Por Javier Silva
En Cimitarra y Puerto Parra (Santander), así como en Yondó (Antioquia), muy cerca de la Ciénaga de Chucurí, en el Magdalena Medio, 12 dueños de fincas están enfocados en el desarrollo de una ganadería más sostenible, que evite conflictos con los felinos y respete su hábitat. Hatos mejor organizados, donde las reses no se expongan a recorrer áreas riesgosas para conseguir agua, y que tengan cercas vivas o forraje para su alimentación, entre los objetivos.
Cuando Esteban Payán, líder de Grandes Felinos de WCS, explica la razón por la que a veces los jaguares, o los pumas o tigrillos, entran en conflicto con los humanos, y por ese choque inusual atacan a una vaca, a un caballo o a las gallinas de las fincas, él usa una deducción simple:
—Para sobrevivir, los jaguares necesitan comer presas, es decir, seres medianos como un cerdo de monte, un venado o un armadillo—.
—Pero para que estos últimos existan—agrega Payán— se requiere un bosque en buen estado y un suelo también en condiciones adecuadas, que a su vez son la base de ríos sanos con abundante agua—.
Los daños al hábitat arruinan todo este equilibrio. Sin selvas o con bosques talados, aquellos cerdos o armadillos desaparecen, y a su vez cualquiera de los felinos se queda sin alimento y pierde su refugio. Por necesidad, y para saciar el hambre, sale a recorrer sitios inusuales.
—La deforestación es, por lo tanto, uno de los enemigos más fuertes para la vida del jaguar en Colombia—, comenta Payán.
Lo que él explica se nota, por ejemplo, en sectores del Magdalena Medio, donde la agricultura extensiva y la ampliación de la frontera ganadera han destruido parte de las florestas.
Allí, el concepto de este experto pasa de la teoría a la realidad: como hay menos selvas a su disposición, el jaguar se ha comenzado a topar con predios pecuarios. Y el nerviosismo entre sus dueños y el resto de los habitantes se está haciendo entonces cada vez más evidente.
No se trata de salir a cazarlos
Carlos Toro es uno de esos finqueros preocupados, porque su predio, Las Brisas, recibió la visita de uno de estos grandes gatos.
—Hasta hoy —dice— he perdido cuatro terneros. Lo que quiera que esté rondando, porque no lo he visto, deja una huella grande. Es un puma o un jaguar—.
Más allá de la especulación, Carlos ya está tomando decisiones. Y no se trata de salir a cazar a ese supuesto agresor que ha perjudicado su patrimonio. Por el contrario, él quiere protegerlo.
Para eso, se vinculó a una iniciativa del Proyecto Vida Silvestre (PVS)*, que reunió a propietarios asentados en Puerto Parra y Cimitarra (Santander), así como en Yondó (Antioquia), algunos de ellos situados muy cerca de la Ciénaga de Chucurí, para impulsarlos en la aplicación de estrategias más ordenadas y sostenibles en sus fincas, que de paso protejan los hábitats naturales. Los terrenos tienen entre 17 y 600 hectáreas.
Yelsin Salgado, ingeniero ambiental y profesional del PVS en la zona, explica que para este ejercicio se priorizaron 12 predios, 5 de los cuales han registrado ataques de felinos y otros 7 que, aunque no han reportado incidentes, el manejo ganadero no es el más adecuado para evitar la posibilidad de sufrirlos.
—Identificamos que en muchos de esos predios el ganado entra al bosque, donde reposan o se desplazan pumas o jaguares. A veces a comer, también a tomar agua directamente de las fuentes hídricas o incluso buscando sombra—, explica Yelsin.
En esta zona del Magdalena Medio hay una intensa deforestación para sembrar monocultivos, para introducir ganadería con búfalos y, en general, para ampliar los hatos y lograr que las reses tengan un mayor espacio para alimentarse.
Ataques no son mayoría, pero impactan más
Jhon Gaitán, zootecnista y consultor del PVS, informa que también se identificó que, aunque la interacción con animales silvestres incide en la pérdida de ganado —menos de un 5 por ciento del total de casos de mortalidad—, hay otras causas para que esto ocurra: el 14 por ciento se produce por enfermedades —muchas veces por una nutrición deficiente—, el 7 por ciento por accidentes y el 6 por ciento por rayos o tormentas.
—Vemos que los ataques no son la mayoría, pero pueden llegar a tener un impacto mayor debido al temor infundado que generan, a la percepción de que existe un alto riesgo y a las represalias que originan—.
Este panorama está motivando al PVS a firmar acuerdos voluntarios con los propietarios, para que ellos se comprometan a destinar una parte de sus fincas a la conservación.
A cambio, recibirán asesoría para mejorar su manejo. Entre esas prioridades figuran la creación de bancos de forraje, que podrían servir para obtener comida para las reses y que, eventualmente, ayudarían a sostener la seguridad alimentaria de quienes habitan el predio.
Acueductos ganaderos para que el agua llegue a los potreros
Laura Jaimes, especialista en mamíferos de WCS, y en este momento dedicada precisamente al estudio y al manejo del conflicto con ellos, cuenta que a todo lo anterior se sumará un acompañamiento para el manejo y la adecuación de corrales y potreros, para que el ganado no esté suelto en áreas de alto riesgo.
Y dependiendo del espacio, para que exista rotación en el pastoreo, y mientras las reses comen en un sector, puedan dejar que el pasto crezca en otro; esto evita que la tala avance a zonas de bosque, abra nuevas áreas de alimentación y afecte los lugares donde las especies silvestres se refugian.
Se sumarían acueductos ganaderos —para que las vacas no vayan al agua, sino que el agua vaya hacia ellas, y eviten el riesgo de acercarse a lugares donde es más probable un encuentro con los depredadores— y cercas vivas para demarcar los potreros, con las que se beneficiaría el entorno con más árboles y sombra, una estrategia que aporta a la formación de corredores biológicos.
Hay algunas medidas más específicas, como la instalación de sensores para activar algún sonido o alguna luz si un animal se acerca a los establos. Incluso, iluminación permanente durante la noche o cercas eléctricas para evitar que un gran felino entre a las áreas donde se mantienen a terneros u otros ejemplares vulnerables.
Todas estas buenas intenciones surgen en medio de la tensión que se produce cuando, por ejemplo, un jaguar está al acecho y el patrimonio económico de los ganaderos se pone en juego.
Hay personas que, como Carlos Toro, pueden reponer a los animales agredidos. Otras, simplemente, pueden perderlo todo si uno solo es devorado.
—Necesitamos un equilibrio entre preservación y progreso— opina él. —Porque nadie se anima a conservar en medio del hambre —agrega— pero tampoco hay progreso si no cuidamos la naturaleza.
Ese equilibrio es lo que busca e intenta, en últimas, una ganadería más eficiente, responsable y en coexistencia con los grandes carnívoros.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, Fondo Acción y WCS Colombia, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).