En Bocas del Carare, vereda de Puerto Parra (Santander), un grupo de labriegos está distribuyendo su tiempo entre las atarrayas, las faenas y el sostenimiento del vivero Nativos del Carare. Allí reproducen especies de plantas como una estrategia para lograr ingresos y sostener su nivel de vida, esto en medio de la escasez de especies como el bagre rayado.
Por Javier Silva
La vida de Pedro Nel Fuentes ha estado ligada al río Magdalena. O al Carare, uno de sus afluentes.
Desde que era muy joven, él ha sido, esencialmente, un hombre dedicado a la pesca artesanal en ambos caudales, y por eso ha vivido de capturar bocachicos, dorados y bagres rayados, esta última la especie insignia de la región, la más buscada por su valor comercial.
A Pedro lo siguen viendo deambular por Bocas del Carare, la vereda del municipio de Puerto Parra (Santander) donde vive con su familia.
Pero, por estos días ya no es tan obvio que, al amanecer, vaya tras la búsqueda de una canoa y de sus atarrayas, para comenzar una nueva faena.
Desde hace un tiempo, también se le ha notado concentrado en reproducir, podar y vigilar el crecimiento de cientos de árboles.
No es una aventura de su imaginación. Dice que todavía tiene ganas de creer en nuevas ideas y de trasegar para emprenderlas. Y, por eso, está empeñado en el sostenimiento de un vivero, bautizado como Nativos del Carare, desde el cual reproduce especies que se están usando para reforestar zonas de bosque en esta región del Magdalena Medio.
En el vivero, además de Pedro, participan otras seis personas —todas asociadas a Asopesbocar, la asociación que agrupa a cerca de 36 pescadores de la vereda— quienes están logrando un dinero extra que les ayuda periódicamente a sostener sus finanzas y a apalear la disminución de la pesca, que ya no deja los ingresos de hace décadas debido a la sobreexplotación del recurso y a los daños que han sufrido hábitats naturales como las ciénagas (propiciados por el avance agrícola y de la ganadería). Ambas actividades insostenibles afectaron, precisamente, al bagre, catalogado como En Peligro Crítico, y cuyas capturas han disminuido en más de un 70 por ciento en los últimos 30 años, según lo explica el Libro Rojo de Peces Dulceacuícolas de Colombia.
Pedro lanza una frase sobre su experiencia como botánico aficionado, labor que le apasiona y en la que, poco a poco, ha estado aprendiendo y aplicando la misma paciencia que ha usado durante años para esperar que los peces muerdan sus anzuelos.
—Yo nunca voy a dejar de pescar, pero debo decir que velar por las plantas y notar su desarrollo también es muy satisfactorio—.
Se fundó para recuperar una ciénaga
Nativos Carare nació entre los años 2019 y 2020.
Y lo hizo cuando Asopesbocar se postuló a una convocatoria que realizó el Programa de Pequeñas Donaciones (PPD), del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) o GEF (por sus siglas en inglés), que entregaba asistencia técnica y financiera a propuestas o proyectos que conservaran el medio ambiente y mejoraran el bienestar y los medios de vida de las personas. Además, el PPD buscaba recuperar ecosistemas degradados que hubieran reducido su capacidad para regular el agua, la fertilidad del suelo, el control de plagas y la provisión de alimentos en diferentes regiones del país
Nativos del Carare está en capacidad de producir o propagar 10 mil plantas.
Asopesbocar propuso en ese momento, con el acompañamiento de WCS Colombia —la organización asumió la contrapartida de la Asociación en la asistencia técnica—mejorar la situación ambiental de una hectárea cuadrada en la ciénaga El Clavo (situada en Puerto Parra), un humedal que, como todos los de la región, resulta sustancial a la hora de ser la sala cuna de miles de peces.
Finalmente, la propuesta fue aceptada por el PPD y ejecutada con el apoyo de la Fundación Natura.
—Para lograr ese trabajo, recibimos ayuda para crear un vivero, porque parte de la labor era reforestar la ciénaga. Cuando terminamos y le dimos una nueva oportunidad de vida a El Clavo, siempre vimos la opción de que ese vivero continuara funcionando, pero con una intención principalmente comercial—, explica Pedro Nel.
Y lo lograron tiempo después, con la asesoría del Proyecto Vida Silvestre (PVS), momento en el que Nativos del Carare recibió el impulso definitivo para consolidarse.
Luego, lentamente, Pedro Nel y sus compañeros ganaron conocimientos y reforzaron la infraestructura del lugar donde cultivan las plantas, un terreno que ya les permite reproducir 10 mil de ellas, parte de las cuales están vendiendo a ganaderos, empresas privadas o entidades públicas interesadas en sembrarlas.
Se buscan semillas
Y también están asistiendo con su reproducción los procesos de restauración que adelante el PVS, los cuales, según ha explicado Angélica Hernández, especialista en Estrategias Locales de Conservación, desde la línea de Restauración, están dirigidos a dueños de predios como Barrederos, Mi Ranchito o Palmarejo, en sectores de la Ciénaga de Chucurí y La Sierra, veredas de Puerto Parra.
Todo esto con el fin de lograr una ganadería más responsable que impulse la creación de cercas vivas y áreas de bosques, las cuales comenzarán a formar, con el paso del tiempo, corredores biológicos para especies de fauna como el jaguar, el puma o el mono araña (Ateles hybridus). De Nativos del Carare han salido ceibas, algarrobos, jaguas y sapanes, principalmente, para apoyar ese trabajo. También árboles frutales
Pedro Nel Fuentes es uno de los líderes del vivero. Lo acompañan seis pescadores más.
Yelsin Salgado, profesional del PVS en el Magdalena Medio, dice que una de las ventajas de las plantas que crecen en el vivero es que su desarrollo se estimula con el uso de abonos naturales, elaborados a partir de la descomposición de macrófitas flotantes, es decir, plantas acuáticas que crecen en abundancia e invaden los caños, y que los mismos pescadores recogen cuando hacen los trabajos de limpieza en esos ecosistemas.
Ellos las dejan compostar, proceso en el que se descomponen y se transforman en un material fértil que favorece la germinación. También utilizan otro sustrato llamado bocashi (surge de una técnica de origen japonés), y que aparece luego de la descomposición de material orgánico.
—A veces salimos a campo. Y nos hemos impuesto un reto que es la multiplicación de especies maderables que ya casi no se ven, como el caobo, el canelo o el fresno, que se talaron durante años para vender su madera con la intención de hacer muebles, y cuyas semillas son ahora muy difíciles de conseguir— agrega Pedro Nel.
Esto último lanza un mensaje adicional sobre las ventajas de tener un proyecto como Nativos del Carare: y es que sus integrantes ya no tendrán que destruir el bosque para ganar dinero. Porque lo están obteniendo, cada vez que una planta germina en sus instalaciones y puede ser llevada al campo para su propagación.