Por Javier Silva
Un reciente estudio publicado en la revista Nature indica que de las casi 800 especies que viven en el país, 301 están en riesgo, cifra que supera a las de otras naciones megadiversas como Ecuador, Brasil, Madagascar, India, Perú o México. El declive de este grupo de vertebrados también se ha acentuado en todo el mundo, al punto de que ya afecta al 40,7 por ciento del total de sus especies.
Los anfibios del planeta, y especialmente aquellos que habitan en Suramérica, están necesitando protección urgente.
El porqué de este llamado de emergencia se basa en una cifra: 2873 de sus especies, que son el 40,70 por ciento del total (un poco más de 8011), están globalmente amenazadas, es decir, han sido clasificadas dentro de las categorías En Peligro Crítico, En Peligro o Vulnerable, hecho que las ubica en el grupo de vertebrados en mayor riesgo en el mundo, seguidos por los tiburones y rayas (37 por ciento), los mamíferos (27 por ciento), los reptiles (21 por ciento) y las aves (13 por ciento).
Hay tres grandes grupos de anfibios: salamandras y tritones (60% en peligro de extinción), ranas y sapos (39%) y cecilias sin extremidades (16%).
Además de inquietante, el resultado sobresale por su credibilidad, debido a que es el principal mensaje que dejó la Segunda Evaluación Mundial de Anfibios para la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)—la segunda de su tipo que se redacta en los últimos 20 años— y en el que participaron más de un centenar de científicos de todo el mundo.
El documento, cuya redacción financiaron organizaciones como Re-Wild y Rainforest Trust, así como los zoológicos de Honolulu y Detroit (Estados Unidos), y Melbourne y Victoria (Australia), entre otras, fue publicado recientemente por la revista Nature, a través de su página web Nature Journal.
“Las salamandras están especialmente amenazadas: 3 de cada 5 especies están en extinción. Y la extinción de anfibios podría ascender a 222 especies, si se tienen en cuenta las 37 extinciones confirmadas y otras 185 especies a las cuales no se les conocen poblaciones supervivientes”, dice textualmente la investigación.
Colombia, en la lista negra
El estudio tiene en cuenta muchos otros temas, además de que hace un llamado a la movilización mundial por el rescate de este grupo de animales.
Y, de paso, también pone a varios países contra la pared, invitándolos a tomar medidas de protección inmediatas. Y en esa lista aparece Colombia, nación, dice el estudio, que tiene la cifra más alta de anfibios en problemas.
Porque de un total de 792 especies que viven en ese territorio, 301 están bajo algún grado de amenaza (38 por ciento). Brasil, que tiene 1.164 especies, posee 189 en peligro (el 16 por ciento). Perú, 139, de un total de 605 (22 por ciento). Venezuela, 127 de 362 (35 por ciento). E India, 139 de las 426 que habitan esta nación (32 por ciento).
Ecuador, aunque tiene menos especies de anfibios afectados que Colombia (291), exhibe un porcentaje mayor, porque en sus fronteras se ven 613 especies, lo que implica que casi la mitad de ellas (47 por ciento) podrían extinguirse.
El hecho de que el impacto en países de Latinoamérica sea mayor, se debe a que es en esta parte del continente americano donde existe más diversidad de anfibios. Sin embargo, situaciones similares se reportan en las islas del Caribe, China, Tanzania, Madagascar, Nigeria o Camerún.
¿Qué hay detrás de este declive?
En el año 2004, cuando el primer estudio en este mismo sentido fue publicado, se dijo que las enfermedades eran la principal causa para que las especies de anfibios pasaran a las categorías de la Lista Roja de la UICN.
Aludía aquella investigación a los efectos de la quitridiomicosis, referida a dos hongos (Batrachochytrium dendrobatidis y Batrachochytrium salamandrivorans) que engrosan la piel de las ranas, impidiéndoles su respiración normal y produciendo toxinas que alteran la respuesta inmunológica de los ejemplares infectados.
Sin embargo, Gustavo González, herpetólogo de WCS Colombia, y uno de los profesionales latinoamericanos que apoyó esta nueva evaluación global, explicó que ahora, casi 20 años después de ese primer diagnóstico, esas dolencias dieron paso a la pérdida de hábitat (que ha producido el 37 por ciento de las afectaciones), y al cambio climático (se le adjudica el 39 por ciento de los daños), siendo estas dos las más importantes causas del declive referido.
El primer tema, que está impulsado, básicamente, por el crecimiento del consumo de bienes y servicios que motivan la deforestación, la expansión agrícola, el desarrollo de infraestructuras y la contaminación, deja a los anfibios con menos lugares donde vivir, reproducirse y alimentarse. En el país, dice Gustavo, esto es más notorio en la región Andina, donde, por ser el área geográfica que acumula la mayor cantidad de población y desarrollo, se ha concentrado el mayor deterioro para nuestras especies.
Son las ranas arlequín (Atelopus), muy conocidas por sus colores diversos y brillantes; y los géneros Osornophryne —de la familia Bufonidae y endémico de la cordillera de los Andes—, Telmatobius, Aromobates (abarca a un grupo de salamandras) y Bolitoglossa, los más afectados.
De otra parte, el diagnóstico argumenta que, por la transformación del clima global, los anfibios se han visto obligados a adaptarse o trasladarse a otros lugares. Pero en muchos casos, esa transformación se está produciendo tan rápido —causando sequías, tormentas, erosión o temperaturas extremas con tanta frecuencia—, que no les da opción ni para esa adaptación ni, mucho menos, para movilizarse, porque, precisamente, los daños que sufren los hábitats, debido a estos fenómenos, se los impide.
Se suman a lo anterior los cambios en la humedad, el aumento del nivel del mar y los incendios forestales —que pueden provocar la pérdida de lugares clave para la reproducción—, así como la polución y la contaminación causada por la minería y la llegada de especies invasoras a ciertos lugares.
Y se menciona, como un hecho significativo en la reducción de las especies, el comercio ilegal de ejemplares, a veces para ser consumidos como alimento o para aliviar, supuestamente, enfermedades. Sin olvidar el enorme peso que ha tenido en la desaparición de muchos individuos el tráfico ilegal que los transforma en mascotas.
Un llamado de auxilio
Con este panorama expuesto ante los ojos de la humanidad, el informe hace un llamado a “aumentar masivamente” los esfuerzos por la conservación.
Y esto último tiene todo el sentido, teniendo en cuenta que los anfibios desempeñan un papel clave en el medio ambiente. Como son extremadamente sensibles a los cambios del entorno, suelen ser grandes indicadores de la salud de los ecosistemas. Cuando las ranas, por ejemplo, tienen problemas, es una advertencia de que todo el entorno anda mal.
En la cadena alimentaria desempeñan los papeles de depredador y presa. Son un gran controlador de aquellas plagas que dañan cultivos o transmiten enfermedades; se alimentan de insectos como mosquitos y moscas y son el alimento de animales más grandes, como aves y reptiles.
Por eso, la UICN solicita una movilización de recursos importante para desarrollar estrategias de preservación. Y llama a una cruzada para encontrar las especies desaparecidas o perdidas y al desarrollo de programas de cría para futuras reintroducciones.
—Cuando protegemos a los anfibios —opinan los expertos— salvaguardamos la diversidad genética de nuestro planeta. Un paso sustancial para que la vida, incluyendo la de los humanos, prospere-.