Por Javier Silva
Desde Roncesvalles (Tolima), este hombre apoyó al ‘Proyecto de Restauración Ecológica en la Región Andina’, liderado por WCS y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, con la siembra voluntaria de árboles nativos. Además, permitió que se adecuara en su finca una zona para que las plantas cumplieran su última etapa de crecimiento (rusificación), antes de llevarse a su sitio final de siembra. En este sector de la cuenca del río Saldaña se plantaron 10 mil árboles, que están recuperando zonas de bosques y de recarga hídrica degradadas por la agricultura y la ganadería.
Luis Casallas tiene la mirada puesta en algunas palmas de cera que se levantan a lo lejos. Describe su posible ubicación en la cordillera Central, sin olvidar que muy cerca de allí, desde ese punto indeterminado donde puede tener una rayita de señal y lograr un enlace telefónico con el resto del mundo, corre sin pausa el río Perrillo, que va a caer sin remedio en el Cucuana.
Habla con decisión para tratar de dibujar, con sus propias palabras, ese paraje que es su hogar, ubicado en el corazón de la vereda El Coco, en Roncesvalles (Tolima), su pueblo natal.
Reconoce que hay algunos sitios transformados en potreros. Pero eso no le impide celebrar que, en esencia, es un lugar hermoso, verde, fresco, donde es tanta la limpieza del aire que por eso, tal vez, los años se acumulan sin hacer tanto daño. Porque él ya va a cumplir 60, pero la gente no le cree.
—No me creen porque en realidad me veo de 50— confiesa entre risas.
José Saramago, escritor portugués y premio Nobel de Literatura, decía que los hombres envejecen cuando pierden la curiosidad y abandonan todas las ganas de saber, de aprender, de querer llegar al final de un gran propósito soñado.
Según esta premisa, Luis vendría siendo apenas un niño al que hoy resguarda el cuerpo de un hombre adulto, porque le sobran planes, entre ellos, cuidar y reparar la naturaleza que rodea su pequeño universo, ‘La Julia’, su finca, situada en el corazón de “Ronces”, la forma como él nombra con cariño a su terruño.
Líder de un gran proyecto de restauración
Precisamente, y motivado por esa firme convicción de ayudar a preservar sin pausa y sin plazos, Luis se transformó, en los últimos meses, en un líder local que, de manera decidida, impulsó la propagación, la siembra y el cuidado de árboles, todo con la obstinada intención de aportar a la recuperación de varios relictos de bosque degradados por la deforestación y las actividades agrícolas y pecuarias (ganadería), y que están ubicados en un sector de la gran Cuenca del río Saldaña —donde se localiza Roncesvalles—.
Todo lo anterior, siendo partícipe y apoyando al Proyecto de Restauración Ecológica en la Región Andina, iniciativa financiada por el Fondo Colombia en Paz y liderada por WCS Colombia con el apoyo del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el cual se ha desarrollado también en sectores del resguardo Cañamomo Lomaprieta, en Caldas, y en escenarios del Valle del Cauca. Para este último departamento, los sitios elegidos donde se realizaron las siembras fueron denominados, técnicamente, como ‘núcleos’, y bautizados ‘Dagua’, ‘Cali-Pance’ y ‘Yotoco’.
En total, y en todas estas áreas —sumando la cuenca del río Saldaña donde está el terreno de Luis y, a su vez, la subcuenca del río Cucuana—, se sembraron 118 mil árboles entre comienzos del 2022 y julio del 2023, lapso que representó la vigencia total del proyecto.
Mucho tiempo viviendo en otro hábitat
La pasión de Luis Casallas por las plantas y el cuidado ambiental surgió, trata de explicarlo, cuando era un niño y se dedicó al campo por obligación.
—No conocí a mis padres y entonces crecí con mis abuelos. Y creo que, a pesar de la pobreza, tuve la fortuna y la libertad para corretear y explorar. Nunca fui a estudiar, entonces me dediqué a cuidar de ellos y, de paso, a cultivar papa, zanahoria, arveja, maíz; hasta que ambos murieron y me quedé solo—, recuerda.
Tenía 20 años. Y aunque los cultivos y la agricultura eran lo suyo, viajó a Bogotá a buscar otros caminos, otras opciones para ganarse la vida. La idea era quedarse unos meses, pero terminó viviendo 32 años en la capital.
Comenzó empleándose en una fábrica, donde molía un algodón que usaban para hacer colchones. Trabajó como cotero (persona que carga bultos en Corabastos, la principal central de alimentos de la ciudad). Y luego abrió una carnicería, una panadería, una cantina y finalmente una tienda, que mudó por diferentes barrios y que incluso instaló en la localidad de Bosa, así como en Soacha (Cundinamarca).
—Pasé mucho tiempo soportando un ‘hábitat’ que no era el mío. Vivía en medio de mucho estrés y en un ambiente muy hostil, negándome la vida apacible que siempre había querido tener—, comenta.
Su esposa murió y, al quedar nuevamente solo, decidió regresar a su tierra. Entonces, para ese momento, alquiló ‘La Julia’, predio del que se sostiene hoy ordeñando algunas vacas y trabajando en fincas vecinas para reforzar sus ingresos.
Fue el año pasado cuando se integró al Proyecto de Restauración Ecológica en la Región Andina, motivado porque, dice, sus profesionales y las personas que llegaron a la región siempre hablaron con la comunidad y explicaron claramente lo que buscaban.
Entonces, sin esperar pago o retribución económica, permitió que los biólogos que lideraban la propagación vegetal usaran y adecuaran dos viveros de su propiedad, para que las plantas lograran lo que se conoce como rusticidad, es decir, la etapa en la que ellas, aún juveniles, adquieren resistencia durante uno o dos meses para sobrevivir en la zona en la que serán sembradas o trasplantadas definitivamente.
—Quise ayudar, porque los árboles no son para mí, son para la región. Hay mucha gente que aún no está mentalizada para cuidar lo poquito que nos queda—, explica.
Un legado sostenido en el tiempo
Mientras tanto, y de forma paralela a su apoyo con los viveros, Luis alcanzó a sembrar, según explica, unos 500 árboles alrededor de su predio, principalmente en puntos cercanos a los nacimientos de agua y en zonas propensas a deslizamientos.
Él es un gomoso de las especies nativas. Por eso prefirió plantar cedros (Cedrela odorata), robles (Quercus humboldtii), carisecos (Billia rosea) y capotes (Machaerium capote). Gran parte de este trabajo lo hizo sin recibir un salario o un jornal fijo.
Los árboles propagados para esta región tolimense nacieron en un vivero conocido como Villa María, también situado en la vereda El Coco. Se distribuyeron, además de ‘La Julia’, en otros siete predios que están ubicados en tres veredas más de Roncesvalles, llamadas Bruselas, Yerbabuena y San Marcos.
Todos los dueños de esas tierras—conocidas como El Puerto, Altamira, Berlín, El Sinaí, Bellavista, La Holanda y Las Hondas— habían firmado acuerdos de conservación, con los que destinaron una parte de sus tierras a la preservación. Y en cada una, se trató de que las siembras persiguieran un objetivo: el establecimiento de bancos de forraje, de sistemas silvopastoriles, la ampliación de bordes de bosque y también de bosques ripiaros (que están en medio de reservas hídricas como humedales o lagos) o la recuperación de potreros abandonados.
En total, el Proyecto de Restauración Ecológica en la Región Andina sembró 10 mil plantas en esos parajes del Tolima.
—Es irónico, pero en todo este tiempo pude comprobar que el reto, más allá de reproducir la planta, es que, al sembrarla transformada en un árbol, se adapte a un lugar difícil, a esas zonas afectadas por el pisoteo del ganado o la tala, y donde su presencia es necesaria para que nos ayude a recuperar lo que hemos dañado— opina Luis.
Pero él no se conforma. Porque, a pesar de que el trabajo en la zona ya terminó, ahora es un vigilante de algunas de esas plantaciones, que de vez en cuando requieren un mantenimiento y deben abonarse o podarse. Y mientras desarrolla esa labor, confiesa que todos los días se levanta pensando en qué hará de nuevo para seguir aportando.
Y es fácil saberlo, porque al escucharlo, pareciera estar dictando una larga lista de mandamientos. Por ejemplo: de las 23 hectáreas de su finca, ha dejado 10 para la preservación, es decir, jamás las toca. No tiene gatos para que no se coman las aves. Ni de casualidad piensa en cazar algún animal, y solo pesca truchas para su consumo y el de su segunda esposa.
Jamás hace una quema, y no entiende la razón por la que algunos de sus vecinos las siguen usando para preparar la tierra. Vive pendiente de los animales silvestres, como si estuviera haciendo un censo de la fauna local. Un día, vio a un oso, también a un venado y se topó además con un ocelote —un felino de tamaño mediano—.
Luis parece no tener límites. Y si volvemos a nombrar aquella tesis de Saramago, según la cual la vejez no es más que un déficit de curiosidad y de metas que motiven el intelecto, incluso ella, con su senilidad, no parece todavía lista para atraparlo. Además, porque cada árbol, sembrado con su entusiasmo, está vivo y creciendo, para prolongar su legado.