Por Javier Silva
Los mamíferos colonizaron una parte del colegio de bachillerato Sede San Pablo, del corregimiento de Villa Claret, en Pueblo Rico (Risaralda), espacio que ahora forma parte del área protegida La Cuchilla del San Juan, recién ampliada a 29 mil 650 hectáreas, para resguardar una enorme biodiversidad que se extiende, además, a las poblaciones de Mistrató, Apía y Belén de Umbría. En lugar de exterminarlos, biólogos y habitantes de la región se unieron para reubicarlos y, de paso, salvaron al centro educativo de su cierre definitivo. Los jóvenes, de nuevo en sus clases, son ahora los principales guardianes de esos excepcionales seres voladores.
Hace unos tres años, una colonia de murciélagos, tal vez buscando comodidad y máxima tranquilidad, se fue a vivir a los techos de una construcción que estaba deshabitada en medio de las montañas de Villa Claret, un centro poblado o corregimiento del municipio de Pueblo Rico, en Risaralda.
Los mamíferos notaron que el lugar era resistente, con sitios suficientemente oscuros y sobradamente calurosos, y se instalaron indefinidamente, decididos y diligentes, entre los recovecos del tejado de esa casa gigante.
Lo mejor fue que poco a poco se dieron cuenta de que en el sitio podían descansar durante todo el día, sin tener que resolver amenazas o preparar estrategias para escapar de sus depredadores, como halcones y búhos. Y detectaron algo más descrestante —según ellos, claro—: cuando el sol comenzaba a desaparecer y la oscuridad se apoderaba de todo, bastaba con enderezar el cuerpo, estirar poco a poco las membranas de sus alas y hacer unas cuantas maniobras para descubrir que ‘el hospedaje’ estaba muy cerca de áreas cultivadas y bosques, donde podían comer suficientes arañas, gusanos o insectos como los ciempiés, así como sus favoritos: los zancudos.
No había muchas afugias a la vista. Los ejemplares adultos reposaban casi todo el tiempo y cuidaban a sus hijos. Y los más jóvenes jugaban a ir de un lugar a otro, a volar sin dirección ni control alrededor de esas paredes sin dueño aparente. Estaban tranquilos, porque inspiraban miedo: y es que eran, mal contados, unos mil.
Era un colegio abandonado
Pero la paz que en algún momento intuyeron iba a ser definitiva, se truncó un día del año 2021, cuando un grupo de jóvenes quiso volver a ocupar la edificación, que era en realidad la sede del colegio Bienestar Rural Sede San Pablo, donde cursaban los primeros años de su bachillerato agrícola, enfocado al cultivo de café, caña y plátano. Y comprobaron que los mamíferos voladores se la pasaban “allá arriba”, entre las tejas de Eternit, reposando durante el pleno sol y gozando de un letargo y una modorra general.
Los estudiantes, con la expectativa de reencontrarse en sus clases, entendieron muy rápidamente lo que había ocurrido: los murciélagos ocuparon parte de sus aulas desvalidas, aprovechando que, desde marzo del 2020, y durante más de un año, las clases habían sido suspendidas para controlar los contagios producidos por la enfermedad del coronavirus o Covid 19, que paralizó las actividades presenciales de la región y del resto del planeta.
Los salones olían muy mal. Los pisos estaban cubiertos por la orina y por los excrementos que ellos habían arrojado durante meses desde su escondite. Y todos esos desperdicios se habían transformado en un residuo muy rico en nitrógeno, fósforo y potasio conocido como ‘guano’, el cual puede ser colonizado por un hongo que, al ser inhalado, es capaz de transmitir enfermedades como la histoplasmosis. En esos residuos también podían vivir bacterias, que suelen causar infecciones como la leptospirosis.
A partir de ese momento, en Villa Claret hubo preocupación. Las autoridades educativas —principalmente la Secretaría de Educación municipal— optaron por cerrar indefinidamente el colegio. Y, por eso, la formación académica de los niños quedó a la deriva.
Hubo algunas personas que, en medio del afán y la preocupación, propusieron una solución pronta para reabrir las aulas: exterminar a los animales, según ellos, en pocos días. “Porque al fin y al cabo estos bichos no merecen vivir, son unos ‘vampiros’ muy peligrosos que chupan la sangre humana”, se escuchó decir entre hombres muy valientes, pero poco informados.
Por una biodiversidad sostenible
Muchos desconocían que una parte de la zona rural de Villa Claret y su cabecera municipal, Pueblo Rico, iban a ser incluidos en un proceso de ampliación de un área protegida.
Es decir: en Risaralda, en el año 2011, había sido creado La Cuchilla del San Juan, un Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) de 11 mil hectáreas. Pero, en ese momento y en plena crisis educativa, se buscaba la incorporación de otras 18 mil a ese mismo DRMI — con las que sumaría 29 mil 650 hectáreas para la conservación—, que iban a cobijar un sector de Pueblo Rico, así como de otros municipios como Apía, Belén de Umbría y Mistrató.
—Había mucha desinformación y las posiciones de los habitantes de Villa Claret no eran las más optimistas. En una de las reuniones que tuvimos con ellos, nos leyeron un manifiesto campesino que incluía algunas opiniones sobre la falta de atención de las instituciones públicas hacia la población— explica Manuel Rodríguez, líder de Áreas de Conservación de WCS Colombia y quien participó directamente en este proceso.
Manuel agrega que en ese momento surgió una buena oportunidad para que las entidades que estaban impulsando esa ampliación para lograr un manejo más responsable de la fauna y la flora —entre las que figuraban la Corporación Autónoma Regional de Risaralda (CARDER), la Federación Comunitaria para el Ordenamiento y Manejo de las Áreas Protegidas de Risaralda (Fecomar) y Wildlife Conservation Society (WCS Colombia)— apoyaran a las personas y sus necesidades, asumieran el manejo de los murciélagos y se intentara hacer un cambio en la mirada pesimista de los pobladores sobre las especies y el futuro.
Fue entonces cuando el colegio fue retomado, pintado, aseado y rehabilitado, incluyendo techos, baños y conexiones eléctricas, un trabajo en el que el aporte de la gente fue decisivo.
Y mientras tanto, los murciélagos, que estaban a punto de huir para rehacer sus vidas en otro lugar, recibieron ‘una oferta’ —algo así como una alternativa—, porque los pobladores aceptaron que siguieran viviendo en la zona, pero en al menos 10 hogares artificiales, cada uno con capacidad para 200 de ellos, muy parecidos a unas cajas de madera que se instalaron muy cerca del colegio, debajo de algunos árboles o entre cultivos de pancoger, todos capaces de simular adecuadamente el sitio donde suelen reposar. Poco a poco, y tras comprobar que allí también había comodidad y oscuridad suficientes, unos cien aceptaron la reubicación y adoptaron esos albergues como propios.
El traslado no fue expedito o espontáneo. Manuel Rodríguez explica que en algún momento tuvieron que capturar a los murciélagos manualmente y llevarlos hasta los nuevos albergues.
Había que tener en cuenta que ellos son muy sociales y muchas madres adoptan a las crías de otras (guardería de maternidad), para que esas hembras se dediquen a buscar alimento (forrajear); todo para ayudar a constituir un grupo fortalecido que logre atraer a más miembros y consolide familias.
El mejor lugar para vivir
Hoy, en Villa Claret, debido a este trabajo por la sostenibilidad, mujeres, hombres, jóvenes y murciélagos viven en paz.
Los estudiantes del colegio Bienestar Rural Sede San Pablo, con la asesoría de Vanesa Guzmán, contratista para la Gestión Ambiental de la CARDER y habitante de la localidad, los cuidan y les hacen seguimiento.
—Con los jóvenes tomamos la temperatura de sus refugios, dos o tres veces a la semana, que muchas veces varía, dependiendo del clima. Generalmente, esa temperatura se sostiene entre los 20 grados centígrados promedio—, cuenta Vanesa.
Ella agrega que desde que comenzó a realizarse este ejercicio, los alumnos han podido aprender que no todas las especies cumplen las mismas funciones en la naturaleza. Por ejemplo, las que estaban en el colegio y que ahora monitorean, son muy diferentes a otras que se nutren con sangre únicamente de animales (subfamilia Desmodontinae).
Por su parte, los campesinos pudieron comprobaron que la mayoría de aquellos que se ven en Villa Claret, calificados como insectívoros (se alimentan solo de insectos) y de las especies Myotis caucensis y Molossus molossus, ayudan a controlar plagas que afectan sus sembrados de caña panelera, plátano o café.
Y esos mismos labriegos han aprendido, asimismo, que aquel guano que contaminó el piso de la escuela y puede ser perjudicial para las personas, es capaz de transformarse en un abono sobresaliente cuando cae en tierra fértil y se maneja adecuadamente.
De ahí que una parte de esos mamíferos voladores que, en su momento, muchos no toleraban, comenzaran a ser vistos con respeto. Y por eso hoy están amañados y seguros. A muchos se les escuchan algunos chillidos, que en realidad usan como ondas sonoras para ubicarse en medio del entorno. Siguen dormitando de día y capturando de noche la misma porción de ciempiés, zancudos y otros cientos de artrópodos.
Y se les ve cada vez más confiados a la hora de volar en medio del bosque, sin la necesidad o la preocupación de tener que ahuyentar a ningún humano sospechoso. Pareciera que ahora sí encontraron el mejor lugar para la vida que pudieron imaginarse.