Por: Mónica Diago
Con el fin de determinar las acciones en pro de su conservación y gestión efectiva, un equipo interdisciplinario de WCS realizó un análisis exhaustivo sobre 12 complejos de humedales en esa región. El estudio busca identificar las soluciones a las principales afectaciones de estos ecosistemas y crear una hoja de ruta para implementar estrategias de manejo.
Los humedales son zonas estratégicas para la vida de todos. Entre las muchas funciones que cumplen, cabe destacar su aporte como almacenadores de agua, mitigadores de crecientes y controladores de erosión. Además, depuran el recurso hídrico reteniendo nutrientes, sedimentos y agentes contaminantes.
Aunado a lo anterior, estos ecosistemas ayudan a regular las condiciones climáticas locales y regionales, todo esto sin contar su rol como hábitats claves para la fauna y la flora, y como abastecedores de alimento y de otros servicios ecosistémicos para muchas comunidades locales. Muy importante destacar, también, los beneficios no materiales que aportan estos cuerpos de agua, y entre los que bien vale la pena mencionar los valores estéticos, espirituales y culturales.
Sin importar dónde se encuentren los humedales -ya sea en las ciudades o en los campos-, ellos están rodeados, por lo general, de vegetación o de un bosque que los abriga y los protege. De ahí que su preservación sea preponderante, pues tienen asociadas zonas que también son vitales para el buen transcurrir de los procesos naturales.
Es por eso que un grupo de profesionales, incluyendo biólogos, especialistas en monitoreo, gestores sociales y en Sistemas de Información Geográfica (SIG), se unió para analizar las características de un conjunto de humedales, así como sus problemáticas y las posibles soluciones que pueden mejorar estas afectaciones.
Producto de lo anterior, surgió la Propuesta de lineamientos para el manejo y conservación de los humedales del Magdalena Medio. En palabras de una de sus coautoras, Katherine Arévalo, bióloga de la Fundación Cabildo Verde Sabana de Torres, “es una caja de herramientas que queremos brindarles a quienes están en el territorio para que, entre todos, hagamos un manejo más adecuado de estos lugares llenos de vida”.
Así, lo que se espera es que dichos lineamientos den las pautas generales necesarias que permitan, a los diferentes actores que trabajan en la región, tener un mejor panorama acerca de las amenazas que enfrentan los humedales del Magdalena Medio -específicamente los priorizados-, reconociendo, además, el contexto socio económico de las comunidades aledañas y las soluciones reales a implementar.
Los protagonistas
Los nombres de los humedales que hacen las veces de epicentro en este informe, son: Barbacoas y Ciénaga Grande, Complejo Carare–San Juan, Chucurí, Juan Esteban, La Grande de Lebrija, Llanito, Opón, Peuétano, Pita Limón, San Silvestre, Totumo y Yarirí Montecristo.
Ha sido un trabajo intensivo y unificador. Así lo confirma Leonor Valenzuela, Coordinadora de Análisis y Síntesis de WCS: “esbozar estos lineamientos es importante, porque nos permite tener a todos los actores en un mismo punto de partida, gracias a un lenguaje común y a una hoja de ruta sencilla que confiamos resulte en una implementación de acciones más dirigidas y enfocadas en las problemáticas y contextos del área”.
Al hablar de las principales afectaciones de los humedales en el Magdalena Medio, es obligatorio mencionar la sedimentación, el taponamiento, la alteración de los regímenes hídricos y la contaminación, factores todos que surgen de actividades y prácticas no sostenibles asociadas a la ganadería, la agroindustria y el turismo no regulado, al igual que un mal manejo de los residuos sólidos y vertimientos.
Debemos recordar, además, que los humedales del Magdalena Medio son hábitats en los que confluyen algunas de las llamadas especies paisaje, que son aquellas en las que su conservación beneficia a otras. “Estamos en un país complejo. Por eso, nuestro reto de conservación es ver cómo interactuamos, de manera integrada, con todas las especies y los ecosistemas, dinámica que no es la excepción en el caso de los humedales”, explica Katherine.
Aunque los complejos cenagosos analizados comparten características, también presentan grandes diferencias. Por eso el trabajo del equipo consistió en revisar qué tanto impacto tenían las amenazas que se identificaron, para después esclarecer los lineamientos y concretar las actividades que podrían disminuir las afectaciones a estos ecosistemas. Siempre teniendo en cuenta elementos de educación, concientización y el trabajo mancomunado con organizaciones gremiales, como palmeros y ganaderos.
Los humedales y las comunidades
Poco a poco, aquellos que viven cerca de los humedales del Magdalena Medio han empezado a tomar conciencia sobre la importancia de su protección. Se trata de comunidades anfibias (viven entre la tierra y el agua) que, paulatinamente, y debido a la degradación de su entorno ambiental, han venido siendo más conscientes de su cuidado.
“Ellos ya reconocen que el territorio no es infinito, y que no se va a recuperar por si solo. En esto, la voz de las personas mayores pesa mucho, pues su amplia historia de vida ha evidenciado la problemática de manera más clara y contundente, en especial en lo que tiene que ver con la disminución del recurso pesquero. Cuando el sustento con el que mantienen sus hogares va desapareciendo, entonces empiezan a encender las alarmas”, cuenta Katherine.
Ahora, con el documento en la mano, “el siguiente paso que debemos dar es comunicar las soluciones”. Así lo confirma Ernesto Ome, especialista en alternativas productivas de WCS: “con las comunidades, la idea es buscar espacios de gestión dentro del Proyecto Vida Silvestre (PVS)*. Entender, por ejemplo, las afectaciones sufridas y la relación con las especies y los habitantes”.
Muchos pescadores de las regiones aledañas a estos centros de biodiversidad han entendido que mantener los humedales sanos les permite conservar esa vida dentro de ellos y, al mismo tiempo, garantizar su sustento. Un ejemplo de lo anterior es el de Oscar Caro, pescador y habitante del corregimiento de San Rafael de Chucurí, en Santander. “Nos han sembrado conciencia y esto es lo más importante, porque los humedales cumplen muchas funciones que son necesarias para que nosotros podamos seguir trabajando y seguir comiendo. No queremos contribuir al deterioro de ellos. Por el contrario: queremos capacitarnos más en la búsqueda de su bienestar”, confirma Oscar.
Como él, hay muchos otros miembros de varias comunidades rurales asentadas en el Magdalena Medio que se han venido involucrando, paso a paso, en estos procesos de conservación. El panorama incluye, por ejemplo, asociaciones de pescadores que ya han implementando acuerdos de buenas prácticas pesqueras, condición que contribuye, de manera significativa, con la recuperación de las ciénagas y de especies silvestres tan importantes como el bagre rayado, el manatí y la tortuga del Magdalena.
En esa misma línea, también se están haciendo esfuerzos por lograr implementar mejores prácticas ganaderas que, acompañadas de acuerdos de conservación, impulsen procesos de restauración vegetal asociados a quebradas que alimentan estos complejos cenagosos. Sin embargo, faltan algunas acciones que se esbozan en el documento e involucran a otras comunidades.
En tal sentido, el manuscrito propone un trabajo de manera articulada con todos los actores, para así construir en conjunto. De ahí que las últimas páginas del texto expresen una hoja de ruta que permite a los implementadores pasar, para cada una de las ciénagas donde se vaya a trabajar, del contexto general al contexto específico.
“Esta hoja de ruta, que tuvo en cuenta los protocolos y manuales sugeridos (nacionales e internacionales) como los de la Convención Ramsar, incluye, además, los elementos necesarios para la caracterización de los humedales, el desarrollo de la estructuración de un plan de manejo y la elaboración de un programa de monitoreo,. Todo esto para lograr que cada humedal sea evaluado de manera específica, contemplando los aspectos que garanticen su sana condición y el bienestar de las comunidades humanas aledañas”, concluye María del Pilar Aguirre, coautora del documento y bióloga de WCS.
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**El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).