Por: Javier Silva
Algunas fincas se están transformando en fábricas de buenas prácticas agrícolas. En ellas, el Proyecto Vida Silvestre* (PVS), en alianza con sus propietarios, muestra cómo pasar de una agricultura basada en químicos o industrial, a una orgánica, con la que los campesinos podrán mejorar la calidad de sus cultivos y darle un respiro al suelo, la ‘piel de la Tierra’.
Dice el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) que solo el 16 por ciento de los suelos en Colombia está protegido contra la degradación ambiental. El 27 por ciento es susceptible a la desertificación (pérdida de fertilidad y nutrientes, entre otros) y alrededor del 5 por ciento ya está soportando este fenómeno, que además impide el desarrollo de organismos, plantas y microorganismos encargados de sostener su calidad. Hay unas regiones más afectadas que otras, como la Caribe y la Andina, principalmente.
Estas cifras aparecieron por la acumulación de acciones humanas dañinas, como la tala y la quema de árboles, la ganadería y la agricultura extensivas, así como el uso reiterado de agroquímicos.
Pero es necesario saber que así como los impactos pueden seguir avanzando y generalizarse, también es posible hacer una pausa y cambiar el rumbo.
A esto último le está apuntando el Proyecto Vida Silvestre (PVS) en dos de sus áreas de influencia principales (Putumayo y Magdalena Medio), con la puesta en marcha de Campos-escuela para la conservación de los suelos. Son predios en los que se podrán apreciar, a través de experiencias cotidianas, los cambios que ofrece el hecho de dejar a un lado la agricultura tradicional, para sustituirla por una orgánica.
Inspiran e irradian buenas prácticas
Ernesto Ome, especialista en Iniciativas Productivas para el PVS, explica que los suelos necesitan nutrirse y conservar sus microorganismos (bacterias, hongos o insectos), los cuales les permiten mantenerse vivos y crear suficiente materia orgánica para aportar nutrientes y sostener el crecimiento de las siembras. Pero en la medida en que se usan agroquímicos, comienzan a perderse esos componentes naturales e inherentes al suelo fértil. A partir de allí, este comienza a deteriorarse, se reduce su eficacia y para los agricultores se vuelve necesario, por ende, talar cada vez más bosques para ampliar áreas productivas o buscar nuevos escenarios para concretar sus cosechas.
Con la intención de cambiar estas prácticas perjudiciales, en los campos-escuela comenzarán a aplicarse y a desarrollarse jornadas de asesoría técnica y se suministrarán insumos y herramientas a los dueños o beneficiarios de cada uno de ellos, para que puedan experimentar, entre otras cosas, el impacto del uso de abonos naturales.
Serán, a su vez, espacios que irradiarán e inspirarán buenos conocimientos a todos aquellos que habitan en sus alrededores. En síntesis, sus vecinos podrán apreciar los cambios que ofrecen y las transformaciones causadas al entorno.
“No uso químicos desde el año pasado”
El martes pasado, por ejemplo, el primer campo-escuela del Magdalena Medio inició actividades. Está en la vereda Remolinos Peñas Blancas, de Yondó (Antioquia), y dentro del predio ‘Brisas de Antioquia’.
De ahora en adelante, allí se podrá ver el trabajo de Efraín Surmay, quien, voluntariamente, ha comenzado a aplicar los beneficios de la agricultura orgánica en 450 plantas de limón.
Efraín nació en Barrancabermeja, hace 68 años. Trabajó durante muchos años en la empresa privada hasta pensionarse, momento en el que comenzó a dedicarse de lleno al cuidado de la tierra.
En la región de Yondó, cuenta él, el uso de agroquímicos ha sido constante. Se han utilizado, incluso, para matar hormigas y quitar malezas. Uno de los más frecuentes es el glifosato, así como otros que son llamados ‘quemaderos’, que reemplazan al fuego para preparar la tierra, pero que de paso dañan toda la capa vegetal.
“Tal vez por eso mi cultivo de limón estaba en muy malas condiciones, casi muerto, afectado por muchas plagas. Entonces, lo primero que hice fue quitar esos químicos y recuperar el suelo. Y es que un suelo fuerte y en buen estado se transforma en la base de todo intento por mejorar”, dice Efraín.
Él aprendió entonces a preparar un abono orgánico que es conocido como bocashi (nombre de origen japonés), hecho a partir de excrementos de animales y complementado con carbón, cascarilla de arroz y levaduras, que suman nitrógeno, potasio, magnesio y cobre, entre otros minerales. “Con el bocashi el cultivo comenzó a recuperarse poco a poco”, explica Efraín.
Esto se complementó con la instalación de unos ‘sombreros’ en gran parte del cultivo, que son ramas que se colocan en la parte superior de las plantas y que van creando un microclima que permite mejorar la temperatura en el área de siembra.
“Desde hace como seis meses no uso agroquímicos y la diferencia entre el antes y el después en la plantación es impresionante”, comenta Efraín, quien está decidió a seguir recorriendo este camino más sustentable. Incluso, ya decidió crear una Reserva de la Sociedad Civil en 10 de las 30 hectáreas de su propiedad, un área donde se refugian jaguares, titíes grises y monos aulladores.
Adicionalmente, está tratando que un ganado (ejemplares ovinos y caprinos) que ocupaba 6 hectáreas, ahora se distribuya en solo 3.5 hectáreas. Esto incluye que los animales no siempre estén en el mismo lugar y vayan rotando su ubicación en diferentes potreros, con tal de darle espacio a la recuperación de los pastos.
Más valor al uso del suelo
“El aprendizaje ha sido real y en un escenario igualmente real. Y mientras Efraín ve cómo su finca se transforma, los vecinos también tienen la posibilidad de replicar esas experiencias positivas en sus terrenos. Aquí se consolida lo que hemos llamado ‘escuchar por los ojos’, que se resume en el hecho de que las personas suelen entender mucho más cuando miran los cambios y notan los resultados, que cuando se les explica una teoría que muchas veces no pueden ensayar en su día a día”, opina Ernesto Ome.
En estos cambios se pone en juego, además, el valor del uso del suelo. Porque a partir de la aplicación de una agricultura orgánica, a los productos resultantes se les podrá añadir un valor adicional por respetar la sostenibilidad. Y de paso, al momento de hacer los balances entre inversiones y gastos, seguramente ofrecerán mayores utilidades para sus dueños.
Un segundo campo-escuela comenzará a trabajar en Los Nogales, finca de la vereda El Líbano, de Orito (Putumayo), desde mediados de julio. Allí se verá la producción orgánica de cultivos de café y cacao.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).