Como parte de su estrategia de rehabilitación de bosques, el Proyecto Vida Silvestre (PVS) ha sembrado más de 383 mil plantas, de más de 150 especies diferentes, en diez regiones del país. Al menos unas 7 especies de ese gran total están bajo algún grado de amenaza, como el barbasco y el cedro rosado, en el Putumayo; el caracolí, en Magdalena Medio; el congrio, en la Orinoquia, y el mangle nato y el otobo, en Bajo Baudó (Chocó). El trabajo se ha logrado en alianza con las comunidades.
Por Javier Silva
—Que nuestros árboles más valiosos puedan crecer de nuevo y en abundancia es muy importante para todos. Es un mensaje que hemos querido replicar entre los jóvenes, quienes serán nuestro relevo generacional—.
La frase es de Yili Marcela Ibargüen, nacida en Bajo Baudó, Chocó.
Usa estas palabras para darle sentido al reto que representó para un grupo de mujeres de la población, lideradas por ella, el trabajo de restauración de algunas especies de plantas nativas, una labor que desarrollaron en el corregimiento de Puerto Bolívar, en la cuenca del río Docampadó.
Hasta hace un tiempo, todas ellas recolectaron semillas de especies muy comunes como cauchos (Brosimum utile), algarrobos (Hymenaea oblongifolia), animes (Protium veneralense), winas (Carapa guianensis) y carras (Huberodendron patinoi).
Pero, también, de mangles nato (Mora oleífera) y de otobos (Otoba gracilipes), estos dos últimos tan escasos, que han sido catalogados En Peligro de extinción, según el Libro Rojo de Plantas de Colombia.
Con el apoyo del *Proyecto Vida Silvestre (PVS), la Corporación Autónoma Regional del Chocó (Codechocó) y el Consejo Comunitario de Concosta, esas semillas las reprodujeron en dos viveros —su construcción fue apoyada por las mismas organizaciones— esperando que las plantas alcanzaran un tamaño adecuado para ser llevadas al campo.
De mangles natos y otobos ya sembraron 1400 ejemplares en diferentes sectores de la región y dentro del Distrito de Manejo Integrado (DRMI) ‘El Encanto de los Manglares del Bajo Baudó’, una de las principales áreas protegidas de ese departamento.
Yili explica que la elección de estas especies se produjo no solo por su valor ecológico, sino porque todas tienen una característica común: la disponibilidad de semillas, que era posible conseguir en semilleros detectados en algunos de los pocos ejemplares que aún subsisten.
Con metodologías similares, el PVS ha sembrado en los últimos años, y en 10 paisajes diferentes de Colombia —incluyendo las tierras chocoanas—, casi 383 mil plantas de al menos 150 especies. Y le ha dado preferencia a, por lo menos, siete de ellas, que están bajo algún grado de amenaza. Las plantas han consolidado su crecimiento con el apoyo comunitario.
Se buscan corredores biológicos
La reproducción de flora en riesgo se ha concentrado, además de Chocó, en sectores de Putumayo, la cuenca del río Bita (Vichada), Chimichagua (Cesar), San Benito Abad (Sucre) y Magdalena Medio.
En esta última región, una especie preferente para la restauración ha sido el caracolí (Anacardium excelsum), con la propagación de 465 individuos. Esta planta aparece entre una lista de 239 especies de árboles maderables amenazados del país que elaboró el Instituto Humboldt.
Pero se han sumado especies clave de los bosques del Magdalena para promover su recuperación, como el sangretoro (Camnosperma sp Myristicaceae), el coralito (Ouratea sp Ochnaceae), el marfil (Isidodendron tripterocarpum Trigoniaceae), el chocho (Ormosia sp leguminosae), el conocido como ‘orejaemula’ (Gustavia longifuniculata lecythidaceae) y el ‘olla de mono’ (Leythis tuyrana lecythidaceae). Adicionalmente, también está el coco cristal (Lecythis sp lecythidaceae).
Angélica Hernández, profesional encargada en el PVS de las iniciativas productivas para esta región, y Daniel Ruiz, ingeniero forestal y consultor del PVS, cuentan que la restauración se ha hecho, en el caso específico del Magdalena Medio, con los dueños de los predios Barrederos, Mi Ranchito o Palmarejo, en sectores de la Ciénaga de Chucurí y La Sierra, veredas de Puerto Parra (Santander).
Por su parte, Selene Torres, líder de restauración ecológica de WCS, explica que la intención principal ha sido lograr paisajes conectados en medio de matrices altamente transformadas, mediante estrategias combinadas de conservación, creación de corredores ecológicos e islas de vegetación nativa y ganadería sostenible.
—Hemos demostrado que, en 5 años, esos espacios se pueden transformar en eslabones para la creación de áreas de bosques o corredores biológicos para fauna clave como el jaguar, el puma o el mono araña (Ateles hybridus)—, dice Selene.
—Entre las especies que merecen especial atención se encuentra el Isidodendron tripterocarpum, o marfil, un árbol endémico de Colombia que sólo habita en el Magdalena Medio. Clasificada como Vulnerable (VU) en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), esta planta fue descubierta y descrita recientemente, lo que subraya la importancia de continuar con las exploraciones botánicas en la zona y demuestra el potencial de la región para albergar árboles únicos y poco conocidos — comentan Adriana y Daniel.
Otras especies endémicas del Magdalena Medio que el PVS busca localizar y estudiar son el ‘orejaemula’ (Gustavia longifuniculata) y el Pseudomalmea boyacana.
—Estos árboles, al ser exclusivos de la región, tienen un valor incalculable para la conservación de la biodiversidad local y la integridad ecológica de los ecosistemas del Magdalena Medio—, agregan.
Se suman a ellos el carreto colorado (Aspidosperma sp.), escaso y en grave riesgo. Y el puntecascarillo (Mahechadendron puntecascarillo), catalogado ‘En Peligro’ y recientemente descubierto en Colombia como resultado de exploraciones en los municipios de Cimitarra y Puerto Parra, áreas incluidas en el ámbito del proyecto.
Angélica y Daniel relatan que todas las especies de árboles o plantas mencionadas, que suelen ser de lento crecimiento, han disminuido sus poblaciones por el uso de sus ejemplares para comercializar su madera. Y por la deforestación que está asociada con la ampliación de la frontera ganadera o agrícola.
Piensan en el bosque del jaguar
Una situación similar ocurre en la vereda El Líbano, de Orito (Putumayo), donde se han logrado plantar 1194 barbascos (Minguartia guianensis), especie que ha resistido una tala persistente de sus individuos.
Jesús Erira, tecnólogo forestal del PVS, dice que en la región explotaron ese árbol para usarlo como material para la construcción. Pero los habitantes nunca se preocuparon por sembrarlo con el fin de reponer aquellos que eran talados. Ahora es muy escaso.
—El barbasco tiene una madera muy fina. Una cerca hecha con esa especie puede durar 30 o 40 años sin deteriorarse—, dice Jesús.
De igual modo, en esa misma región hay una preocupación por el cedro rosado (Cedrela odorata), distribuido por toda Suramérica, pero constantemente usado en el Putumayo para hacer muebles, adornos, instrumentos musicales, artesanías, puertas o empaques finos, al punto de que hoy es considerado En Peligro de extinción por el Libro Rojo de Plantas de Colombia.
Incluso, fue incluido en el Apéndice III de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora (CITES). Esto con el fin de protegerlo de la sobreexplotación. Pero las medidas llegaron demasiado tarde, porque es muy difícil apreciarlo en vida silvestre.
Así las cosas, las siembras de barbasco en tierras del Putumayo se vienen haciendo en, por lo menos, 20 fincas donde el PVS ha firmado acuerdos voluntarios de conservación, no solo con la intención de recuperar las poblaciones de esta especie, sino para consolidar un hábitat sano que le dé más áreas de movilidad al jaguar —el felino más grande de América—, así como a tigrillos, aves y primates, entre ellos el mono churuco.
Adicionalmente, se darán los primeros pasos en la formación de coberturas boscosas que sumarán a lo que ya aporta el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande, área protegida que resguarda un centenar de especies curativas que contribuyen a mantener la cultura del yagé, a preservar el sistema tradicional medicinal de los pueblos indígenas y a sostener la vital conexión ecológica entre los Andes y la Amazonía.
—La restauración tiene como base la recolección de semillas de las especies que se quieren propagar, para llevarlas a viveros administrados por la comunidad, reunidos en los colectivos Gallito de Roca y el Colectivo de Mujeres para la Protección del Mono Chorongo—cuenta Jesús.
Una vez las plantas crecen, son distribuidas en los predios seleccionados para su crecimiento definitivo.
Del cedro rosado —cuya distribución se ha establecido para casi todo el país— se han sembrado 20.400 individuos, no solo en el Putumayo, sino en tierras de Chimichagua (Cesar) y en la Reserva La Carranchina, situada en San Benito Abad (Sucre), única zona de protección de Colombia para esta especie de reptil en extinción, que es liderada por WCS y Rainforest Alliance, y en donde también se han plantado nazarenos (Peltogyne paniculata) y palmas de aceite, noli o corocito (Elaeis oleífera).
Más cedros rosados también se han propagado en la cuenca del río Bita, cerca de Puerto Carreño (Vichada), un caudal cuyos humedales anexos fueron declarados de importancia mundial (Ramsar) en 2018.
Incendios deterioraron la cuenca del Bita
Adriana Ávila, consultora del PVS, relata que otro árbol que tiene prioridad para esta zona del Bita es el congrio (Acosmiun nitens), especie muy resistente al ataque de hongos o insectos, y cuya madera ha sido utilizada y explotada, sin mucho control, para hacer cercas, vigas, partes de vehículos y de vías férreas, e incluso botes.
Algunos de estos árboles crecen en dos viveros (ubicados en los territorios Los Robles y Bellavista) y luego se están llevando a, al menos, 19 predios situados en las veredas La Libertad (fincas Tres Rosas, La Tata, Mi Familia y San Diego) y La Esmeralda (fincas El Desierto, La Reina, El Ocarro y El Mirador).
Ambas veredas, que están separadas por el río Bita, se ubican a unas cuatro horas en carro desde Puerto Carreño por carreteras en regular estado. Esto obliga a hacer desplazamientos muy exigentes, que se han vuelto todo un reto para lograr que el material vegetal llegue en buen estado a sus sitios de siembra.
A lo anterior se suman otros trabajos similares efectuados en la vereda Caño Negro (fincas La Cristalina, La Estrella, El Recuerdo y Buenos Aires) y en la vereda Paso Ganado, con los dueños de La Sonora, Bellavista y Villacarol.
Todos los propietarios de estas fincas y predios reconocen que, con sus actividades ganaderas o agrícolas, y con los incendios que se suelen activar para preparar los suelos —y que en ocasiones se han salido de control—, afectaron desde hace años parte del paisaje, que es, a su vez, el hogar de un mamífero trascendental como la danta de tierras bajas (Tapirus terrestris).
Por eso, el fin último de estas siembras en esos suelos llaneros es rehabilitar porciones de bosque, conectarlas poco a poco —como quien va uniendo los eslabones de una cadena que ha estado rota durante años— y formar un corredor natural que permita a muchas especies reencontrarse. Una vez con ellas integradas, se le podrá dar una nueva oportunidad de crecimiento al hábitat local.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, Fondo Acción y WCS Colombia, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).