Cedros, robles, pinos romerones y palmas de cera están siendo propagados en viveros, para luego llevarlos al campo y comenzar con ellos un proceso gradual de recuperación de sus poblaciones. Se subsanan de esta forma décadas de una tala sistemática que recayó sobre estos árboles nativos y emblemáticos de las subcuencas de los ríos Amoyá, Cucuana y Siquila, en terrenos situados sobre la cordillera Central.
Por: Germán Bernal
Wílmer López hace un ejercicio mental y se va de viaje al pasado. Su mente se instala, por unos segundos, en 1995, y allí, en ese año, él se ve en su finca, con un hacha en la mano, listo y en posición para tumbar un cedro.
—Eran otros tiempos. Nadie nos decía que eso no se debía hacer— explica.
En esa improvisada regresión nutrida de recuerdos, Wílmer también alcanza a observar cómo sus vecinos están en la misma tónica. Destruyen árboles como parte de una rutina.
De vuelta al presente, este campesino de Roncesvalles (Tolima), reconoce, al ver el paisaje actual, las consecuencias de ese actuar improvisado. Una situación que perduró en su región durante décadas e involucró a muchas otras personas oriundas de los alrededores de las subcuencas de los ríos Amoyá, Cucuana y Siquila, que se extienden por Chaparral, Roncesvalles y Planadas, municipios del Tolima.
Una tala sistemática, sin pausa, motivada por la necesidad de buscar un dinero adicional e impulsada por la demanda de madera para la fabricación de muebles, la construcción de viviendas y para apoyar con materiales las actividades agrícolas regionales. Y que dejó, de paso, a varias especies de plantas, importantes y simbólicas de la región, bajo amenaza.
Una de ellas es la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), capaz de crecer hasta los 50 metros, considerada como ‘el árbol nacional’, y recientemente catalogada como ‘Vulnerable’ por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Se suman el roble (Quercus humboldtii), el pino romerón (Podocarpus oleifolius) y el cedro de montaña (Cedrela montana), todas ahora escasas. El grupo lo completa el cedro negro (Juglans neotropica), catalogado como ‘En Peligro’ por la misma UICN.
La gente sabía muy poco sobre la flora y cercenaba esos árboles que proveían de alimento y albergue a muchos animales. Tampoco conocían que aquellas plantas siempre han cumplido una función sombrilla para proteger a otras especies más pequeñas, que suelen crecer en sus alrededores. Pero hoy, con la información y el conocimiento a su alcance, todos quieren cambiar la historia.
Propagación, restauración y reintroducción
Por eso Wìlmer, en un acto generoso, decidió formar parte de un grupo de pobladores y técnicos que lideran la siembra de ejemplares de esas especies en problemas, para lograr un proceso de restauración y rehabilitación que les permita recuperar sus poblaciones.
Es una iniciativa liderada por las instituciones que integran la alianza Río Saldaña – Una Cuenca de Vida*, y que adicionalmente viene siendo impulsada por la Fundación Franklinia, una organización suiza que trabaja internacionalmente por la recuperación de especies de flora amenazadas.
William Bravo, especialista en restauración de WCS, comenta que el renacimiento de esos árboles emblemáticos dependerá de un primer paso llamado propagación.
—Esto incluye la búsqueda de árboles semilleros, así como un seguimiento al ciclo de vida de las plantas, desde la floración hasta la maduración de los frutos (fenología), lo que proporciona información esencial para optimizar la germinación de las semillas de las especies que se quieren recuperar—, explica.
Sumado a lo anterior, se tienen tres viveros, uno por cada subcuenca, que ya se encuentran en diferentes etapas de producción.
Michel Barragán, ingeniera forestal y viverista de la Alianza, cuenta que las semillas se ponen en camas de germinación y luego, con sustratos específicos, se pasan a bolsas donde se espera un tiempo necesario para que crezcan y alcancen la altura adecuada para ser trasladadas al campo. Ese es, precisamente, otro de los componentes fundamentales de la estrategia implementada: la reintroducción de las especies.
El plan de rehabilitación y restauración contempla la siembra en lugares donde algún día esas plantas crecieron o donde el número de ejemplares es escaso. E implica, también, trabajar con dueños de predios que han firmado acuerdos voluntarios de conservación y que, por tanto, cuentan con aislamientos de bosques, de nacimientos y de rondas hídricas (áreas de vegetación aledañas a las riberas de los ríos).
Lo anterior es necesario, porque la protección de las siembras es definitiva para alejarlas de tensionantes como el pastoreo del ganado. La reintroducción exige, además, revisar si los terrenos son los adecuados, es decir, y entre otras cosas, que no sean demasiado húmedos.
—Cuando las plantas alcanzan entre los 25 y 40 centímetros de altura, se retiran del vivero y se ubican temporalmente en terrenos con condiciones ambientales similares al lugar donde serán sembradas—, agrega William. Esto se conoce como rustificación, lo que les permite adaptarse a las condiciones reales de la naturaleza.
Cada uno de estos pasos pareciera explicarse fácilmente, pero debe tenerse en cuenta que, muchas veces, hay imprevistos y obstáculos.
En una primera etapa, por ejemplo, en el vivero de la vereda Alemania, ubicado en el corregimiento de San José de Las Hermosas, de Chaparral, se intentó germinar un lote de semillas de palma de cera. Sin embargo, tras una espera de un año, ninguna brotó. Esto tampoco ha sido fácil con otras especies.
—La germinación de la palma de cera es un gran reto. La literatura científica indica que este proceso tarda entre 6 y 8 meses. Por eso, luego de esta experiencia, en el vivero de Roncesvalles optamos por rescatar plántulas entre los árboles ya existentes—, dice por su parte Michel Barragán. Para este caso, ya se han encontrado grupos de hasta 500 individuos que crecen juntos.
Sin embargo, en estas condiciones, sus posibilidades de supervivencia son bajas. Por ello, un porcentaje de estos almácigos de plántulas (árboles muy jóvenes), suele trasladarse hasta el vivero, lo cual se hace siguiendo unos protocolos específicos. Posterior a ello, los sustratos adecuados son preparados en bolsas y allí son trasplantadas. En el vivero se riegan periódicamente y se aplican abonos orgánicos. Por último, se llevan a los sitios definitivos de siembra (reintroducción), con el fin de sentar las bases de poblaciones estables en un futuro.
El pino romerón es igualmente exigente. Según Ángela Hernández, también viverista de la Alianza, esta especie es extremadamente escasa. Aunque existen individuos —hembra y macho— es difícil hallarlos en una misma zona, lo que impide su reproducción. Hasta hoy, las semillas encontradas no han germinado y solo se tienen 21 plántulas rescatadas de los bosques, que serán devueltas a su hábitat una vez estén lo suficientemente desarrolladas y rustificadas.
A la fecha se han recolectado 7.936 semillas y rescatado 3.825 plantas de especies amenazadas. En 16 predios bajo Acuerdos de Conservación, y sobre áreas previamente aisladas, se sembraron 5.122 plantas de seis de estas especies, que suman a un proceso de restauración y rehabilitación en 50,9 hectáreas.
Todo ese trabajo científico se ha complementado con la participación de 142 hombres y mujeres de diferentes rangos de edad y con distinta escolaridad. A algunos de ellos se les ha capacitado en aspectos asociados con la restauración ecológica, las técnicas de vivero y el reconocimiento de especies nativas. Para ello se elaboró material divulgativo en formato de guías y cartillas. Esta colaboración ha sido muy significativa, pues la presencia de las comunidades resulta vital en el proceso.
No en vano, los habitantes de estas zonas comparten información y conocimientos sobre las especies y sus usos. Y, además, fortalecen sus capacidades y se sensibilizan con respecto a la importancia de los ecosistemas de su región.
Wílmer es uno de ellos, quien opina que ha aprendido lo suficiente sobre la importancia de conservar y proteger el entorno. Por eso, se transformó en un guardián de esta frágil e importante franja natural del sur del Tolima. Una región que, como él, nunca olvida su pasado, pero que ahora intenta recuperarse y encontrar una nueva oportunidad. *
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* Río Saldaña – Una cuenca de Vida es una alianza público-privada entre Parques Nacionales Naturales de Colombia, Cortolima, Fundación Grupo Argos, Concretos Argos, y WCS, con el apoyo de Fundación Franklinia