Al menos 60 labriegos, pertenecientes a tres asociaciones —Asopesbocar, Asopezchucurí y Asodesba– vigilaron a los ejemplares del reptil durante sus faenas en tres temporadas: 2022, 2023 y este año. Cada tortuga que cayó accidentalmente en sus redes fue devuelta al caudal o a sus ciénagas aledañas. En tres años recuperaron 232 individuos, en un poco más de 5 mil horas de monitoreo.
Por Javier Silva
Por estar catalogada En Peligro Crítico de extinción, la tortuga de río, conocida científicamente como Podocnemis lewyana, es uno de los reptiles de su tipo más amenazados de Colombia.
Así lo ratifica el Instituto Alexander von Humboldt, luego de un análisis realizado a las 27 especies de tortugas continentales que habitan en el país.
La lewyana, endémica para nuestro territorio —no se ve en ningún otro lugar del mundo— y típica de la cuenca del río Magdalena, está en esta situación por varias razones, entre ellas, la cacería que han resistido por años sus ejemplares. Se suman los daños en su hábitat (secado y contaminación de sus ciénagas), o la extracción de muchos individuos para convertirlos en mascotas.
Sus huevos y su carne son apetecidos por algunas personas. Incluso, hay quienes dicen que las mujeres gestantes que la comen pueden recuperarse mucho más fácil cuando dan a luz. Y otros le atribuyen propiedades para curar enfermedades de la piel y de los ojos.
Henry Rivas, un pescador de Barrancabermeja (Santander), dice que, durante sus jornadas de pesca por la región, él ha sido testigo de todo lo que el Instituto Humboldt explica.
Por ejemplo: las tortugas más grandes — afirma— algunas de ellas con más de un metro de longitud, pueden ser vendidas en 100 mil pesos o más, sobre todo en Semana Santa, cuando el consumo de las carnes blancas aumenta. Y esto último también ocurre en lugares como Honda (Tolima) o en poblados de Bolívar como Calamar y San Pablo, o de Antioquia como Caucasia, hasta donde él suele hacer faenas que pueden durar más de una semana.
Henry reconoce que él ha comido tortuga. Al fin y al cabo, lleva más de 30 años buscando bagres, bocachicos, dorados, y, en más de una ocasión, alguna de ellas cayó en sus redes voluntaria o accidentalmente.
— Después de tantos años de convivir con ella, lo que me motivó a conservarla fue el hecho de ya no verla tanto como antes— dice.
Se refiere a que él quiso involucrarse con el Proyecto Vida Silvestre (PVS) y se capacitó como monitor comunitario. Y por eso, desde hace tres años, cada vez que ha encontrado una tortuga en problemas, atrapada o enredada en sus atarrayas, la ha liberado.
—Creo que ha valido la pena hacer este trabajo, por un animal que siempre nos sorprende—, añade.
Casi 5 mil horas de vigilancia
A Henry se unieron otros 60 pescadores para el cuidado de ejemplares de la Podocnemis lewyana. Todo ellos lo hacen durante sus faenas de pesca o en sus recorridos por el río o sus afluentes.
Cada uno de los miembros de este colectivo integran las asociaciones de Asodesba (Asociación de Pescadores de Barrancabermeja), de Asopesbocar (Asociación de Pescadores de Bocas del Carare, vereda de Puerto Parra), y de Asopezchucurí (Asociación de Pescadores de San Rafael de Chucurí, corregimiento de Barrancabermeja).
Comenzaron los seguimientos en diciembre del 2022. A su vez, en 2023 trabajaron entre enero y junio. Y durante este año lo hicieron entre marzo y septiembre.
Sumado el esfuerzo de las tres asociaciones, y durante las tres temporadas ya mencionadas, lograron realizar 428 observaciones de la especie en diferentes momentos.
Entre todos, recuperaron, auxiliaron y devolvieron al entorno 232 individuos de la tortuga de río —130 hembras, 32 juveniles, 68 machos y 2 no identificados—, luego de más de 5 mil horas de monitoreo ejecutadas en 103 sitios diferentes y durante 957 faenas de pesca.
Cada tortuga devuelta a su hábitat fue marcada con un símbolo, según la asociación: un cuadrado rojo para Asodesba, un círculo blanco para Asopesbocar y un triángulo azul para Asopeschucurí.
Artes de pesca más agresivos
Todos estos datos fueron recolectados por los mismos pescadores durante sus actividades en el río Magdalena o en sus afluentes.
Esto fue posible porque cada uno de ellos fue entrenado para diligenciar un cuestionario por escrito —todos participaron en su elaboración—, que incluía preguntas como la fecha, el lugar en el que se realizó la faena o el sitio donde fue encontrado el ejemplar de la tortuga. Incluso, debían responder si observaron grupos de ellas o si no vieron ninguna.
Se registraron otros detalles básicos como la longitud curva del caparazón de cada una, el sexo, el arte de pesca que se estaba utilizando durante ese hallazgo, así como las horas empleadas en la jornada de pesca. Y una descripción del nivel del río —las tortugas son más visibles cuando el río está en un nivel bajo o intermedio—.
Con los cuestionarios diligenciados, el siguiente pasó fue transcribir la información y subirla a una plataforma conocida como KoboToolbox, trabajo que fue elaborado por tres monitoras, todas ellas integrantes de la comunidad.
Una de ellas fue Leudis Celino, una ama de casa que aprendió en pocos días el manejo de esa herramienta y que tuvo a cargo 10 pescadores, quienes le suministraron información una vez al mes.
—He conocido muchos datos de la tortuga, que incluso pude compartir en un foro realizado en Orito (Putumayo). Yo noto que las comunidades de este sector de Barrancabermeja y Puerto Parra están cada vez más sensibilizadas para respetar a ese animal que es tan valioso para nosotros—, comenta Leudis.
Con la información lista y organizada, los profesionales del PVS están ahora analizando los resultados transcritos.
María del Pilar Aguirre, especialista en monitoreo de WCS Colombia, explica que una de las primeras conclusiones, y de las más llamativas del ejercicio, ha sido la identificación de los tres artes de pesca que causan mayores capturas incidentales de tortugas. Son la ‘rastrera’—una red de 5 arrobas de peso y de casi 8 metros de largo—, la ‘pastelera o pesada’—una malla de 64 metros de largo por 8 metros de ancho, usada con frecuencia para capturar peces grandes— y las atarrayas.
Esta última información podría dar una luz para evitar o regular la utilización de unas u otras herramientas, en determinados lugares o hábitats, y cuando el río aumenta o disminuye su nivel.
Igualmente, los datos ya recopilados permitieron hacer una depuración de los sitios más frecuentados por las tortugas avistadas y que son, a su vez, los más visitados por los pescadores; entre ellos aparecen La Castilla-La Ganadera, Rincón El Clavo, el Rincón de las Montoyas, El Guayabo, Los Morros, Caño Rúber o La Caimanera.
—Todo esto es un proceso que, además de permitir la recolección de la información y la integración de pescadores de varias asociaciones (quienes pudieron conocerse y se enteraron de que son muchos aportando a una labor por la conservación), envía un mensaje directo a las comunidades, para que se apropien y cuiden sus recursos—, agrega Yelsin Salgado, profesional del PVS en Bocas del Carare.
Yelsin cuenta que el monitoreo podría continuar durante el 2025, con el objetivo de concretar más datos y, al mismo tiempo, comenzar un seguimiento similar para la protección del manatí del Caribe, especie emblemática para ese sector de la cuenca media del río Magdalena.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, Fondo Acción y WCS Colombia, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).