Por: Jacobo Patiño Giraldo
Entre las montañas del Tolima, un grupo de niños de primaria observa con entusiasmo las pequeñas plántulas de árboles nativos que pronto sembrarán. Son estudiantes de la Institución Educativa Técnica La Voz de la Tierra, ubicada en el municipio de Roncesvalles, y llevan meses preparándose para asumir una gran responsabilidad: convertirse en los guardianes de nueve árboles de especies nativas que hoy se encuentran amenazadas en Colombia.
Foto: William Bravo / WCS Colombia
En medio de un paisaje donde los bosques andinos han sido fragmentados por la ganadería y la agricultura, estas pequeñas acciones simbolizan una esperanza: enseñar a los niños que sembrar un árbol también es una forma de cuidar su territorio.
Una alianza para conservar
La escuela es una de las siete instituciones educativas que participan en la iniciativa Adopta un árbol, de la alianza público-privada Río Saldaña: Una Cuenca de Vida, que cuenta con el apoyo de la Fundación Franklinia y APC Colombia.
El proyecto lleva especies de plantas amenazadas a colegios rurales en zonas estratégicas con un doble propósito: fomentar la educación ambiental y asegurar que estos árboles nativos crezcan en lugares donde puedan ser cuidados y protegidos. Así, la conservación deja de ser un concepto lejano y se convierte en una experiencia cotidiana para los estudiantes.
Proteger la vida desde el aula
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), una de cada tres especies de árboles en el mundo se encuentra amenazada. La deforestación, la industria maderera y la expansión de la frontera agropecuaria han puesto en peligro a cientos de especies que dan alimento, refugio y oxígeno a los seres humanos y demás animales que habitan sus ecosistemas.
Para Colombia, el segundo país con mayor diversidad de árboles en el mundo, la perdida de esta riqueza podría ser devastadora: afectaría a las especies que dependen de ellos, reduciría los servicios que prestan los ecosistemas y debilitaría su capacidad para resistir a enfermedades y adaptarse al cambio climático.
William Bravo, especialista en restauración de WCS, cuenta que esta preocupación dio origen a la iniciativa Adopta un Árbol. “Veníamos de una primera fase en la que hicimos propagación de especies amenazadas junto a la Fundación Franklinia. Allí surgió la posibilidad de incluir un componente educativo en la fase dos del proyecto”.
Foto: William Bravo / WCS Colombia
El equipo identificó escuelas en distintos puntos de la cuenca del río Saldaña y propuso a sus estudiantes y profesores adoptar árboles de especies amenazadas. “Primero verificamos que las escuelas tuvieran las condiciones adecuadas para sembrar los árboles y, luego, ingresamos a cada una para hacer talleres en los que presentamos el proyecto a los niños”, continúa.
Las especies seleccionadas fueron seis: tres pinos —romerón (Podocarpus oleifolius), hayuelo (Retrophyllum rospigliosii) y chaquiro (Prumnopitys montana) —, además del cedro negro (Juglans neotropica), el cedro de montaña (Cedrela montana) y la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), famosa por ser el árbol nacional de Colombia. “Todas comparten una historia de uso excesivo que las ha llevado a estar categorizadas como amenazadas”, recalca Bravo.
“Para explicar el tema de manera didáctica y ayudar a que los estudiantes comprendieran lo que significa adoptar un árbol y cuidarlo, hicimos una cartilla que se llama Amigos del Bosque, en la que, a través de dos personajes —la señora Ardilla y el señor Roble—, se presentaba la iniciativa a los estudiantes. Al final, todos aceptaron muy emocionados”, recuerda.
También se realizó una actividad en la que los niños, junto a sus padres, escogieron una de las especies que serían sembradas y le atribuyeron los “superpoderes” de sus héroes favoritos, con el objetivo de fortalecer su conexión con ellas. “Fue una experiencia muy bonita, porque pudieron poner a volar su imaginación y elaborar unas ilustraciones muy lindas”, expresa.
Adoptar para aprender
Hablamos con Soraida González, doctora en educación y cultura ambiental y docente de primaria en La Voz de la Tierra, sobre su experiencia y la de sus estudiantes en esta iniciativa, la importancia de la educación ambiental en Colombia y los beneficios que adoptar un árbol puede tener en el proceso de aprendizaje de los niños.
Para Soraida, la iniciativa ha sido una excelente oportunidad para enseñar a sus alumnos sobre la importancia del medio ambiente e involucrarlos activamente en su cuidado. “Esto fortalece su educación ambiental, porque les permite aprender de manera vivencial y no solo como algo abstracto visto desde un salón, que es lo que muchas veces pasa con los currículos tradicionales”, explica.
Foto: Río Saldaña una Cuenca de Vida
Además, cuidar de un árbol no solo es una oportunidad para aprender sobre temas medioambientales, sino también para desarrollar otras habilidades, como la observación y el trabajo en equipo. “Es una excelente herramienta para enseñar sobre investigación, ya que implica estar pendientes de las condiciones del árbol, verificar si necesita agua, y registrar datos como la altura y el número de hojas”, añade.
Aunque Soraida enseña principalmente a niños de primero de primaria, cuenta que los estudiantes de otros grados también están muy interesados en conocer sobre la biodiversidad de su región y aprender cómo preservarla. “Tenemos programada una salida de campo y todos están muy emocionados por ir. A ellos les gustan los animales y las plantas, así que los llevaremos a unos predios donde se encuentran las especies que vamos a sembrar, para que entiendan cómo es su proceso de crecimiento.”
Enseñar en zonas rurales no está exento de desafíos. Las limitaciones de espacio, los grupos numerosos y la necesidad de adaptar la enseñanza a un mundo que cambia rápidamente hacen que orientar las clases sea una tarea compleja. Aun así, Soraida continúa comprometida con ofrecer a sus estudiantes experiencias significativas que los acerquen a la naturaleza.
Además, los colegios oficiales en Colombia deben ajustarse a los Derechos Básicos de Aprendizaje (DBA), que establecen los contenidos mínimos que deben ser enseñados en cada grado. Esto, aunque garantiza un aprendizaje estandarizado, puede dejar poco margen para incluir temas como la educación ambiental. “Por eso, proyectos como este son tan valiosos, pues permiten abordar esos temas desde la práctica.”, afirma.
Una iniciativa para el futuro
En la escuela La Voz de la Tierra, la jornada de siembra se acerca. Pronto, los estudiantes verán crecer los árboles que plantarán con sus propias manos.
“El hecho de salir a sembrar un árbol, de participar en un taller, oxigena y facilita los procesos de aprendizaje y rompe con la rutina. Yo soy partidaria de que se brinden otros espacios y otras formas de aprender”, comenta Soraida.
Foto: Río Saldaña una Cuenca de Vida
Según Bravo, la iniciativa tendrá una duración de dos años. “Mes a mes, los niños harán seguimiento a los árboles: los medirán y regarán mientras registran su desarrollo. Al final, esperamos contar con datos recolectados por estudiantes de escuelas rurales de las tres subcuencas del río Saldaña.”
El propósito es que la actividad pueda quedar en manos de los profesores y los estudiantes, para que se sostenga por muchos años más. “Si ellos continúan con el proceso podrían tener un ejercicio de aula muy bonito y mirar todas las fases del crecimiento del árbol. Ahorita estamos tratando de enganchar a otros docentes, y muchos están muy motivados para seguir adelante”, añade.
Foto: Michelle Barragán / WCS Colombia
La idea es que, así como se siembran árboles, también germine en los niños la semilla de la curiosidad. A través de Adopta un Árbol, se busca que los estudiantes conozcan su flora local, comprendan los servicios que brinda la naturaleza y reconozcan la importancia de conservarla. “Lo más bonito es que los niños aprenden sobre su entorno y entienden cómo los árboles pueden conectar muchos saberes y procesos”, asegura Bravo.
Para Soraida, más allá del aprendizaje en ciencia, matemáticas o investigación, adoptar un árbol es una forma de fortalecer el vínculo con el territorio. Cree que estos ejercicios enseñan a los estudiantes que sus acciones, por pequeñas que parezcan, pueden generar cambios reales. “Aún podemos hacer mucho. No hemos pasado el punto de no retorno. Tal vez no cambiemos el mundo, pero sí el entorno que nos rodea, y eso ya es hacer todo lo posible”, afirma con esperanza.
Pronto, las escuelas rurales del Tolima se llenarán de cedros negros, pinos hayuelos y palmas de cera. Y junto a ellos crecerán generaciones de guardianes que, a su sombra, descubrirán la vocación de proteger las montañas de su departamento, mientras aprenden que cuidar la naturaleza también es cuidar el futuro.