Por: Mónica Diago
No es posible trabajar en la protección de nuestros ecosistemas sin fortalecer el tejido social de quienes viven en los territorios. Los beneficios que se generan gracias a la unión de las mujeres que habitan los paisajes del PVS son visibles y, sobre todo, fructíferos.
“Me siento muy orgullosa de mi, de mis hijos y también de mi esposo, porque la llegada a Asomucare (Asociación de Mujeres Emprendedoras de Bocas del Carare) fue un proceso complejo en el que necesitaba la compañía y la comprensión de toda mi familia, y, aunque no fue fácil, lo conseguimos”. Estas palabras son de Deyanira Fuentes, quien convirtió el diálogo en su gran aliado para lograr explicar a sus cinco hijos, y, especialmente, a su esposo, la importancia de vincularse a un grupo en el que ella pudiera explotar habilidades que había tenido guardadas durante mucho tiempo.
Antes de convertirse en la fiscal de Asomucare, Deyanira dedicaba sus días, principalmente, a las labores domésticas. Organizaba la casa, preparaba el desayuno, el almuerzo, la comida, recibía con esmero a su pareja después de las largas jornadas de pesca, le ayudaba a quitarse los zapatos, extendía su ropa en el sol para que rápidamente se secara; velaba por el bienestar de toda su familia. Y aunque lo hacía con amor genuino, Deyanira quería, además, emplear su tiempo en otras actividades. En sus propias palabras, “quería un nuevo aire”.
Y fue hace cinco años, gracias a la intervención de WCS y del Proyecto Vida Silvestre (PVS)*, que se creó la asociación que hoy cuenta con 9 mujeres. Deyanira no dejaba de asistir a ninguna de las reuniones que se programaban, era la primera en sentarse en el lugar. Para ella, al igual que para sus compañeras, fue una sorpresa conocer todo lo que tenían a su alrededor y, específicamente, todo lo que podían conseguir si trabajaban juntas por un mismo objetivo. Hoy es, además de la fiscal, una consagrada panadera y artesana que produce desde galletas hasta máscaras para el famoso Festival del Choibo, cita que se celebra cada año en el centro poblado Bocas del Carare (Santander).
“Asomucare es mi segundo hogar, el lugar donde trabajo, comparto con mis amigas y además demuestro que unidas somos más influyentes, al tiempo que nos esforzamos por la conservación de nuestro territorio. Y lo más lindo es que ahora mi esposo es el hombre perfecto, porque no solo me entendió y me acompañó en este camino de transformación, sino que se comprometió con las labores de la casa, de la familia; ahora nos repartimos todas las funciones, el cuidado de los niños, la cocina; somos un verdadero equipo”, explica Deyanira.
María Antonia Espitia, coordinadora regional del PVS para el Magdalena Medio, no solo ha sido clave en este proceso de empoderamiento de las mujeres en Bocas del Carare, sino, además, en la Ciénaga de Chucurí y en la ribera del San Juan, donde también hay agrupaciones trabajando por un mismo objetivo y en el que la conservación de la biodiversidad y de los ecosistemas es el pilar de la cotidianidad. Su labor ha incluido la facilitación de espacios de diálogo en los que brinda herramientas para mejorar la comunicación en el interior de las familias, a tal punto que ha estado realizando acompañamientos casi personalizados, a muchos hogares, para lograr la empatía con estas nuevas funciones que cumplen las mujeres fuera de la casa.
“Hemos trabajado técnicas de diálogo, talleres con los esposos, todo lo necesario para explicar que la familia es una empresa donde cada uno debe aportar y donde hay que darles nuevas oportunidades a las mujeres. En últimas, de lo que se trata es de hacer evidente que las mujeres, además de toda la labor que realizan a cargo de un hogar, también pueden proveer sustento económico, pero, sobre todo, desenvolverse en otras funciones que no estén ligadas, necesariamente, al cuidado de la casa”, comenta María Antonia.
Otros ejemplos
La semilla de unión de las mujeres también se ha implantado en otros lugares donde el PVS hace presencia. Tal es el caso de Colmochuruco, colectivo ubicado en la vereda el Líbano (Orito, Putumayo), y cuya principal razón de ser es propender por la conservación del mono churuco y otros primates que habitan en el piedemonte andino amazónico. Allí, un grupo de 17 mujeres se enfoca en aprender sobre la conservación de estos animales y, además, en buscar espacios para dialogar, desde la perspectiva femenina, sobre equidad de género y gobernanza territorial. Incluso, dentro de Colmochuruco también está el colectivo de mujeres para la transformación de la panela “Dulces de mi Líbano”, quienes convierten este producto en diferentes alimentos, lo que les permite generar más ingresos.
Irlanda Acosta es una de las mujeres miembro del colectivo Colmochuruco. En un pasado no muy lejano, ella dedicaba sus días, principalmente, a la agricultura y al cuidado de la casa, pero desde que se agrupó con varias de sus vecinas su cotidianidad ha cambiado, al igual que su forma de pensar, e incluso su forma de relacionarse con las demás. Según ella, esto le ha traído nuevas amistades: “antes era muy indecisa y muy tímida, ahora me siento más empoderada, más positiva y, además, sé que puedo hacer todo lo que me propongo”, comenta Irlanda.
Mucho más al norte, lejos de esas biodiversas tierras putumayenses, están las calurosas sabanas de Cravo Norte, Arauca. Allí, las mujeres que habitan en la Vereda Santa María de la Virgen, a orillas del río Meta, también se han unido en pro de la conservación. Ellas han firmado acuerdos para realizar actividades de monitoreo de la tortuga charapa, han sido madres adoptivas de las mismas y han apoyado la construcción del festival de la tortuga durante los últimos años. Sin duda, un esfuerzo que ha traído enormes frutos gracias a la unión y al trabajo en equipo.
A tan valioso empoderamiento femenino también se suma el del grupo de amigos de la Ciénaga de Chucurí, en Santander, siendo Matilde Toro una de las mujeres que lo protagoniza. Hace 39 años, ella migró a esa región. Venía de Medellín y -como lo dice en sus propias palabras- “tuve que aprender a ser campesina”. Entendió lo que significa plantar, cosechar, cuidar ganado y defenderse de los búfalos que causaban un gran impacto en la ciénaga. Ingresó de forma voluntaria a ese grupo de amigos y hoy profesa un gran compromiso con la protección de su territorio: “aprendimos a querer lo que hacemos. Somos unos bendecidos por vivir en el campo, y gracias al PVS hemos entendido que se puede obtener un sustento de vida sin destruir la naturaleza”, cuenta Matilde quien, además, produce en su finca un sabroso licor artesanal de toronja.
Este grupo, al que pertenecen 7 mujeres y 5 hombres, actúa como una gran familia en la que, además de preservar el lugar que habitan, participan mancomunadamente en actividades productivas que benefician a todos. Viven de la pesca del bagre rayado, de la agricultura y de diferentes trabajos en las empresas palmeras.
A esta amplia lista de colectivos también debemos sumar la Asociación de pescadores de Bocas del Carare, en Puerto Parra, Santander. Aunque la pesca se ha considerado, tradicionalmente, como una labor masculina, las integrantes de este conjunto -ocho en total- han logrado articularse a las tareas de la asociación y ser modelo para muchas otras. Un ejemplo de ello es Luz Marina Rodríguez, quien lleva 28 años viviendo en esa región.
Luz Marina es vicepresidenta de la agremiación y confirma que el papel de la mujer en este tipo de espacios es vital para la protección de la fauna y la flora. “Si no protegemos nuestros ecosistemas, nos vamos a quedar sin nada para pescar. Por eso, tenemos que transmitir ese mensaje con urgencia, y siento que las mujeres podemos hacerlo porque somos más cuidadosas, más detallistas, estamos observando con detenimiento nuestro territorio y reconocemos con mayor facilidad que si lo cuidamos, nuestros peces estarán bien”, cuenta.
Algunas familias de la rivera del San Juan, en Cimitarra, Santander, también se han agrupado. En su mayoría se han dedicado a la ganadería, y las 5 mujeres que pertenecen a este grupo han hecho un aporte fundamental para que los animales convivan de una forma más sana con los ecosistemas silvestres adyacentes. Este trabajo ha evidenciado sus frutos. “Es muy bello escucharlas sorprendidas porque, gracias a su labor, a los bancos de forraje, a las cercas vivas y a las siembras que han implementado, están viendo regresar a sus predios primates amenazados como la marimonda del Magdalena. Y esto es algo que las motiva”, confiesa María Antonia Espitia.
Finalmente, está la Organización Comunitaria Guardianes del Manatí, cuyo accionar está enfocado en el complejo cenagoso Carare San Juana. Se trata, en pocas palabras, de un proyecto que busca la conservación de este mamífero, y en el que 6 mujeres son quienes se encargan, por lo general, de hacer la educación ambiental. Ellas visibilizan los problemas asociados a la caza del animal, protegen los ríos por los que transitan, avisan a las autoridades si hay algún manatí encallado, herido o enfermo. “Antes de que llegáramos a la zona, las mujeres no se interesaban por la conservación, no tenían tanta sensibilidad por el tema. Hoy, en cambio, son súper visibles, participativas y muy comunicativas”, finaliza María Antonia.
Son diversas las habilidades que han desarrollado las mujeres en los tres paisajes donde trabaja el PVS: Llanos Orientales, Magdalena medio y Putumayo, espacios en los que la sensibilización es la columna vertebral de sus acciones. En manos de ellas, muchas veces, ha estado el proceso de sembrar conciencia en todos los que las rodean y seguir expandiendo la importancia de proteger cada rincón que habitan para preservar el futuro de sus familias. Con las complejidades que acarrea cada punto geográfico que residen, ellas las mujeres se han convertido en una voz fuerte y, sobre todo, comprometida con la salud de sus entornos, que, en últimas, también significa bienestar para todos nosotros.
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**El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, el Fondo Acción y WCS, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes de Colombia: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el Piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).