Científicamente conocido como Juglans neotropica, este es un árbol emblemático de las montañas andinas del norte de Suramérica. Sin embargo, su permanencia en estos territorios está amenazada. En el sur del Tolima, en medio de la cordillera Central, una alianza público-privada realiza acciones para su rescate y conservación, en alianza con las comunidades.
Por Germán Bernal
El Cedro negro (Juglans neotropica) está presente en la memoria de Juan Camilo Barragán desde que era un niño.
—Con el paso del tiempo, vi como los fueron cortando para sacar madera. Pero hoy quedan muy pocos—, dice.
Sin embargo, Juan Camilo, de 19 años, nacido en Roncesavalles (Tolima), tiene ahora una oportunidad para cambiar el presente y futuro de este árbol nativo.
Está participando en las jornadas de siembra y mantenimiento lideradas por el programa Río Saldaña – Una Cuenca de Vida*, iniciativa de conservación que se implementa en varios predios de la población y que se ha extendido también al municipio de Chaparral, en el corregimiento de San José de las Hermosas.
Se plantea, entre otros objetivos, recolectar semillas de los pocos cedros que aún sobreviven en esta población de la cordillera Central, para reproducirlas y propagar nuevos ejemplares, esto como parte de una estrategia de restauración ecológica que busca salvar a la especie de la extinción.
Error histórico
Antes de explicar cómo avanza esta labor, que se realiza con el apoyo de las comunidades, es necesario decir que el cedro negro no es un cedro.
Este nombre, con el que es conocido en algunas regiones de los andes, surge de una equivocación de los españoles al hallarlo en el nuevo continente y confundirlo con el cedro del Líbano (Cedrus libani), de la familia botánica Pinaceae.
—El nombre es completamente inventado por los conquistadores, que habían leído sobre ese árbol en la Biblia, donde aparece escrito 67 veces. Al partir su tronco olía a cebolla y por eso pensaron que se trataba de la misma especie—.
Esto lo explica Boris Villanueva Tamayo, ingeniero forestal, curador general del Jardín Botánico de Bogotá y presidente de la Asociación Colombiana de Botánica.
Él cuenta también que, científicamente, al cedro negro se le denomina Juglans neotropica, porque se da solamente en el trópico suramericano y es una de las 60 especies de la familia Juglandaceae.
Las familias botánicas son grupos de árboles o plantas con características afines y, al mismo tiempo, las especies de una familia mantienen rasgos diferenciadores entre ellas.
De la familia Juglandaceae, esta es la única especie del género que existe en Colombia y actualmente está en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), con categoría de amenaza En Peligro, una de las más altas.
Una especie en crisis
Que existan tan pocos cedros negros en un territorio en el que esta especie abundó, es una situación lamentable. William Bravo, biólogo y especialista en restauración de WCS, indicó que, en las veredas aledañas al casco urbano de Roncesvalles, solo hallaron dos árboles de esta especie.
Sin embargo, afirma que sí existen más cedros negros en Roncesvalles. Tras una intensa búsqueda, William y su equipo de trabajo encontraron una población de éstos en la parte baja del cañón del río Cucuana, mucho más abajo del pueblo, en límites con el municipio de San Antonio.
—Estos árboles están en un área boscosa y encañonada de difícil acceso; tal vez por eso se han podido preservar—, concluye el biólogo.
Este árbol crece en franjas altitudinales que oscilan entre los 1600 y 3100 msnm., y se adapta fácilmente a las condiciones ambientales. En algunos lugares, como en Bogotá, se conoce con el nombre de Nogal y es posible verlo erguido en alamedas y bordes de avenidas, por eso es considerado el árbol de la ciudad.
La tala ha sido una de las principales enemigas, no solo de esta especie arbórea, apetecida entre los pobladores por su fina madera, sino también de la conservación de los bosques en general.
En las últimas décadas, la pérdida de áreas boscosas se incrementó, tanto por la tala para la comercialización, como por la ampliación de las fronteras agropecuarias.
Para el ingeniero Boris Villanueva, el mejor escenario para la conservación del cedro sería tener bosques sin habitantes, pero este es un escenario que nunca será posible.
—No debemos romantizar el hecho de que nadie puede usar la madera, porque las comunidades rurales la necesitan—, explica.
Sin embargo, propone que debe hacerse un aprovechamiento sostenible de algunos recursos maderables. Esto implica cuidar las poblaciones jóvenes de las especies maderables y no maderables, entre otras estrategias a implementar.
Aunque actualmente el Juglans neotropica está categorizado como En Peligro de extinción y en algunas áreas en las que antes abundó —como en Roncesvalles— es difícil hallarlo, Boris Villanueva, también magister en ciencias biológicas, es optimista frente a su subsistencia.
—La especie como individuo está en muchos sitios y si se hiciera nuevamente un ejercicio de categorización, probablemente disminuiría su categoría de amenaza. No obstante, el peligro es constante en los bosques donde ellos crecen—.
A esto último, el biólogo William Bravo añade que, en corregimientos como San José de las Hermosas, Chaparral o Bilbao, situados en Planadas, hay una buena cantidad de estos árboles, pero predomina una distribución dispersa, asociada a sitios abiertos y no a coberturas de bosque.
Adriana Corrales es otra voz experta que coincide con ese planteamiento. Es doctora en biología vegetal y líder de expediciones en Society for the Protection of Underground Networks (SPUN).
Dice, en ese sentido, que, aunque es muy difícil saber qué tan amenazado está el cedro negro, pues hacen falta datos poblacionales, se puede concluir que debe estar muy amenazado solo por el hecho de ser una especie andina, región afectada intensamente por la destrucción de sus hábitats.
Restaurar el cedro negro, ¿un reto posible?
Un proceso de restauración ecológica, como el que se está llevando en estos territorios del sur del Tolima, contribuye a recuperar las poblaciones del cedro negro que han sido degradadas o destruidas, pero esto no implica que estas vuelvan a su estado original.
La doctora Adriana resalta, además, que cuando se hace restauración, no solamente hay que propagar y sembrar la especie.
—Estos procesos de restauración deben hacerse con todas las especies asociadas; es decir, procurar una restauración holística, que incluya los ecosistemas de microbiología del suelo—, comenta.
Ella y su alumna de pregrado en biología, Mariana Carrillo, precisamente, contribuyeron en este sentido al proceso de restauración ecológica que el programa Río Saldaña – Una cuenca de Vida, con el apoyo de Fundación Franklinia, está implementando en los dos territorios ya mencionados del sur del Tolima.
—Muchas veces lo que se hace es sembrar las semillas colectadas en sustratos preparados, pero lo que nosotras hicimos fue agregar un inóculo al sustrato donde se sembró la semilla e investigar su reacción. Esto quiere decir que buscamos árboles de cedro negro nativos, saludables, y tomamos un poco de tierra de cada árbol para agregar al sustrato, pues ahí crecen un montón de hongos asociados a la especie—, explica Adriana.
—Lo que encontramos —continúa— fue que al comparar entre plántulas del vivero que habían sido sembradas con el inóculo o con sustrato tradicional, las que tenían inoculación crecieron más—.
Antes de dicho estudio, sin embargo, la germinación de la semilla del cedro negro planteó un desafío para el proceso. En primer lugar, la consecución de las semillas no fue fácil. Pero una vez estas se hallaban, no siempre germinaron. Luego de análisis y múltiples ensayos se estandarizó un método que logró que un mayor número de simientes (semillas) brotara.
—Se implementó un tratamiento pregerminativo que consistió en limpiar cada semilla, y luego dejarla en agua un tiempo determinado. La semilla tiene una testa (recubrimiento fuerte), que con el tiempo se endurece aún más; y el embrión está muy adentro. Para que germine requiere que penetre la humedad y active los procesos de germinación—, explica William Bravo, quien ha estado a cargo de dirigir este proceso.
En el vivero, las plántulas se embolsan y cuando alcanzan la altura y el vigor necesarios se llevan al campo, a una zona de rusificación con condiciones similares a las del bosque. Finalmente, cuando la planta muestra señales de adaptación al territorio, son sembradas en las áreas boscosas donde permanecerán definitivamente.
—En estos procesos de siembra —cuenta Juan Camilo Barragán— no se deja la planta olvidada en el bosque, sino que le hacemos seguimiento; se limpia la maleza y se rastrea su desarrollo con periodicidad—.
Estas son siembras recientes, pero, seguramente, al pasar los años, estas plantas serán arboles fuertes y parte de un paisaje rural fortalecido, lleno de vida silvestre—. *
* Río Saldaña – Una cuenca de Vida es una alianza público-privada entre Parques Nacionales Naturales de Colombia, Cortolima, Fundación Grupo Argos, Concretos Argos, y WCS, con el apoyo de Fundación Franklinia