Por Javier Silva
La consolidación de un Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI), ampliado en junio pasado —hasta abarcar 29.652 hectáreas de cuatro municipios de este departamento— compromete al sector público y privado a trabajar intensamente para mejorar la calidad de vida de las comunidades que lo habitan. El reto será combinar un acertado desarrollo sostenible, con el cuidado de una enorme porción de biodiversidad que se resguarda en esta nueva área protegida.
Cristian Bueno siempre supo que su vida estaría atada al cuidado de la naturaleza.
No era una corazonada, sino una certeza que lo acompañó, incluso, en los años en los que heredó la finca de sus abuelos, con la misión supuesta de alargar una tradición familiar arraigada por generaciones: la de ser caficultor.
—Recibí el terreno, pero siempre quise transformarlo en un monte—
Mejor dicho: en un bosque. En un lugar que le diera prioridad a la preservación y que, a su vez, le permitiera recibir ingresos.
A sus 42 años, Cristian no olvida que, a pesar de tener todo tan claro, alcanzó a sembrar algunas plantas del grano durante unos cinco años. Y lo hizo, más que todo, por la necesidad de darle gusto a su familia. Era como si estuviera armando un rompecabezas a la fuerza, con las piezas equivocadas y sabiendo que ninguna terminaría de encajar. Entonces, intentó justificarse y se convenció a las malas de que efectivamente el café era su futuro, al que podía darle forma y gusto cosechando un producto de alta calidad que pudiera vender y comercializar a buen precio.
Sin embargo, un día, un ciudadano alemán le pidió que lo acompañara a hacer un recorrido por la zona rural, con el fin de observar libélulas. Y en agradecimiento por haberlo apoyado en esa expedición, el científico le mandó como regalo una guía de aves.
—Ese libro terminó de cambiarme la vida. Supe, definitivamente, que mi futuro estaba en entender, apreciar y difundir ese enorme tesoro natural que estaba descrito en esas páginas—.
En aquel momento, su conexión con la biodiversidad terminó ganando aquel duelo entre lo que debía y tenía que hacer. Dejó a un lado el cultivo y comenzó a trabajar en la fundación de la reserva Sutú, un lugar que invita hoy al avistamiento de aves, en la vereda Costa Rica, del municipio de Mistrató.
Sutú es un escenario que promueve el cuidado de la fauna y la flora, pero a su vez, ayuda al bienestar económico de Cristian y su familia.
—La conservación enfocada al desarrollo—, comenta.
Esta idea es, a su vez, una de las premisas del Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Cuchilla del San Juan, que cobija a Cristian y a su predio. Y, también, terrenos de los municipios de Apía, Belén de Umbría y Pueblo Rico, todos en Risaralda.
Es una zona protegida que espera mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Por eso, experiencias como la de Sutú son un referente local y quisieran verse reproducidas masivamente en toda la región.
Años de trabajo y transformación
Para llegar a este momento, en el que grandes porciones de bosques subandinos y andinos de la cordillera Occidental adquirieron una protección especial para garantizar su funcionalidad, tuvieron que pasar décadas de estudios, análisis y discusiones.
Uno de los primeros en llamar la atención sobre la importancia de La Cuchilla del San Juan fue el naturalista y geólogo neerlandés Thomas van der Hammen, en los años 80.
El ecologista Arend Job de Wilde (también nacido en Países Bajos) lanzó una alerta similar en los años 90, al identificar una riqueza biológica significativa, ecosistemas de importancia para la conservación del recurso hídrico y una zona estratégica por su función como corredor natural con el Cauca (hacia el sur) y el Chocó y el Cerro Caramanta, en Antioquia (hacia el norte). En ese momento, de Wilde y Van der Hammen recomendaron que, al menos, una porción de toda el área merecía, con creces, ser preservada bajo alguna figura legal.
Tras una década de ese pedido, la Corporación Autónoma Regional de Risaralda (CARDER) creó, en el año 2000, el Parque Regional La Cuchilla del San Juan, con 11 mil hectáreas.
Luego, en el año 2011, el Parque se transformó en el Distrito Regional de Manejó Integrado Cuchilla del San Juan (con base en el decreto 2372 del 2010). Y 23 años después, el 21 de junio pasado, este último territorio fue ampliado: hoy suma las 11 mil hectáreas iniciales, más 18.613.
Se consolidaron de esta forma 29.652 hectáreas, resguardadas bajo una categoría de protección ecosistémica que, como el DRMI, combina acciones para la protección de todas ellas. Pero, a su vez, les permite a los habitantes usarlas para su bienestar.
Ganando confianza
Todo lo anterior se cuenta muy fácil, pero implicó un trabajo muy complejo—científico y comunitario—, con el apoyo del el Instituto Alexánder von Humboldt, la organización Naturaleza y Cultura Internacional (NCI), la Federación Comunitaria para el Ordenamiento y Manejo de las Áreas Protegidas de Risaralda (Fecomar) y WCS Colombia.
—Tal vez lo más exigente fue lograr la credibilidad de las personas, todas muy apáticas con las instituciones por los problemas que habían sufrido durante años. Tanto abandono estatal como consecuencia del conflicto armado deja una huella muy marcada—, relata Cristina Jaramillo, quien lideró el trabajo del Componente Social, desde Fecomar, para todo el proceso de la ampliación.
—La gente tiene muchas carencias: no tienen vías, ni tampoco suficientes ofertas educativas o de salud. Por eso, era muy difícil que atendieran un proceso que les hablaba de conservar unas aves que veían todos los días, así como el agua que han usado a diario o los bosques de los que han vivido siempre—agrega.
Con los meses, reconoce ella, el objetivo de informar a las comunidades se cumplió y las expectativas quedaron expuestas y planteadas.
—Uno de los planes, a mediano plazo, será lograr que todos puedan obtener ingresos adicionales a partir del uso correcto de su entorno—, aclara Cristina.
Especies endémicas de fauna y flora
Solo en las 18 mil 600 hectáreas sumadas al DRMI, y concentradas en los municipios de Mistrató y Pueblo Rico, hay 14 veredas donde habitan algo más de 2 mil personas (627 familias).
En general, en toda la zona protegida vive, en su mayoría, población campesina o pequeños productores de caña panelera, plátano y café. Otros se dedican a la cría de peces, gallinas o cerdos; igualmente a la ganadería y la producción de pastos.
Al mismo tiempo, y en medio de esas actividades humanas, toda el área es, según una caracterización biológica que llevó a cabo WCS Colombia, un “reservorio de biodiversidad”, con 1636 especies de plantas y animales, entre las que destacan 724 de flora y 912 de fauna. De estas, 116 son endémicas, es decir, no se ven en otro lugar del mundo. En la zona es posible ver aves de interés para el turismo de naturaleza como la tangara aurinegra (Bangsia melanochlamys) y la bangsia de Tatamá (Bangsia aureocincta).
En plantas, existen cerca de 47 especies endémicas; de las cuales 14 están amenazadas, entre ellas los árboles Magnolia jardinensis y el Magnolia urraoensis, ambos En Peligro Crítico.
Entre los mamíferos grandes aparecen el oso andino (Tremarctos ornatus) y el puma (Puma concolor). Precisamente, entre las razones que motivaron la creación y ampliación del DRMI figuran la necesidad de lograr corredores biológicos para esa fauna representativa, y unirlos a los de otro DRMI vecino llamado Cuchilla Jardín Támesis, así como con la reserva forestal Farallones del Citará y el Parque Nacional Natural Tatamá.
Y se pretende mantener el abastecimiento de agua en la cabecera del río San Juan, el más caudaloso de la vertiente del Pacífico colombiano, y del río Risaralda, que hace un recorrido inusual (de norte a sur) y sostiene el abastecimiento vital para la agricultura y los acueductos regionales.
¿Y un DRMI para qué?
Uno de los objetivos próximos, luego de la declaratoria de ampliación, será definir cómo se avanzará en el principal reto que se gesta para La Cuchilla del San Juan: establecer una línea para mejorar la calidad de vida de los habitantes locales, mientras se conserva la biodiversidad existente.
—Será necesario poner las reglas de juego para las hectáreas con las que se amplió el DRMI (Plan de Manejo) y determinar cuáles son los usos, permitidos o no permitidos, en el área. Y, al mismo tiempo, articular esos usos posibles con las áreas protegidas vecinas—, explicó Styven Herrera Villarraga, profesional especializado de la Subdirección de Gestión Ambiental Territorial de la CARDER
Styven añade que hay algunas propuestas planteadas, como la promoción de sistemas productivos sostenibles, al igual que la implementación de negocios verdes (asociados a viveros o a la reproducción de plantas nativas), procesos de restauración ecológica y el manejo forestal sustentable.
—No se tratará de limitar o prohibir las actividades que las personas han hecho durante años, o de las cuales se han mantenido. Lo que sí queremos es ordenar el uso de los recursos, para que éstos no lleguen a degradarse, todo esto manteniendo la base natural—, cuenta Styven.
De paso, también será necesario regular algunas actividades que se han transformado en tensionantes para el territorio, como los cultivos de aguacate, la extensión de la ganadería y los cultivos de café.
Asimismo, reducir los conflictos entre especies de fauna como el puma (Puma concolor) y las águilas crestadas (Spizaetus tyrannus, S. melanoleucus, S. ornatus y S. isidori), que en ocasiones han atacado a animales domésticos o de las fincas y, con esto, han impactado gravemente el patrimonio de las familias.
Styven advierte que no solo será necesario crear nuevos sistemas productivos, sino sumar el componente de sostenibilidad a esas actividades que ya están en marcha y han sido tradicionales.
Así mismo, Fecomar y WCS Colombia están en el proceso de hacer adecuaciones o implementaciones en algunas fincas, para que gallinas, caballos o vacas estén mejor resguardados y no sean víctimas de la fauna silvestre. Entre otras cosas, porque esa fauna tampoco puede desaparecer, dado que en ocasiones es la que atrae visitantes de otras regiones de Colombia, que apoyan la demanda de productos y servicios.
—Además de conservar, tenemos una visión social para fortalecer el crecimiento local, y para que ese mismo crecimiento pueda convivir sin contratiempos con la fauna—, sugiere Styven.
La educación para el progreso
Se tiene previsto, incluso, la ejecución de ejercicios de monitoreo a la biodiversidad con la ayuda de los habitantes (ciencia ciudadana), porque el desarrollo sostenible también puede ser visto como el acceso a la información y el mejoramiento de la educación impartida a niños y jóvenes en las escuelas rurales.
Un caso al respecto se ha experimentado en el colegio Sede San Pablo, del corregimiento de Villa Claret, en Pueblo Rico, donde un grupo de murciélagos invadió la principal aula de clase.
Ante la contaminación causada por los animales, la Secretaría de Educación del municipio optó por cerrar la institución educativa, pero la comunidad, con la ayuda de funcionarios de la CARDER, WCS y Fecomar, decidieron recuperar la infraestructura y reubicar a los mamíferos.
Hoy, los murciélagos son monitoreados por los 12 alumnos de bachillerato, quienes además están aprendiendo sobre el papel que estos quirópteros (como son conocidos científicamente) cumplen en medio de la naturaleza, ya sea como consumidores de frutas, dispersores de semillas o polinizadores.
—Hemos logrado cambiar la percepción que las personas tenían de los murciélagos, como animales que atacaban a los humanos para chupar su sangre, entre otros mitos. Solo por eso, la gente los atacaba o los mataba—, describe Vanesa Guzmán, contratista para la Gestión Ambiental de la CARDER y habitante local.
Ella reconoce que la inclusión de un sector del corregimiento como parte del DRMI permitió que este ejercicio fuera posible, así como la presencia de las instituciones y organizaciones ambientales en el territorio, que en otro momento tal vez no se hubieran acercado hasta este sector tan apartado.
—Pienso que parte de los beneficios que las comunidades reciben es el fortalecimiento institucional para conocer y solucionar sus necesidades—.
Argumenta que este ejercicio exitoso ha dado lugar a que los menores de edad se interesen por el cuidado y el conocimiento de otros grupos de vertebrados, entre ellos los anfibios. Aparece, por ejemplo, la rana Oophaga histrionica, también conocida como cocoi.
—El conocimiento puede ser la guía para sentar las bases que orienten el progreso, porque la gente, poco a poco, comenzará a interesarse por sus recursos, querrá conocerlos y cuidarlos para el futuro—, menciona.
Es como si las comunidades hubieran comenzado a identificar al DRMI como una escuela para el avance territorial a través del conocimiento.
Turismo de naturaleza, una opción verde
Ante estos propósitos que le dan trascendencia a la apropiación, es donde cobra tanta importancia la creación de emprendimientos como el de Cristian, a través del cual el turismo de naturaleza se consolida como una alternativa muy fuerte para toda la región involucrada con la zona protegida.
Él califica su predio como un lugar privilegiado, donde ha logrado construir un proyecto de vida en torno a la conservación del bosque.
—Después de años y años de ver tanta riqueza, anhelábamos que, en algún momento, alguna entidad se fijara en todo lo que nos rodeaba. Porque sabíamos que era valioso, pero se requería que alguien lo certificara—, explica
Hoy ofrece hospedaje en cuatro habitaciones, servicios de guianza con interpretación ambiental y productos de aviturismo. Dice que en su reserva es posible ver unas 340 especies de aves (al menos 50 desde el patio principal de su reserva-hotel), entre ellas la tángara aurinegra o bangsia negra y oro (Bangsia melanochlamys) y el saltarín alitorcido, también denominado saltarín relámpago o manaquín delicioso (Machaeropterus deliciosus), dos de las especies más importantes de su lista.
Cristian asegura que Sutú es como un laboratorio en el que se puede apreciar cómo, desde la comunidad, es factible la construcción de procesos de conservación para el bienestar general, que además valoran los conocimientos de la gente del campo. Por eso cree que, parte del éxito esperado en unos años, puede estar concentrado en el trabajo concertado.
—En la medida en que se puedan hacer alianzas con expertos y entidades, conseguiríamos construir un tejido social e institucional que irá creciendo alrededor de los procesos de conservación—.