Por: Mónica Diago
Un total de 3424 individuos de especies nativas están siendo sembrados en la vereda El Líbano (Putumayo). Este proceso contribuirá con la restauración de áreas de vegetación claves para la existencia del recurso hídrico y generará corredores de conectividad que sumarán a la conservación de la vida silvestre. La construcción de dos viveros comunitarios, también forma parte de esta historia.
El primer paso, y el más importante, para poner en marcha un proceso de siembra que aporte a una mejor condición de un determinado ecosistema o lugar, que beneficie enormemente a una comunidad y, además, que sume a la conservación de los recursos naturales de un país, es la creación de alianzas locales para concertar las áreas, las especies y la cantidad de plántulas a sembrar. Estas tres variables, en muchos casos, terminan siendo formalizadas bajo los llamados acuerdos de conservación.
Estos son -en otras palabras- un mecanismo estratégico que genera compromisos en doble vía: por una parte, el de los habitantes locales que ayudan a sembrar y a cuidar lo sembrado; y, de otro lado, el del Proyecto Vida Silvestre (PVS)*, cuyo conocimiento y estructura operativa le permite suministrar toda la capacitación y los insumos necesarios para sacar adelante una siembra de más de 3000 plántulas de especies nativas.
Para el caso específico de los propietarios de los predios Tres esquinas y El bosque (vereda El Líbano, Putumayo) que firmaron el acuerdo de conservación, ellos buscan la protección y restauración de hábitats que son claves para la subsistencia de animales amenazados como el mono churuco (Lagothrix lagothricha) y el tigrillo (Leopardus tigrinus), al igual que la recuperación de la vegetación asociada al recurso hídrico. Todo esto -importante reiterarlo- previamente concertado con los dueños de las fincas, quienes, a su vez, reciben un conjunto de beneficios, tan importantes como pueden ser la restauración de zonas degradadas, el acceso a bosques de árboles nativos maderables, no maderables, frutales y, en general, a todas las bondades que un bosque restaurado puede proveer a una comunidad.
“Hemos recorrido un buen camino para poder emprender hoy este proyecto -afirma Faver Zambrano, especialista social del PVS para el paisaje Putumayo-. Y añade: después de toda la concientización ambiental que hicimos en años anteriores, las personas que habitan esta vereda comprendieron que, por ejemplo, la restauración es el camino para que vuelvan los animales; que los árboles forman parte de un todo; que juntos -fauna y flora- hacen una red, o, mejor, un corredor; y que la restauración nos puede llegar a garantizar, además, el suministro de agua y de oxígeno. En el momento en que la comunidad interiorizó este mensaje, cambió su forma de ver los árboles”.
Cabe destacar cómo este proceso implica recorrer una senda bastante larga, y en la que, tras lograr el acuerdo de participación con las comunidades, lo que sigue es el traslado de las plantas a los predios donde ellas quedarán ubicadas (esto se hace entre 5 y 10 días antes de la siembra para facilitar su adaptación y para dar un margen de tiempo suficiente que permita realizar las labores de trazado del terreno). “Es oportuno advertir que a estas áreas las aislamos para protegerlas de la ganadería; que las siembras las hacemos teniendo en cuenta las mejores épocas climáticas locales (evitamos temporadas secas o de intensas lluvias); y que nos inspiramos en modelos florísticos específicos donde combinamos especies y definimos las distancias de siembra más adecuadas”, explica Selene Torres, líder en restauración ecológica de WCS Colombia.
Luego, ya al momento de hacer las jornadas de siembra propiamente, el trabajo participativo se torna fundamental. Así lo explica Manuel Amador, propietario del predio El Pedernal y uno de los campesinos involucrados en el proyecto: “estamos comprometidos con esto, porque queremos conservar todas las especies animales que tenemos en nuestro territorio. En mi predio se van a sembrar árboles medicinales y maderables que voy a estar protegiendo, especialmente de las plagas, que es lo más difícil para que ellos puedan crecer”.
Zygia longifolia (chiparo), Inga edulis (guamo), Pourouma cecropiifolia (uva caimarona), borojo, arazá, Cedrelinga cateniformis (achapo), barbasco, Parkia multijuga (guarango), Cedrela odorata (cedro) y Eschweilera sp (fono), son algunas de las especies que se van a sembrar.
Comunidades con nuevas miradas
Ayudar a los habitantes de El Líbano a pensar y percibir los árboles como instrumentos cruciales para la conservación de la vida, y como proveedores que son de muchos servicios necesarios para nuestra subsistencia, ha sido una de las principales tareas del Proyecto Vida Silvestre. “Los habitantes de la región van reconociendo el valor de lo que tienen al frente; que no es solo monte. Son árboles con nombres científicos, que dan una semilla, que garantizan aire y agua; y que todo esto que estamos aprendiendo debemos compartirlo con nuestros hijos para que ellos los cuiden en un futuro”, agrega Faver Zambrano.
Esa nueva mirada que están construyendo estas personas -en específico, los miembros del Colectivo para la Conservación del Mono Churuco y otros Primates (Colmochuruco) y el Colectivo de Pajareo “Gallito de Roca”-, se ha convertido, adicionalmente, en la semilla para la creación de dos viveros comunitarios que serán trabajados mancomunadamente y que se convertirán en espacios de capacitación.
En alianza con la Fundación Sambica, se busca propagar 20.000 plantas en este año. WCS aportará el lineamiento técnico y el acompañamiento durante el proceso. Además, estos viveros permitirán a las comunidades ser protagonistas de la generación de conocimiento colectivo para la difusión de especies nativas, apoyando desde la recolección de semillas y el cuidado mismo del vivero, hasta la posterior plantación de las plántulas en sus territorios. Es una forma de apropiarse de sus espacios y fortalecerse.
Sin embargo, inculcar en las comunidades esta mirada más amplia de lo que significa hacer restauración ecológica, ha tomado buen tiempo. “Ellos hablan mucho, expresan lo que sienten por su territorio, pero les cuesta un poco más la parte técnica, los modelos de siembra, las distancias que hay que manejar entre árbol y árbol, porque antes lo hacían de manera muy empírica. Pero poco a poco hemos podido instaurar en estas personas lo que implica hablar de restauración vegetal, no imponiendo lo que nosotros pensamos, sino haciendo, primero, un diagnóstico para saber cómo perciben ellos este proceso y después integrando las visiones para tener una única mirada”, concluye Faver Zambrano.
Al final, estas siembras, así como la creación de los dos viveros comunitarios, demuestran la conexión que han ido desarrollando los habitantes de El Líbano con los procesos que le devuelven a la Tierra un poco de lo que le hemos sustraído. Ese es el principal compromiso de estas familias que, en un futuro no muy lejano, podrán comprobar cómo estos árboles se convertirán en motores de vida asociados a la protección del agua, a un mejor aire y a la conservación, en general, de la flora y la fauna que dan vida al llamado Pidemonte Andino-Amazónico.
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**El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).