Por Javier Silva
El Ministerio de Ambiente y WCS Colombia trabajaron en equipo con comunidades del Valle, Caldas y Tolima, para que en unos años estas plantaciones de especies nativas comiencen a recuperar áreas degradadas, conecten a mediano plazo bosques aislados y formen corredores biológicos en beneficio de especies de fauna trascendentales, como el oso andino y la pava caucana. Y, además, agreguen valor ecológico a sistemas productivos como la ganadería y los cultivos de café y cacao.
Son las 7 de la mañana y Juliet Corrales, con la ayuda de un equipo de cinco mujeres y cuatro hombres, acaba de subir 400 árboles pequeños, en pleno crecimiento, a un tractor parqueado en la falda de una montaña de la vereda El Chilcal, en Dagua (Valle del Cauca). Transcurre abril, y por eso las lluvias suelen ser parte del paisaje.
El objetivo es llevar cada una de esas plantas a dos horas de camino, descargarlas, quitarles una bolsa negra que recubre parte de su tallo y sus raíces, abonarlas y sembrarlas, pase lo que pase, y a pesar de truenos o relámpagos. Llevan cedros, chachafrutos, guamos, entre otras especies.
El tractor arranca en medio de un entusiasmo que asombra. Se sabe que el trabajo tomará todo el día, pero nadie de los que van a bordo se queja. Algunos tararean canciones, otros cierran los ojos para relajarse y los demás miran a lo lejos, como estudiando un paisaje recién descubierto.
Ya ha pasado casi una hora de viaje y el vehículo se encuentra con un camino lleno de rocas; ahora debe avanzar lentamente. Por eso, Juliet aprovecha para recordar que, hace unos tres años, su vida transcurría muy lejos de este lugar apacible.
Cuenta que vivía en Cali y se ganaba la vida como comerciante. Pero llegó la pandemia causada por el Covid 19, su trabajo se fue a pique y tuvo que regresar a El Chilcal, de donde es oriunda. Pero, se encontró con que el destino le tenía guardada una sorpresa: una amiga de la región la convenció y la animó para que se vinculara a la ejecución del proyecto ‘Restauración Ecológica de la Región Andina’, que se iba a desarrollar en este territorio.
Aunque Julieth no sabía de botánica, gracias a esta oportunidad aprendió. No tenía idea de ecología, y allí comenzó a conocer algunos de sus detalles. Y, con el paso de los meses, se convirtió en una líder y gestora de las siembras logradas en este sector de su departamento y a nombre de esta iniciativa que lideró el Ministerio de Ambiente y WCS Colombia, todo con la intención de recuperar áreas degradas y afectadas por la deforestación que causan los avances de la agricultura y la ganadería.
Cinco regiones o núcleos
Julieth ya perdió la cuenta del número de árboles que plantó con sus propias manos y en este lugar natural, bautizado como el Corredor Oso-Dagua.
Sin embargo, las cuentas oficiales del Proyecto de Restauración Ecológica en la región Andina indican que, con la ayuda de personas como ella y de equipos similares a los que Julieth conformó, también se hicieron plantaciones en otras cuatro áreas geográficas del país: Cuenca Cali-Pance, Cuenca Yotoco—también en el Valle—, Resguardo Indígena Cañamomo, de Caldas, y Río Saldaña, en el Tolima. En total fueron sembrados 118 mil árboles.
Sandy Arroyo, del Ministerio de Ambiente y Desarrollo, informó que las regiones fueron agrupadas o nombradas técnicamente como ‘núcleos’, para facilitar las intervenciones y el interés de las comunidades por ejecutar esos trabajos de siembra.
Cuenta además que no se trató de una estrategia de restauración aislada o un capricho regional. Se sustentó en un objetivo nacional: la rehabilitación de hectáreas de diferentes ecosistemas estratégicos en la mayoría de los 32 departamentos colombianos, como bosques secos, páramos y bosques andinos.
“Colombia tenía planteado un Plan Nacional de Restauración que trazó la recuperación de 301 mil hectáreas entre 2018 y 2022, durante el mandato de Iván Duque. Este gobierno se ha propuesto ampliar esa cifra y restaurar 750 mil hectáreas para los próximos cuatro años (2022-2026). La labor en Valle, Tolima y Caldas es uno de los primeros pasos que dimos en el cumplimiento de esa meta”, explica Arroyo.
Intereses diferentes según la ubicación
En los tres núcleos del Valle se acaban de plantar 65 mil árboles, con un énfasis marcado hacia la recuperación de áreas que resguardan aves y que apoyan el turismo regional procedente de capitales cercanas como Cali.
Se trabajaron distintas estrategias de ampliación de bordes de bosque y enriquecimiento en su interior, sistemas silvopastoriles y agroforestales de cacao, todo ello para mejorar, a escala de paisaje y principalmente en Dagua, zonas estratégicas del corredor para el oso andino (Tremarctos ornatus), el único oso de Suramérica y una especie amenazada, precisamente, por la pérdida de su hábitat.
También se apoyaron áreas que sirven como sitios de amortiguación del Parque Nacional Farallones de Cali, con las que se sustentó la recuperación de poblaciones de plantas amenazadas como el roble negro en Cuenca Pance, la generación de conectividad de bosques que han quedado aislados por la tala y, de esta forma, transformar pastizales en coberturas boscosas muy cercanas a esta área nacional protegida.
Por su parte, en el resguardo Cañamomo Lomaprieta, un territorio ubicado entre los municipios de Riosucio y Supía (Caldas), las siembras de 40 mil ejemplares tuvieron una intención clara de restaurar humedales y sitios sagrados afectados por quemas, y que resultan definitivos para las comunidades indígenas allí agrupadas.
En el Núcleo Saldaña, en el Tolima, se plantaron 10 mil árboles para enriquecer, con especies nativas, bosques ya existentes y restaurar vegetación asociada al sostenimiento de los recursos hídricos o que ha sido dañada por sistemas silvopastoriles.
Selene Torres, líder de Restauración de Wildlife Conservation Society (WCS-Colombia) y coordinadora del Proyecto de Restauración Ecológica en la Región Andina, así como Yulieth Ávila, bióloga de WCS y quien también participó en su ejecución, explicaron que el ejercicio, además de que se esmeró para que las estrategias se ajustaran a los intereses y particularidades de las regiones, se realizó con plantas nativas o naturalizadas que fueron elegidas por las comunidades, siempre bajo un enfoque que se preocupó por planear e implementar estrategias que tuvieran sentido para los propietarios y las comunidades locales.
No se trató de sembrar por sembrar
El Proyecto de Restauración Ecológica comenzó en el segundo semestre del año 2021, siempre con una premisa: y es que no se buscaba sembrar por sembrar.
Selene Torres explica que el trabajo tuvo, como principal función, resaltar el papel multifuncional que tiene la restauración para aportar a la conservación, la creación de empleo, al mejoramiento de áreas estratégicas para la biodiversidad y la productividad, esto en zonas donde la comunidad depende directamente de los recursos naturales para copar sus necesidades.
Y significó movilizar gran cantidad de recursos humanos y financieros para devolver la salud a los escenarios naturales y fortalecer la relación del hombre con ellos. Igualmente, aplicó nuevas formas de producir sin dañar la naturaleza.
Las estrategias de restauración se adelantaron en 59 predios con acuerdos firmados (35 de ellos gestionados directamente en el marco del Proyecto). Todos ellos permitieron crear alianzas para la implementación de estrategias integrales para proteger áreas degradadas, generar beneficios sociales a más de 200 personas mediante la contratación de mano de obra local y la generación de capacidades locales a más de 410 personas en temas de restauración. Así mismo, se establecieron 150 parcelas de monitoreo para evaluar el cumplimiento de los objetivos de restauración propuestos y se realizaron entre uno y dos mantenimientos a todas las plantaciones establecidas.
En este caso, la labor incluyó una identificación de las principales amenazas que causaron la degradación de los paisajes, un apoyo a las comunidades interesadas en conservar (se les capacitó para que fortalecieran esta labor), el cuidado de las áreas de restauración y sobrevivencia de la flora y, también, una evaluación frecuente del cumplimiento de los objetivos planteados.
Se suma la implementación de sistemas silvopastoriles con siembras de forrajes, cercas vivas y mejoramiento del suelo, para que la ganadería no llegue hasta los nacimientos de agua o humedales, y de esta forma se detenga la deforestación y se agregue valor ecológico a los sistemas productivos. Todo esto ayudará, en un tiempo, al retorno de fauna nativa que había desaparecido, precisamente ahuyentada en medio de la búsqueda de la productividad.
Seis viveros nuevos
Uno de los retos para surtir con plantas nativas cada uno de los núcleos o puntos de siembra, y lograr de esta forma el avance de la restauración, fue la puesta en marcha de un grupo de viveros. Se fortalecieron cuatro ya existentes y se construyeron seis nuevos en los cinco núcleos definidos.
El proyecto creó uno de ellos con Victoria Larraniaga, consultora de WCS. Ella es propietaria de un terreno en El Chilcal, en Dagua (Valle), y ha estado vinculada con acuerdos de conservación, desde hace años, con la conservación del oso.
Victoria relató que los habitantes de la zona estaban acostumbrados, años atrás, a que entidades privadas o públicas, amparadas en otros proyectos ambientales, trajeran árboles de cualquier lugar, sin dar explicaciones o comprobar si eran las especies convenientes para la región. “Cuando vieron que eran ellos mismos lo que decidían qué sembrar y dónde, comenzaron a confiar”.
Su vivero se construyó en un área de 250 metros cuadrados, para la propagación de 22 especies, las cuales, explicó Victoria, de ahora en adelante beneficiarán a mamíferos como armadillos y tairas, y a las cientos de aves presentes en la zona, como pavas y tángaras.
Winston Orobio, de Fundación Farallones, y coordinador del proyecto para los núcleos Yotoco y Cuenca Pance, también resaltó, al igual que Victoria, que los viveros fueron determinantes. En este sector, la reproducción apoyó a la Reserva Natural Forestal Bosque de Yotoco, con guayacanes, ceibas y samanes. Y en Pance, con robles y otros árboles muy conocidos entre la población como carisecos, cascarillos o chinas. También se sembraron mangos.
“Un vivero que está en Jamundí, llamado Madre Selva, constituido desde hace años, nos apoyó mucho, así como la Corporación Autónoma Regional del Valle (CVC). Ahora, será definitivo continuar con el plan de mantenimiento, porque lo que se sembró debemos sostenerlo”, opinó Orobio.
Él aclaró y celebró que algunos de los viveros nuevos podrán transformarse, en un futuro, en una fuente de ingresos para las comunidades, las cuales podrán seguir propagando especies nativas para vender a empresas o particulares y obtener, de esta forma, ingresos adicionales.
La ciudad quedó cancelada
Al atardecer, Julieth y su equipo regresaron a casa. Cada una de las mujeres que participó en toda la jornada, sembró, más o menos, 60 árboles. “Antes, este era un trabajo exclusivamente para hombres. Nosotras quisimos comenzar a cambiar las cosas y dejar de ser aquellas únicamente dedicadas a cuidar la casa o recolectar semillas”, dijo.
Luego de ver su empuje, queda claro que, a sus 47 años, ella identificó que una vida dedicada a cuidar y a recuperar la naturaleza fue el camino que el destino le puso enfrente para, de ahora en adelante, reivindicar su existencia. Una vía que sus hijos, Cristal y Juan José, también quieren comenzar a recorrer.
Y es que en algún momento de aquel día de siembra, cuando ya era hora de tomarse un descanso, ella pronunció una frase con la que ratificó ese nuevo propósito para sus próximos años: “la ciudad ha quedado cancelada. Yo me enamoré de esto y me voy a quedar sembrando”.