Por Javier Silva
Si los individuos que aún sobreviven en los mayores remanentes de bosques en Yondó (Antioquia) dejan de ser cazados, la población del ave podría tener una viabilidad de 100 años, concluye un estudio elaborado por profesionales de WCS y publicado en la revista especializada Oryx. La especie, llamada científicamente como Crax alberti, está ‘En Peligro Crítico’.
El paujil (Crax alberti) es una de las especies más interesantes de Colombia. Su cresta crespa y negra y su pico de un azul índigo intenso, que de paso le da su nombre más popular (paujil de pico azul), lo transforman en un ser especial por lo inusual y lo suficientemente sugestivo entre las criaturas del bosque.
Pero sobre él pesa un hecho inconveniente: y es que ha sido catalogado como ‘En Peligro Crítico’ de extinción, esto último porque tal vez no sobrevivan más de 2 mil de sus ejemplares en vida silvestre.
Un diagnóstico sombrío que, sin embargo, acaba de encontrar una alternativa para su reparación.
Todo se resume en que la vida del paujil cambiaría y se rescataría, si se evitara su cacería. Porque a pesar de que se han conocido diagnósticos que hablan de que está a punto de desaparecer por la pérdida de su hábitat —esto último a raíz de la deforestación que da paso a la agricultura y a la ganadería— es la captura de sus ejemplares, ya sea para comerlos o traficarlos, entre otras intenciones, lo que verdaderamente está provocando el mayor impacto sobre el pavón, otro de los nombres que recibe.
Esta conclusión ha sido lograda luego de un análisis de viabilidad poblacional que se obtuvo para un grupo de paujiles que habita en el municipio de Yondó (Antioquia), basado en datos recolectados en campo, con información disponible y ya existente sobre su ecología reproductiva y luego de aplicar un modelo que calculó densidades de poblaciones altas y bajas de la especie.
El trabajo permitió la redacción del artículo ‘Evaluación de estrategias alternativas de conservación para el paujil de pico azul en el Valle Medio del Magdalena’, publicado recientemente en la revista especializada Oryx. Una investigación que fue liderada por el biólogo Igor Valencia, de Wildlife Conservation Society (WCS Colombia), en colaboración con otros profesionales de la organización como Lina Caro, Leonor Valenzuela y Germán Forero-Medina, su director científico. A ellos se unió Fernando Arbeláez, quien lidera la Fundación Biodiversa. El grupo tuvo el respaldo del Proyecto Vida Silvestre (PVS)*, que trabaja por la preservación de especies de fauna y flora en esta parte del país.
¿No valdría reforestar?
Dice el texto que “la mortalidad del paujil, como resultado de la caza y el tamaño de su población inicial en Yondó, está teniendo los mayores impactos sobre la especie, por lo que una estrategia basada en la eliminación de esas capturas, incluso en los dos sitios con los mayores remanentes forestales del paisaje, podría asegurar la viabilidad de Crax alberti durante un periodo de 100 años”. Es decir, la caza del paujil de pico azul (presión cinegética) tiene un peso y un impacto determinantes sobre su futuro.
—Si su mortalidad por cacería se mantiene constante a como es hoy, incluso a niveles más bajos, no valdrían esfuerzos u otras estrategias como reducir la deforestación o, por ejemplo, llevar a la región ejemplares reproducidos en cautiverio o como parte de un intento por repoblar la zona con individuos sanos—, explica Igor Valencia.
En otras palabras: seguramente servirá reforestar o frenar la tala, pero este último esfuerzo no arrojará resultados definitivos si, al mismo tiempo, la captura de paujiles no se erradica.
Aunque existen estudios de viabilidad poblacional para otros miembros de la familia de los Crácidos, a la que pertenece el ‘piquiazul’ (y en la que se agrupan otras aves conocidas como guacharacas), este es el primer análisis de su tipo para Crax alberti, el cual se desarrolló en un área de 300 kilómetros cuadrados, donde se ubican veredas de Yondó como Santa Clara, Barbacoas, Bocas de Barbacoas y Ciénaga Chiquita, localidades donde la temperatura promedio es de 28 grados centígrados.
Luis Miguel Rengifo, vicerrector de Investigación de la Universidad Javeriana, biólogo y ecólogo tropical, así como editor de la más reciente versión del Libro Rojo de Aves de Colombia, reconoció el valor del documento. Considera que este tipo de estudios son muy valiosos porque permiten tomar acciones bien informadas y orientar decisiones de conservación para otras especies que tengan ecologías similares.
Perder un solo paujil es trascendental
Leonor Valenzuela, coordinadora de Análisis y Síntesis de WCS, y quien lidera el equipo de monitoreo de la organización, explica que uno de los primeros retos de la investigación fue saber cuántos paujiles sobreviven en la zona, así como su ubicación dentro del área de estudio.
Un monitoreo con cámaras trampa permitió resolver ambas preguntas: en esa área seleccionada de Yondó se estima que puede haber entre 64 y 97 paujiles, un número que se convierte en un núcleo importante, teniendo en cuenta que en otros sectores del país la especie no se ha vuelto a reportar.
Al mirar esas cifras, se tiene una idea clara de lo que representa perder uno o dos ejemplares al ser apresados, además, porque el paujil se reproduce una sola vez al año y pone únicamente dos huevos.
La ocupación del paujil en Yondó alcanza hoy el 83 por ciento, esto quiere decir que, aunque hay pocos ejemplares, se encontró en ese porcentaje de los bosques del municipio que fueron monitoreados.
El análisis confirmó, adicionalmente, que al paujil de pico azul no le gusta vivir en zonas de pastos o sitios inundables, sino prefiere grandes áreas de bosque de tierra firme y en buen estado.
Reforzar acuerdos de conservación
Uno de los mayores aportes del artículo, más allá de sus conclusiones estrictamente científicas, es que proyecta acciones que se deben aplicar o reforzar a mediano plazo para la conservación del paujil.
En vista de que muchos viven muy cerca de zonas pobladas, una estrategia adicional será mantener o ampliar los acuerdos de conservación, en los que dueños de predios se comprometen a frenar la cacería y a destinar áreas de sus terrenos a la recuperación.
Hasta el momento, y como parte de las acciones del PVS, se han firmado 28 de esos convenios que representan 426 hectáreas de terrenos preservados en todo el Magdalena Medio. En Yondó, por su parte, hay 22 acuerdos, con 181 hectáreas consolidadas y que involucran a grandes fincas como San Bartolo y La Ganadera, que resguardan las porciones de bosque mejor conservadas de la región.
—Sabemos ahora que la cacería es el factor de mayor impacto en la supervivencia del paujil. Sería ideal entonces eliminarla en toda el área de Yondó, pero los modelos muestran que, si logra erradicarse, al menos, en los remanentes más grandes de bosques que las fincas San Bartolo y La Ganadera resguardan, sería suficiente para darle una oportunidad a la especie. Por eso, los acuerdos de conservación vigentes resultan trascendentales—, dice Germán Forero.
Luis Miguel Rengifo argumenta que, de todas maneras, sería ideal que los esfuerzos por reducir la cacería involucren más áreas, teniendo en cuenta que hay muchas personas que se mueven y pueden entrar a esos bosques conservados.
—Ser muy enfáticos con la educación de los ciudadanos, especialmente de los jóvenes, que pueden responder rápidamente hacia el cuidado del ave. Y no descartar reintroducciones, porque esto ayudaría a redistribuir el riesgo, es decir, a que los ejemplares que sobreviven no estén en un único sitio. Un lugar ideal para esto sería el Cañón del Rioclaro (Antioquia)—, comentó Rengifo.
Leonor Valenzuela agrega que, como parte de las actividades del PVS, a partir de esas conclusiones será necesario aumentar la empatía que debe existir entre las personas que habitan en zonas cercanas al hábitat del paujil, especialmente de quienes viven en Yondó y otras localidades del Magdalena Medio como Cimitarra (Santander), donde el ave ha comenzado a verse con cierta frecuencia.
En toda esta área, los porcentajes de ocupación de la especie se han incrementado del 32 por ciento en 2017, al 34 por ciento en el año 2020.
Se buscaría que las comunidades comiencen a comprender que el paujil es importante, entre otras razones, porque dispersa algunas semillas que renuevan la flora de los bosques y que, a su vez, sustentan la existencia del agua y los alimentos.
Y se tendrá que acompañar y persuadir a los campesinos que aún creen en mitos, como el que indica que el paujil guarda pequeñas pepitas de oro en su garganta o guargüero, lo que lleva a que algunos ejemplares sean perseguidos.
Adicionalmente, las mediciones logradas podrán tenerse en cuenta para desarrollar iniciativas en otras regiones del país donde históricamente haya sido reportada la presencia del paujil de pico azul. Originalmente, estaba distribuido por las tierras bajas (hasta 1200 metros sobre el nivel del mar) del valle medio del río Magdalena y el bajo Cauca, hasta la Sierra Nevada de Santa Marta. Y podía verse en Norte del Cauca, Valle, Quindío o Risaralda.
—No sería responsable dejar extinguir al paujil, una especie que cumple funciones ecológicas que, incluso, aún desconocemos. Es un ave grande, vistosa, emblemática, una especie notoria y con la que se puede sensibilizar a la gente con el cuidado de los recursos naturales—, opinó Rengifo.
Por eso cualquier esfuerzo por dejar en paz a esta ave de corto vuelo que solo puede verse en Colombia (endémica), y enfocar hacia ella medidas dirigidas a su protección para que regrese y consolide su presencia a lo largo de lo que fue su enorme hogar natural, siempre estará justificado y valdrá mil veces la pena.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).