Por Germán Bernal
Roncesvalles está anclado sobre las cumbres cordilleranas del sur del Tolima, lugar en el que el loro orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis) encontró un ambiente favorable para su supervivencia. Sin embargo, esta ave amenazada, que hoy es símbolo del municipio, no vive solo de tener un buen entorno. Su existencia depende, estrechamente, de otra especie que también es vulnerable y que le brinda techo y comida: la palma de cera (Ceroxylon quindiuense).
Hasta Roncesvalles se llega a través de una carretera sin asfalto que zigzaguea a lo largo del cañón del río Cucuana. A 2600 metros sobre el nivel del mar, se erige este poblado de casas de madera con vibrantes colores, y desde donde es posible observar varias montañas cubiertas de palmas de cera, árbol nacional de Colombia y hábitat del loro orejiamarillo.

El ornitólogo Bernabé López llegó a Roncesvalles en 1999, acompañado por el investigador Alonso Quevedo, destacado conservacionista colombiano. Ambos buscaban, por aquel entonces, a ese animal cuyo nombre los habitantes de la región no habían escuchado antes.
Carlos Eduardo Castro, propietario de la finca Buenos Aires, en Roncesvalles, cuenta que ambos expedicionarios venían averiguando sobre el ave desde el norte de Ecuador, país en el que se declaró extinta en 1998. “Me contó una tía que la felicidad de estos investigadores fue enorme cuando aquí lo encontraron”, afirma Carlos Eduardo.
En ese momento, tanto en los predios Buenos Aires como en su vecino La Siberia, Bernabé y Alfonso identificaron los primeros ejemplares de esta especie para la localidad de Roncesvalles. “Eso se debe a que los bosques se han conservado, porque aquí las palmas y los árboles se mueren de viejos, y porque a la naturaleza la respetamos”, afirma Carlos Eduardo. Por eso, en su finca permanecen en pie, aproximadamente, 17 hectáreas de bosque andino que incluye palmas de cera, varias de ellas refugio para el loro orejiamarillo.
Luego de censar los individuos avistados de la especie, Bernabé y Alonso reportaron 81 loros. Hoy, más de 20 años después, esa cantidad se ha multiplicado significativamente y es fácil, para los habitantes de estos parajes, avistarlos. Carlos Eduardo concluye: “el hallazgo de ese pájaro en Roncesvalles le marcó un antes y un después no solo a él, sino también a la palma de cera.
¿El renacer de estas especies?
Lina Cerón es profesional ambiental de Hocol para el departamento del Tolima, y hace una afirmación que quita y da esperanza al mismo tiempo: “Si no protegemos y si no hacemos algo por estas especies, ambas podrían desaparecer”.
“Precisamente -agrega Lina-, Hocol, la Fundación del Alto Magdalena (FAM) y WCS, por medio del programa Río Saldaña – Una Cuenca de Vida, mantienen, en la actualidad, una alianza interinstitucional que busca atenuar las amenazas que enfrentan palma y loro en esta zona montañosa de Colombia.

De hecho, el loro y la palma están incluidas en la lista de flora y fauna amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). No obstante, y aunque a finales del siglo pasado el ave estaba categorizada en estado crítico de amenaza (CR), hoy sus poblaciones han mostrado una significativa recuperación, lo que la ha llevado a ser recategorizada como vulnerable (VU), misma condición en la que se halla clasificada la palma de cera.
Entretanto, en la resolución 0126 de 2024 del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, tanto la especie Ceroxylon quindiuense (palma de cera) como el Ognorhynchus icterotis (loro orejiamarillo), son reconocidas, a nivel nacional, como En Peligro (EN), lo que significa un mayor grado de amenaza con respecto a la mirada que se tiene desde la UICN. Lina Cerón considera que el actual estado que enfrentan estas dos especies se debe a que “su hogar es un ecosistema altamente afectado por procesos agropecuarios, incluida la ganadería extensiva”.
Juan Carlos Vargas Oviedo, investigador de Vida Silvestre Fundación, y quien ha estado dedicando buena parte de su tiempo a estudiar las poblaciones del loro orejiamarillo en jurisdicción de los municipios de San Antonio y Roncesvalles, coincide con Lina: “desde el pueblo se ven potreros muy bonitos en las montañas, pero estos eran bosques que fueron deforestados hace muchos años, lo que generó un desplazamiento muy grande de fauna y la pérdida de importantes especies de flora”.
De hecho, eso fue lo que sucedió con la palma de cera. La disminución de las áreas de bosque afectó sus poblaciones. “Esta palma es una especie sombrilla", explica Lina, "es decir, que de ella dependen otras especies”. En ese mismo sentido, Juan Carlos agrega: “si no hay palma, no hay loro, pues estas aves anidan en sus troncos”.
Y anidan -valga la aclaración- en los troncos de las palmas muertas, mientras que las vivas les proveen sitios de descanso, donde dormir y alimentarse. “El loro utiliza los troncos inertes para anidar, bien sea sobre las puntas huecas o en orificios que hacen en medio de esos tallos”, explica Carlos Eduardo, y agrega que estas “se hallan sobre todo en los potreros, pues, hasta donde tengo conocimiento, el hábitat natural de la palma no es en las áreas descubiertas, así que muchas de las que hay en los potreros se han ido muriendo”, concluye.
Si bien las razones de este fenómeno no han sido suficientemente investigadas aún, lo cierto es que conservar a la palma y promover su recuperación es necesario para asegurar poblaciones viables y saludables en el futuro y, también, suficientes troncos inertes que proporcionen refugio al loro orejiamarillo.
El rol de la comunidad
En Roncesvalles, durante el mes de noviembre, se realiza el Festival del Loro Orejiamarillo, celebración en la que, más allá de los momentos de fiesta, ocurren concursos juveniles de cuento, escritura y pintura basados en temas ambientales. Existen también canciones alusivas a estas especies, compuestas por habitantes de la región y, como parte de las festividades, las personas desfilan y danzan disfrazados de loros orejiamarillos. Realizan, además, la siembra de especies nativas, incluida la palma de cera.
Foto: Germán Bernal / WCS Colombia
El sentido de pertenencia generado por medio de estos procesos culturales ha contribuido a que la comunidad despliegue su interés sobre esta ave y su ecosistema. Un interés que se materializa con la participación en diversas iniciativas de conservación y protección.
Justamente, Carlos Eduardo es uno de los que se unió a esta idea de apoyar la consolidación del plan de acción para la conservación de la palma de cera y del loro orejiamarillo. En este objetivo, la participación de la comunidad juega un rol fundamental.
“Uno creería que los propietarios de las fincas podrían estar reacios a participar, porque estamos hablando de incidir sobre sus sistemas productivos, y la ganadería les da su sustento. Sin embargo, algunos mostraron su interés e identificaron en sus predios áreas para comenzar procesos de recuperación”, comenta Lina con ilusión.
Entre las estrategias que abarca dicho plan está la de llevar a cabo un trabajo articulado que incluya la firma de acuerdos voluntarios de conservación con los propietarios de predios donde existen poblaciones de palma de cera y del loro orejiamarillo.
“Esos acuerdos invitan, por ejemplo, a no perturbar los bosques nativos, a cerrar los nacimientos de agua y a sembrar árboles dispersos en los potreros que le den alimento al ave”, afirma Carlos Eduardo. Nutrir los bosques donde hay palma con especies nativas como el Gavilán o el Laurel, es también una manera de cumplir esa meta.

El plan incluye capacitaciones a las comunidades y, aunado a ello, plantea un detallado trabajo con técnicas de restauración ecológica; este contempla la construcción de viveros para la germinación y rescate de plántulas de palma y de otras especies nativas asociadas a sus bosques. Si los propietarios están interesados y sus tierras cumplen con los requisitos necesarios, podrían postular sus predios como Reservas Naturales de la Sociedad Civil.
Si bien Carlos Eduardo aún no sabe si presentará su finca como candidata a este modelo de conservación, de lo que sí está seguro es que quiere demostrar que “la ganadería puede ser compatible con el cuidado del medio ambiente, y que todos podemos convivir en un mismo espacio para lograr unas mejores condiciones que favorezcan la presencia de nuestro árbol nacional y del vistoso loro orejiamarillo”.