales Naturales de Colombia, Cortolima y WCS.