Por: Germán Bernal
En 1994, un grupo de mujeres estudiantes de bachillerato llegó hasta la finca Villa María, en Roncesvalles, Tolima. Llevaban consigo 15 colinos de algunos árboles para sembrar. Hacían labor social y para entonces la cuestión ambiental ya era un asunto que preocupaba a las instituciones en esta región, cuyas montañas son reconocidas por su riqueza natural. “Me pidieron el favor de sembrar esos árboles, y a las mujeres no se les puede decir que no”, recuerda hoy Luis Felipe. “Yo acepté, no por principios, ni porque estuviera convencido, sino por respeto a las niñas”, concluye.
Hasta entonces, Luis Felipe no había tenido un interés significativo por los asuntos ambientales. Pero dos años después, esos quince árboles sembrados como un favor a las jóvenes adolescentes le brindaron una lección: alcanzaron los dos metros de altura y daban sombra. “Empecé a ver su bondad, a evidenciar lo que ellos le transmitían a la pradera”. Pudo constatar las diferencias entre los potreros con sombra y los que no la tenían.
La anécdota, que es en sí la historia de un acto de caballerosidad, constituyó para este roncesvalluno el comienzo de una vida dedicada al cuidado del medio ambiente. La visita de las estudiantes y el posterior efecto de los árboles que habían sembrado, lo llevaron a cambiar el manejo que le estaba dando a su finca. Villa María le había sido entregada meses atrás por medio del Incora (Instituto Colombiano de Reforma Agraria), que entonces era una entidad estatal encargada de promover el desarrollo productivo y el acceso a la propiedad rural. Los colinos sembrados ahora daban más que sombra.
Una finca de dos pisos
Todo estaba por hacerse. Villa María era un potrero sin casa ni cercas. Luis Felipe Barragán estaba casado con Lucila Lozano desde 1978 y la familia entera, su esposa y sus tres hijos –dos hombres y una mujer que hoy tienen 42, 39 y 31 años, respectivamente– se dedicaron al mejoramiento del predio. “Todos estábamos cultivando las papas, sembrando curubas y tomates y organizando el terreno; mis hijos combinaban sus estudios con el trabajo del campo. Uno de ellos se fue para el conservatorio de música y cuando venía de vacaciones agarrábamos también la herramienta para trabajar la finca”.
Y mientras andaban en esas llegaron las jóvenes estudiantes con los colinos. Con el tiempo, no sólo los árboles crecieron mermando así la exposición solar sobre las pasturas; además, el ganado podía alimentarse de sus hojas. “Entonces comencé a enamorarme de ese proceso y pensé que no solo debía tener los árboles del compromiso con las niñas, sino sembrar más y dejarles a mis hijos una finca de dos pisos”, relata Luis Felipe.
¿En qué consiste su propuesta de una finca de dos pisos? Básicamente, en crear una serie de cercas vivas que brindaran sombra, pero que además proporcionaran una opción de alimento al ganado, de manera que pudiera pastar y también ramonear. Luis Felipe ahonda en su idea con una operación matemática sencilla: “Lo que hago es multiplicar; ya no tengo una parcela, sino que tengo dos fincas: el ganado come aquí por debajo y luego se levanta y come por encima; arriba, entonces, encuentra otra finca”.
Para él, estas actividades, que en el argot ganadero contemporáneo aportan a lo que se conoce como sistema silvopastoril, buscaba, además de los réditos productivos, que la siembra de estos árboles aportara en términos ecosistémicos y de protección ambiental. “Yo sembraba árboles cada 6 metros; cuando ellos crecen, se les hace manejo. Algunos se mueren por sí mismos, otros hay que retirarlos para que no se pueble demasiado la montaña. Esto nos ha ayudado a soportar sequías de 3 o 4 meses. De hecho, mientras en otras fincas los pastos estaban totalmente muertos, aquí no. Los vecinos venían a preguntarnos, ¿qué es lo que hacen?”
Producir responsablemente
Villa María es un terreno de 23 hectáreas al borde de una región paramuna de la Cordillera Central, en el sur del Tolima. En esa finca, la familia Barragán Lozano ha logrado preservar 10 hectáreas de bosque altoandino, mientras que las 13 restantes se han destinado a diversas actividades agropecuarias. En la actualidad, el 90 % del área productiva de la finca está enfocada en la ganadería sostenible y el 10 % restante al cultivo de tomate de árbol y a una huerta casera que provee habas, acelgas, cilantro, arracachas, cebollas y zanahorias para el consumo doméstico.
En otros tiempos, sendos cultivos de curuba y papa crecieron en sus laderas. Pero poco a poco, Luis Felipe concentró sus esfuerzos en la ganadería. Hoy está convencido de la importancia y las bondades de la conservación, que beneficia no solo a su propia tierra, sino al ecosistema del que forma parte. Por eso ha tomado decisiones que a los ojos de otros resultan polémicas. “Dejamos de cultivar papa, porque después del cultivo los potreros quedaban arruinados y el pasto ya no respondía. El uso del tractor, así como de los químicos, acababan con los suelos; pero la gente pensaba: ‘en lugar de estar quitando el rastrojo, están es sembrado árboles en los potreros, se enloqueció don Felipe’”.
El mundo entero está preocupado por el calentamiento global, incluido Luis Felipe que, a sus 74 años, considera que es muy poco lo que se está haciendo frente a la degradación del planeta. “Se necesita mucho, porque la velocidad nos está ganando”, reflexiona en voz alta y con tono mesurado. Una idea, una afirmación, da paso a una pausa, para luego expresarla de manera más amplia. En ese mismo tono anuncia una de sus ideas más ambiciosas:
“En unos diez años, yo me imagino la finca sin ganado y con un par de ancianos cuidando que no le hagan daño al medio ambiente. Yo espero que en medio de la necesidad que el mundo tiene de ecosistemas sanos, un día nos digan a los que estamos viejos: ‘don Luis Felipe, ¿a usted cuánto le produce la finca mensual?’ Y yo diga: 50 pesos, y me digan: ‘le vamos a compensar 50 pesos y usted solamente la va a cuidar’”.
Como muchos otros campesinos en esta región, Luis Felipe participó en diferentes proyectos agrarios con enfoque ambiental. En ellos, Villa María comenzó a ser reconocida como una finca ejemplar y su dueño como el gran adalid de ese logro. Y así, de un día para otro, llegó el proyecto Río Saldaña – Una Cuenca de Vida*, que motivó a Luis Felipe a firmar un acuerdo de conservación, y gracias al cual –entre muchos otros aspectos– aceptó construir un vivero para la propagación de especies nativas que ya se está implementando y que forma parte de la estrategia de restauración ecológica de dicha iniciativa.
Junto a su preocupación constante por el medio ambiente y su idea de convertirse en un guardabosques, a Luis Felipe lo acompaña otro pensamiento. “¿Quiénes asumirán el rol de poner a producir el campo y cuidar la naturaleza? Me preocupa que el campo se envejeció” –sentencia–. Y añade: “Yo tengo tres hijos y todos estudiaron y se fueron. Ya les pregunté si el día que yo falte ellos se van a posesionar para seguir conservando y dándole vida al planeta. Me dijeron que no, porque cada uno tiene ya su vida. Ahora, ese es mi gran desvelo”.
*Río Saldaña – Una cuenca de Vida es una alianza público-privada entre Fundación Grupo Argos, Concretos Argos, Parques Nacionales Naturales de Colombia, Cortolima y WCS.